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jORGE pRAGA
Domingo, 20 de octubre 2019, 14:58
El cortometraje de la sesión nos suele pillar aparcando la chaqueta o silenciando el móvil. Un cuarto de hora escaso en el que es difícil concentrarse, a la espera de la generosidad del largometraje. Pero a veces llega la suerte al revés: es el cortometraje ... el que imparte lecciones imprescindibles de precisión, de soltura, también de ambición.
Sahraa Karimi, la directora de 'Hava, Maryam, Ayesha', tiene claro lo que quiere contar. Ha vivido fuera de su Afganistán natal, en Irán, en Eslovaquia, desde donde vuelve con una mirada externa para denunciar la situación de la mujer afgana. Su película teje tres historias que apenas si se rozan, en las que la cámara se instala en el espacio doméstico de sus protagonistas: Hava, la esposa servil en un grupo familiar despótico. Maryam, una presentadora de televisión separada de su marido tras múltiples infidelidades de él. Ayesha, una joven abandonada por su novio y a la que su familia va a casar con un primo. Tres mujeres muy distintas pero hermanadas en la amargura y la frustración originadas en el comportamiento de sus parejas. Un discurso femenino, crítico, sin salidas, que acaba encerrando a las mujeres en un burka que las oculte en la cínica de abortos clandestinos. El lado negativo de esta cuidada producción viene de la excesiva definición de los personajes, de la ausencia de rimas imprevistas. El cortometraje que la precedió, el vietnamita 'Hay tinh thu'c va san sang', daba una lección desaprovechada. Rodado en un plano único, capta el murmullo caprichoso de una esquina de Saigón en una noche tórrida: conversaciones vulgares, un accidente de moto, pedigüeños que se buscan la vida… quince minutos de frescura que se echaron en falta en el drama afgano.
Algo parecido sucedió con la turca 'La bella indiferencia', empeñada en narrar la progresiva destrucción de una pareja en la que el hombre ha perdido su empleo. No está muy claro si es una película de denuncia de la maldad de la empresa, o una comedia alentada por las extravagancias del protagonista. El paro degrada, aburre y vacía a su víctima. El problema es que la propia película, en su indefinición, acaba contagiándose de ese aburrimiento, y el gas nocivo alcanza pronto las butacas a pesar de la fotografía colorista. Quien más quien menos recordó el puñetazo previo del cortometraje 'La camioneta', una concisa historia de apuestas brutales a las que recurre un obrero albanés para pagar a los mafiosos que le llevarán clandestinamente a Inglaterra. La estética de reportero se alía con la violencia de las situaciones, y en pocos minutos la denuncia ha encogido los corazones.
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