La soberanía de la ley, no siempre justa, y la burocracia que la sostiene, a veces poco amable, está presente en las películas de la Sección Oficial en el ecuador de la 65ª Seminci. 'Nowhrere special' es un drama íntimo rodado en Gran ... Bretaña por Uberto Pasolini; 'Gaza mon amour' busca una pincelada de humor que aligere el «infierno» de la Franja y 'El mal no existe' suma cuatro historias en torno a la pena de muerte.
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Tras 'Here we are', del israelí Nir Bergman, 'Nowhere special' es la segunda cinta de este ciclo que aborda la paternidad. Uberto Pasolini ha elegido una situación extrema, la de un padre enfermo que en sus últimos meses de vida busca una familia de adopción para su hijo de cuatro años. Las entrevistas con los posibles adoptantes le enfrentan a la «decisión más importante», ya que no quiere que el niño pase por su experiencia, crecer en orfanatos.
Pasolini logra equilibrar la emoción contenida del padre y la ternura del hijo. John, el personaje de Norton, trabaja de limpiaventanas. La alternancia del reflejo de los cristales y lo que ve a través de ellos es el recurso visual con el que muestra todo de lo que carece y, sin embargo, no necesita. La relación padre-hijo les llena a ambos. Testigo de ella es la joven de los servicios sociales que le acompaña en cada visita a los adoptantes, la voz de 'pepito grillo' que le recuerda las premisas de la ley que protegerá a su hijo. Allí donde los hermanos Dardenne o Ken Loach centrarían la denuncia social, Pasolini esboza un ligero desahogo del padre, una leve protesta porque necesita más tiempo para decidirse a sabiendas de que no lo tiene.
El trabajo de los actores –James Norton y Daniel Lamont– y el pulso bien mantenido entre la triste despedida y la esperanza son claves para sostener un drama sobre la muerte y la infancia. El pequeño Lamont se pliega a los requisitos de la historia como si fuera un profesional.
Película emocionante, económica en palabras y en música, y muy centrada en el rostro de los protagonistas, que arrancó las primeras lágrimas del patio de butacas y dejó tras de sí un elocuente silencio.
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Julio Iglesias en Gaza
Palestina es la siguiente parada con 'Gaza mon amour', segundo largo de Arab y Tarzan Nasser, unos gemelos que hacen cine a cuatro manos. Defienden que es la historia de amor de un pescador en el otoño de su vida, pero más bien resulta una construcción mental, subrayada por un sueño, al igual que le ocurre a la protagonista de la película de la húngara Lili Horvat ('Preparativos para vivir juntos durante un tiempo indefinido').
Issa ha decidido casarse, aunque aún no se lo ha comunicado a su pretendida. Vive en Gaza, es pescador nocturno que durante el día vende su mercancía y le gusta la música. Precisamente en el mercado ve a la viuda de sus sueños, con la baila imaginariamente en casa al son de Julio Iglesias. Un día cae en su red una estatua de bronce clásica, un 'apolo' con su pene erecto. Issa se siente refrendado en su masculinidad por el hallazgo y comienza un torpe cortejo a su amada.
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Una policía omnipresente en la vida de los palestinos, que les controlan al entrar y salir del puerto, así como en el campo de refugiados, le requisa la estatua. Pasará por la cárcel dos veces y otras tantas tendrá que abortar su plan de declararse.
Los gemelos que debutaron con 'Degradé' ponen de relieve el «infierno» que es la vida en la Franja, el deseo de escapar de muchos de ellos, los cortes de luz, el problema de abastecimiento, la corrupción, una estrechez física y social que anula cualquier aspiración. Una broma final con la manifestación que rodea la llegada del primer misil eleva un poco la cámara de los gemelos hacia la guerra con los israelíes. La historia de amor, que pretendía ser la médula del guion, se desdibuja entre tantas anécdotas sumadas que no logran empastar.
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Dilema moral
Mohammad Rasoulof es uno de esos directores que lleva camino de ser adoptado por la Seminci entre sus clásicos. Hace dos años le dedicó un ciclo y ahora estrena 'El mal no existe', ganadora del último Oso de Oro en Berlín. Tan censurado en su país como aplaudido en Europa, su último largo larguísimo (150') encara la pena de muerte en Irán a partir de cuatro historias.
El servicio militar es obligatorio en Irán y entre las funciones que atribuyen a los soldados está la de ayudar en las ejecuciones, «apartando el taburete» de los que serán ahorcados. Dos de las historias versan sobre cómo afrontan esa orden dos jóvenes reclutas: uno quiere objetar, otro anhela la recompensa de la obediencia, tres días libres para visitar a su novia. Unos acatan la ley porque está por encima de la conciencia, otros no pueden vivir con la culpa de matar a inocentes.
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La primera historia está protagonizada por el verdugo. Rasoulof muestra su existencia convencional y la aniquilación de cualquier escrúpulo. Ypor último, un médico retirado en las montañas que en su día desertó por negarse a aplicar esa ley. El reencuentro con una hija que vive en Alemania, sin que ella sepa el motivo del viaje, contextualiza un dilema moral que marca desde hace décadas a los iraníes.
El director opta por la exposición de las cuatro historias por separado con el trasfondo común de la objeción de conciencia, una manera de sorprender al espectador que se asoma a un hogar urbano, una cárcel, una casa en la montaña y otra en medio de la nada. Cada una de ellas es un mediometraje de casi 40 minutos, algo que quizá lastre su estreno comercial. Tras su premio en Berlín, es un poco extraña su inclusión en esta sección oficial. En cualquier caso, es de agredecer la valiente denuncia de Rasoulof.
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