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Juan José Campanella es uno de esos cineastas que pueden considerarse de la cantera de la Semana de Cine de Valladolid, de modo que era cuestión de tiempo que recibiera una de las Espigas de Honor como la que se le concede este año ... y que se acompaña con la proyección hoy de 'El cuento de la comadreja', su último film. «Es mi homenaje al cine y un bombón para degustar que tuvo la mala suerte de estrenarse en pandemia».
«Toda mi trayectoria está jalonada por mis visitas a Valladolid; este festival significa mucho para mí y me ha aportado muchas cosas. No sólo premios, sino el contacto con personas que han sido esenciales en mi carrera», aseguró ayer el cineasta.
Campanella se estrenó con éxito en la Seminci de 1991, con su ópera prima 'El niño que gritó puta', rodada en Estados Unidos, y de aquella edición recuerda «el rostro de sorpresa de Brad Pitt, que competía por 'Thelma y Louise', cuando mi actor Harley Cross se llevó la Espiga al Mejor Actor y le robó el premio». En esa edición conoció a la actriz Aitana Sánchez Gijón, «que sería la protagonista de mi segunda película» 'Ni el tiro del final'. Y en 1999 regresó a su Argentina natal para rodar 'El mismo amor, la misma lluvia', que lograría el Premio de la Juventud de la Seminci de ese año. Dos años después lograría su primer gran éxito con 'El hijo de la novia', que lograría la Espiga de Plata en Valladolid y el premio del Público antes de ser candidata al Óscar, galardón que finalmente obtendría en 2010 con 'El secreto de sus ojos». Antes, inauguró el festival vallisoletano con 'Luna de Avellaneda' y rodó la miniserie 'Vientos de agua'.
«El hijo de la novia fue mi gran éxito. Estaba acostumbrándome al fracaso, de modo que me vino bien un cambio de ritmo», bromeó ayer durante un encuentro público en el festival.
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Campanella agradeció la concesión de la Espiga de Honor y la interpretó como «un buen final del primer acto de mi carrera, antes de iniciar el segundo, que no sabemos qué forma va a tener debido a las incertidumbres de la industria».
Lo que sí tiene claro es que, en el futuro, el cine tendrá en el teatro un obligado compañero de viaje. «A raíz de mi adaptación de 'Parque Lezama' nació un gran amor por el teatro», admitió ayer, y, de hecho, anunció que está construyendo un teatro propio en Buenos Aires con capacidad para 700 espectadores. «El arquitecto nos dice que puede estar en seis meses, lo que significa que probablemente tardemos dos años», ironizó.
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Su pasión por el teatro nace, en parte, de una constatación: «En los cines se está perdiendo el público, pero en el teatro no». Y añade: «En el cine ves la interpretación de los actores; en el escenario está su alma. Y, además, están ahí, escuchando la reacción del público, y eso hace que cada sesión sea distinta».
Campanella reconoció que la familia le da más felicidad que su carrera. «Es un sueño que nunca imaginé y que llegó». Y, en relación con sus películas, reconoció que hay un tema subyacente a la mayoría de ellas, que es la creación de lazos de afinidad que no son de sangre. «Es verdad. Cuando miras hacia atrás ves que es así. De hecho, 'El hijo de la novia' es la única que habla de una familia de sangre, las demás tienen que ver con otro tipo de hermandades. Pero es que hay amistades más profundas que el amor».
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