Los extremos de la vida

En la lejanía inspiradora podría estar la persecución durante doce años del niño que crece hasta independizarse en 'Boyhood', de Richard Linklater. Y mucho más cerca las variaciones que va tejiendo la filmografía de Jonás Trueba desde 'Los ilusos', con especial relevancia para 'Quién lo impide', enorme logro artístico y sociológico.

Los actores de 'A nuestros amigos' transmiten naturalidad y oficio, por ahí no hay problema. Tampoco lo hay en la selección de las situaciones que atraviesan, representativas de una juventud que busca y se apoya. El obstáculo que se alza como una muralla infranqueable para quien esto escribe es la puesta en escena, reducida en muchas ocasiones a las tomas de una cámara en mano que persigue a los protagonistas: largos travelling en los que solo vemos sus espaldas mientras charlan y caminan a una playa, a un festival, a cualquier sitio. Más los remansos de camaradería en los que la misma cámara va de un rostro a otro mientras el diálogo colectivo se dispersa. Encuadres atosigantes que ahogan las situaciones, sin distancia ni objetivos.

En el otro extremo de la vida, y de la estética cinematográfica, estaría la estadounidense 'Familiar Touch', debut en la ficción de Sarah Friedland. A la protagonista le quedan pocos pasos en la vida, y lo que es peor, su cabeza no es capaz de orientarse para darlos. La memoria es un papel mojado en el que nada lee y que no le permite reconocer su casa ni pronunciar el nombre de su hijo. Debe poner rumbo a una residencia de ancianos, la que eligió cuando todavía tenía capacidad para anticipar los días oscuros, aunque ya no recuerde su decisión y tenga que ir de la mano, como una niña engañada.

La película busca el equilibrio en la composición de los planos, en su simetría y armonía. También en los tonos amables de la madera, en el confort de la buena iluminación de interiores. Se quiere rodear a la protagonista de un ambiente cálido, solícito. Aunque haya que pedir al espectador que olvide su conocimiento de las residencias reales, mucho más pobladas de toses y quejas, del olvido y el dolor que lo que la pantalla muestra.

El alivio en una etapa que solo concluye con la muerte llega con el humor, con la ternura, con el juego, y ahí resulta decisiva la mirada chispeante de la actriz principal, Kathleen Chalfant. Un camino con más rosas que espinas que desemboca en la espléndida escena de la fiesta (y quién no recuerda ahí a Antonio de la Torre bailando con su hija en 'Los destellos'): basta un cuerpo al que abrazar para que no hagan falta nombres ni biografías que nos sostengan. Que así sea.