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Hernán Zin, en la redacción de El Norte de Castilla. Ramón Gómez

Hernán Zin, exreportero de guerra y director: «Con 'Morir para contar' encontré respuestas a mis propios traumas»

El documentalista argentino presenta su último trabajo en la Seminci

Arturo Posada

Valladolid

Miércoles, 24 de octubre 2018, 21:14

Hernán Zin (Buenos Aires, 1971) formó parte de la tribu de reporteros de guerra durante 18 años hasta que en 2012 todos los traumas acumulados le explotaron súbitamente en Afganistán. Zin sufrió un fuerte estrés postraumático, cayó en una depresión y decidió buscar respuestas de lo que le había sucedido en otros periodistas. Así surgió 'Morir para contar', su último trabajo documental que se presenta ahora en la sección 'Doc. España' de la Seminci.

-¿Qué respuestas ha encontrado en 'Morir para contar'?

-El punto de partida fue mi propio estrés postraumático como reportero de guerra. Me preguntaba si a otros les había sucedido lo mismo y descubrí que sí: a la gran mayoría. Todos lo habíamos mantenido en silencio. Afortunadamente, a partir del documental empecé a encontrar respuestas a mis propios problemas. Todos habían desarrollado maneras de hacer frente al trauma que genera estar tanto tiempo en una zona de conflicto.

-Era difícil que no existiesen traumas personales para los reporteros de guerra...

-Sí, el problema es que ves tanto sufrimiento de los demás y el tuyo es tan pequeño... Te olvidas de que también estás sufriendo. A la larga, con los años, todo se va acumulando y llega un momento, como me sucedió en 2012 en Afganistán, en el que explotas. Paras y te preguntas '¿qué me ha pasado?'. Uno no lo ve hasta que le alcanza.

-¿Cuál fue el desencadenante de lo que sucedió en Afganistán?

-Tuve un año muy complicado. Había estado con Jon Sistiaga en Argentina y me dieron una paliza cuando hacíamos un reportaje sobre los ultras. Me separé y a continuación me fui a Afganistán. Allí tuve un ataque de pánico cuando estaba en un blindado. Me bajé y me fui en medio de la guerra. Dije: '¡a tomar por culo!»'.

-¿Se bajó sin más?

-Sí, me fui caminando en medio de la guerra. Todos los soldados decían 'este tío se ha vuelto loco'. Sí, contestaba yo, pero ahí no me subo. Me agarró una claustrofobia tremenda. Fue un ataque de pánico, la primera vez que me pasaba. Y la última, por suerte. Pensaba que me iba a morir. Y eso que era un trabajo que había hecho muchas veces y con normalidad: ir en un blindado, ponerme un chaleco antibalas, un casco...

-Y por eso decidió hacer este documental, para explicarse lo que le había sucedido...

-Sí, y con un hándicap que también es un desafío: a los periodistas no nos gusta hablar de nosotros mismos.

-¿Hubo algún colega periodista reacio a aparecer en 'Morir para contar'?

-Todos hablaron con una sinceridad que me sorprendió. También con mucha generosidad. Yo no iba a aparecer en el documental, pero como todos habían sido tan generosos yo no podía esconderme... En realidad yo sólo tenía preguntas, no respuestas. Cuatro años más tarde de rodar sí encontré esas respuestas. Salvo excepciones, a los periodistas no nos gusta hablar de nosotros mismos. Nuestra vocación es dar voz a los demás.

-¿Qué es lo que más le impactó de las respuestas de sus compañeros?

-Comprobar que gente como Gervasio Sánchez, David Beriain, Manu Brabo o Ángel Sastre sufrieran tanto las consecuencias. Cuando los ves trabajando no se nota, pero cuando rascas todos tienen un gran trauma que los lastra en su vida cotidiana.

-¿Cuál fue su primera guerra?

-Estuve en Camboya en el año 1994. Se trataba de un posconflicto muy complejo. Todavía estaba Pol Pot, secuestraban extranjeros... Yo tenía 23 años. Lo afronté con la inconsciencia de la juventud. A la guerra me llevó el compromiso con la gente que sufre. Después está el subidón, ser testigo de la Historia...

-¿Cómo se aproxima un reportero a un conflicto bélico? ¿Hay quien se expone más y quien se expone menos?

-No he conocido nunca a un periodista que quiera permanecer en el hotel. Para eso te quedas en Madrid o en Valladolid. Los que vamos allí queremos ver y queremos estar. Es lo que nos motiva, especialmente a los que hacemos fotoperiodismo. No nos queda otra. La clave pasa por la información. La información te salva la vida, aunque siempre resulta muy confusa. Por eso, la primera labor pasa por documentarnos sobre la situación, los bandos, la seguridad... El compañerismo es muy importante: llamar a alguien que ya ha estado allí, que te cuente, que te aconseje... Toda la gente que he conocido es muy rigurosa. Te juegas la vida. Hay clichés del reportero de guerra que yo no he visto: el periodista adicto a la adrenalina o el que va a lo loco, osadamente. He visto a gente muy seria, bastante acojonada y con mucha prudencia. Yo he pasado mucho miedo.

-¿Son más vulnerables ahora los periodistas en las guerras? Con las redes sociales, cada facción tiene su propio altavoz y los informadores parecen menos necesarios y más molestos para las partes en conflicto...

-Vietnam sigue siendo la guerra donde han muerto más periodistas. Y después Irak. Siempre mueren informadores porque la guerra es un caos y todo vale. Es cierto que a partir de las redes sociales ya no te cortejan los grupos armados para que les des voz. El ISIS es buen ejemplo: tenía su propia factoría de televisión y tú te conviertes en su enemigo. Es un tiempo distinto y un desafío, aunque siempre hemos estado en peligro. El mundo es más multipolar: antes había dos bloques y ahora todo resulta más caótico.

-Hace años los reporteros lucían en sus chalecos 'Press' o 'TV' como salvoconducto en las guerras y ahora esas palabras pueden convertirlos en puntos de mira..

-El secuestro es una gran industria y acabas expuesto. Siempre he tratado de evitar el chaleco para no diferenciarme de la gente que vive allí. Ya es bastante que tengamos un pasaje de vuelta, un seguro médico y una tarjeta 'visa'. Para mí, el chaleco te aleja de la gente y tampoco te protege de mucho...

-En lo personal, ¿es posible volver a una vida tranquila después de cubrir un conflicto tras otro?

-La vida en la guerra es bastante sencilla. Están los buenos, los malos, tú cuentas la historia y te vuelves. Aquí el mundo está lleno de grises: las cuestiones del día a día, Hacienda... A algunas personalidades, como la mía, les cuesta más estar cómodo. Yo lo intento ahora porque también tengo la sensación de que me he perdido muchas cosas y trato de recuperarlas. Cuando todo el mundo estaba de vacaciones, yo me encontraba en la guerra. Cuando todo el mundo tenía una novia o se estaba labrando un futuro económico, yo permanecía allí. Es una vida apasionante, pero también implica una renuncia muy grande.

-¿Cómo transcurre la vida cotidiana de un reportero en un conflicto bélico?

-La rutina es la misma que la de cualquier reportero. Me cuesta hablar de 'reporteros de guerra'. Tú y yo somos reporteros. Algunos vamos a conflictos, pero la rutina es levantarse por la mañana y salir a buscar la historia. Somos cazadores. Sí es verdad que dormía muy poco: cinco días durmiendo media hora, por ejemplo. Viajas mucho, hay mucho estrés, descansas cuando puedes... Yo ya lo he dejado. Ahora duermo ocho horas y eso es maravilloso.

-¿Qué ventajas ve al formato documental cinematográfico sobre un reportaje televisivo?

-Siempre he tratado de hacer trabajos más de fondo, como libros o documentales. Para entender una realidad hay que estar mucho tiempo en un lugar. Dedicar tiempo a las historias. Además, soy muy malo para hacer 'breaking news' porque voy muy lento. Las empresas periodísticas tienen ahora poca voluntad o poco capital para invertir en reportajes, pero el mundo del cine sí lo tiene. De la mano de Netflix, Movistar o cualquier otra plataforma, tú puedes dedicar tiempo a un proyecto que se va a ver en más de cien países. Es lo que sucedió con 'Nacido en Siria'. Estuve un año rodando allí. Los reportajes no van mucho más allá de su emisión y todo resulta más rápido. Cuando elaboraba los reportajes con Jon Sistiaga en Canal +, estábamos 15 días en un lugar y ya teníamos todos hecho.

-¿Qué puede esperar el espectador de 'Morir para contar'?

-El documental tiene muchas lecturas. Primero, es un viaje a nuestra memoria colectiva de los últimos cuarenta años. Están todos los conflictos y todos los reporteros, pero vistos desde la parte de atrás, de cómo se cocinaba la noticia. Es muy interesante. Aparecen todas las guerras que hemos visto: Irak, Bosnia... En estos momentos de tantos bulos en redes sociales, las llamadas 'fake news', la película ayuda a ver que construir una noticia supone un gran esfuerzo humano y financiero. CTras ver el documental, la gente dice: 'esto es lo que hay detrás del telediario o de un artículo'. Empiezan a valorar la noticia, ven que la información es seria y rigurosa, y eso resulta muy importante en una época en la que estamos muy amenazados. De la veracidad depende la calidad de nuestra democracia y evitar que surjan populismos basados en bulos y patrañas. Es un golpe sobre la mesa para valorar este oficio, pero no solo por los periodistas, sino por toda la sociedad.

-Antes hablaba de los secuestros de periodistas. ¿Cómo vive la disyuntiva entre que un estado pague para liberar a un reportero y que ese dinero vaya destinado a grupos terroristas como el ISIS?

-No me produce ningún conflicto. Creo que hay que salvar la vida de los compatriotas. Hay países que se niegan como Estados Unidos, Inglaterra o Canadá porque tienen la política de no pagar. Eso ha costado vidas y tampoco ha prevenido nada. El que va a secuestrar, lo hará igualmente. Es un debate amplio, pero estoy a favor de todo lo que se pueda hacer para rescatar a esa gente. Me parece loable. Afortunadamente, el ISIS está a punto de desaparecer, pero no iba a tener más fuerza porque se hubiera pagado seis rescates españoles. Eso era calderilla para ellos cuando tenían pozos petrolíferos en Irak. Estoy a favor de pagar, ya sea un periodista o un pesquero. Se trata de salvar la vida de la gente.

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