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'Mandarinas' El Norte
Georgia, luces y sombras de la tradición

Georgia, luces y sombras de la tradición

La tensión entre la costumbre y la modernidad, y la sombra de la guerra con Abjasia, sobrevuela muchas películas del ciclo de Seminci

Vidal Arranz

Valladolid

Jueves, 24 de octubre 2019, 11:09

¿Hasta dónde debe llegar el respeto a la tradición? ¿Qué es lo valioso y qué lo inútil? ¿Es la sabiduría ancestral y su mundo de ritos y mitos un obstáculo para el progreso? Son preguntas que sobrevuelan un buen número de películas del ciclo 'Objetivo: Georgia', que muestra una veintena de obras estrenadas en la última década. La tradición como patrimonio, y la tradición como lastre. De todo hay en el país vecino y sus cineastas intentan aportar algo de luz con sus trabajos cinematográficos. Y lo hacen desde una perspectiva plural que rehúye el simplismo.

Una de las películas que aborda el conflicto de forma explícita es Dede, de Mariam Khatchvani. Un grupo de soldados regresan de la guerra. Uno de ellos, David, espera casarse con su prometida, Dina, a la que anhela. El otro quiero encontrar a una misteriosa mujer a la que amó y de la que ni siquiera conoce el nombre. Ambos ignoran que desean a la misma persona. Cuando Dina rechaza a David para irse con Gegi se desata un cataclismo en la aldea, pues una y otra familia ven comprometidos su honor y su honra.

La firmeza de Dina desencadena el suicidio de David y, con ello, una guerra larvada entre familias que termina por explotar del modo más terrible, aunque en la película aparezca en forma de elipsis. Khatchvani retrata con agudeza y rigor los conflictos y los límites de unas sociedades en las que, por un lado, se entiende que no se debe forzar a las mujeres, pero, al tiempo, se considera que su opinión sobre con quien quieren vivir la vida no es totalmente decisiva, pues debe someterse a otras consideraciones más allá de su propio deseo.

'Scary Mother'

La directora no ignora que tales políticas matrimoniales pudieron tener un sentido en el pasado, pero no hoy, ni en el año 1990 en el que se ambienta la historia. El sacerdote se lo explica a uno de los personajes que va a invocar de nuevo la tradición contra la voluntad de Dina. «No lo hagas. La tradición te avala, pero ahora corren otros tiempos. Antes la vida era difícil y estábamos escasos de mujeres. Esos medios eran necesarios para la supervivencia. Algunas costumbres están bien y otras deben quedar en el olvido».

Mariam Khatchvani parece situarse en esa posición conciliadora con un final que es capaz de encontrar un camino de esperanza en medio de la incomprensión, la intolerancia y el orgullo. Lo hace con pulso firme y una narrativa que no se olvida de conectar la historia que cuenta con el durísimo, y hermosísimo, entorno natural en el que todo transcurre, y que es un límite objetivo más allá de los deseos, las normas y las actitudes individuales. Un entorno en el que algo tan simple como ir en busca de medicinas es toda una aventura con riesgo de muerte por congelación. La película puede verse también como un proceso de maduración, y como una invitación a no sucumbir en la defensa de lo esencial. Pero también como una apelación a abrir la mirada e ir más allá del propio orgullo para permitir que afloren soluciones que resuelvan los conflictos.

La tradición y la guerra afloran también en la muy conocida Mandarinas, de Zaza Urushadze, que fue nominada al Oscar a la Mejor Película Extranjera. La historia está ambientada en los márgenes de la guerra de independencia de Abjasia, en la que Georgia perdió una parte importante de su territorio. Dos personajes de edad, Ivo y Margus llevan una vida apacible, cultivando mandarinas, y fabricando cajas para embalarlas, mientras georgianos y abjasos combaten a unos kilómetros de distancia. De vez en cuando se oyen los tiros, pero la guerra está a un tiempo cerca y lejos. Hasta que un enfrentamiento entre dos patrullas enemigas se salda con dos hombres gravemente heridos, de bandos rivales, a las puertas de las viviendas de los dos amigos. Ivo decide acoger a ambos, cuidarlos, alimentarlos y recuperarlos. Y debe hacerlo imponiéndose frente al odio mutuo que ambos se profesan.

La película, de un humanismo sutil, delicioso y edificante, pero no ingenuo, ni bobalicón, muestra como Iva logra construir un espacio de tregua en su casa apelando a dos principios de la tradición que ambos rivales comparten: el respeto a los mayores, y el compromiso con la palabra dada. Ambos prometen no agredirse en la casa de Ivo y lo cumplen. Toda la historia se basa en la fuerza de esa ley compartida y no escrita, que va más allá de los deseos de los individuos. Y en esa tregua convivencial se desarrolla el espacio para un reconocimiento de la humanidad del otro, más allá del estereotipo que lo limita a la condición de enemigo.

'Mandarinas' no ignora la verdad: que el oasis de paz que ha labrado trabajosamente Ivo, con una emocionante finura humana, es una excepción en un mundo en guerra, despiadado, que finalmente se cobra su precio en sangre. Pero los corazones de los espectadores quedan salutíferamente tocados. Y convencidos de que no hay otro camino para la paz que mirar al otro a los ojos, por muchos fracasos que se cosechen por el camino.

'I'm Truly a Drop of Sun on Earth'.

La tradición y la guerra aparecen de otro modo en Corn island, una prodigiosa y minimalista obra de George Ovashvili que parte de una historia aparentemente mínima, de un localismo extremo, para construir una metonimia sobre la existencia, el ciclo de la vida y la condición humana de una belleza creciente y arrebatadora. Y, todo ello, construido casi exclusivamente con imágenes en un universo en el que las palabras, o son banales, o no sirven para la comunicación, por la diferencia de lenguas. No llegan a cinco minutos los diálogos de un film que no necesita de ellos, y en el que los gestos, las presencias, las miradas y los cuerpos de los dos protagonistas, una adolescente y su abuelo, cuentan todo un mundo de emociones, temores y deseos.

La historia de 'Corn island' se basa en una peculiaridad local: las pequeñas islas de terreno fértil que el río Enguri crea a lo largo de su recorrido entre la primavera y el otoño, y que son aprovechados por la pareja protagonista para cultivar maíz. Inicialmente el interés de la película parece casi exclusivamente etnográfico, como si todo consistiera en la contemplación de una rareza exótica, pero enseguida Ovashvili aprovecha la anécdota argumental para tejer un extraordinario y delicado fresco sobre la existencia, el esfuerzo, el descanso y la importancia de esa humanidad sensible a la necesidad del prójimo. En 'Corn island' aparece la tradición con otro rostro: el de la experiencia acumulada en el tiempo, que lleva a los protagonistas a realizar las distintas tareas en la isla sin necesidad de mediar palabra. Ambos saben lo que hay que hacer, forman parte de un mundo ritualizado, que se guía por una sabiduría ancestral, donde cada cosa ocupa su tiempo y su lugar, y en el que para entenderse no hace falta más que una mirada.

También aparece la vecindad de la guerra con Abjasia, y, como en 'Mandarinas', la irrupción en la cotidianidad de la pareja de un soldado herido. También como en la película de Urushadze, los protagonistas de 'Corn island' anteponen el cuidado del herido sobre cualquier otra consideración, si bien en este caso este elemento de la historia resulta secundario. No es la guerra, sino la naturaleza la que provoca la irrupción del drama, que se convierte en metáfora misma del eterno ciclo de la vida.

'Mandarinas' se ambienta en los márgenes de la guerra de independencia de Abjasia

Las sombras de la guerra aparecen también en House of others, de Rusudan Glurjdze, una de las películas del ciclo que no se habían estrenado en España. Aquí el conflicto entre Georgia y Abjasia aparece como el origen de la situación de partida de la historia. Una familia del bando vencedor, que perdió su casa en la guerra, ocupa una vivienda abandonada por los rivales en una aldea fantasmal en la que las viviendas están vacías, u ocupadas por desplazados. La película construye con un exquisito uso de la luz y de la composición fotográfica una historia de ausencias fantasmales y presencias desubicadas. La constante lluvia, las brumas, las tinieblas interiores de las viviendas o elementos tan simples como una manta de plástico usada contra la lluvia por unos niños, levantan un mundo de misterios y evocaciones.

Los recién llegados no saben como situarse en esas casas de otros, en las que incluso se conservan la ropa y los objetos de los anteriores inquilinos. Una paz inquietante e incómoda rodea la vida en un valle en el que la guerra se hace presente, de vez en cuando, por el estallido de una vieja mina abandonada. 'House of others' es una historia de ausencias, seres desubicados y añoranzas que, paradójicamente, no logran encontrar la paz en el pueblo ocupado, pese a su condición casi paradisiaca.

I'm truly a drop of sun on earth' ofrece una imagen de Georgia contradictoria con los spots publicitarios

Donde no hay atisbo de tradición es en 'I'm truly a drop of sun on earth', de Elene Naveriani, una pesimista y negra historia urbana, que ofrece una imagen de Georgia absolutamente contradictoria con los spots publicitarios que introducen cada una de las proyecciones del festival. Rodada en blanco y negro, y con diálogos escasos, la historia se sostiene, sobre todo, en el magnetismo de la protagonista, April, una prostituta de espíritu independiente que intenta sobrevivir en un mundo cínico y sin piedad. La historia peca de un fatalismo que no se justifica narrativamente, especialmente en su final, y se contempla con curiosidad e interés gracias, en gran medida, a su brevedad.

Con todo, aquí está la otra cara de la historia. Este es el reverso tenebroso de 'Dede', un mundo donde no hay tradición alguna, ni ley, ni anclaje, ni norma moral que vaya más allá que la pura supervivencia y la búsqueda del interés propio. O, a lo sumo, algo de afecto carnal. Y la negrura que muestra la obra de Naveriani conecta, muy reveladoramente, con la que también puede verse en algunas de las películas del ciclo de cine chino.

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