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El fluido de la vida
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La crisis argentina y la primavera árabe en Túnez observadas desde los problemas de una parejaLa vida que llega y te envuelve y te arrolla, la vida que pasa y que persigues para no quedar atrás. El cine y el cineasta que toma la determinación estética de encontrar el formato adecuado para ese cauce, y para el río que fluye ... por él: encerrar en una película una o dos jornadas con su impaciencia y su vértigo. Tal es el desafío que comparten, cada uno a su manera, '36 horas' y 'Un hijo'.
La película argentina '36 horas', segundo largo de ficción de Néstor Mazzini, registra en imágenes la existencia zarandeada de una pareja a la que todo parece irle peor que mal. Llevan separados un par de años, aunque comparten un negocio que no pueden disolver por las deudas que arrastra. En su oficina se cruzan todas las crisis: la del país, la del sector audiovisual, la del dinero que no circula, y la de la propia pareja, tan desgobernada que no puede acordar quién debe quedarse con su hija en la noche de fin de año. Todo ello en un espacio reducido, con llamadas telefónicas que no cesan, irrupciones de acreedores, disputas con empleados, peticiones de auxilio a familiares y amigos. Para lograr ese clima de vértigo y asfixia el realizador prescinde de la planificación y de la puesta en escena clásica. También se posterga, o eso parece, el guion, las secuencias, los juegos temporales. Todo sucede, va sucediendo, en una sensación imparable (e impagable) de presente. La cámara se pega y sigue a los personajes como mosca cojonera, registrando con cualidad de reportero sus accidentes y cercanías, sus caídas y avances. Con esa elección pierden valor parámetros como la fotografía, el encuadre, el color. Pero a cambio tenemos la sensación de ir montados en el vagón principal de esa crisis devoradora, que solo remansa en chispazos de ternura entre la desgastada pareja. Obvio es decir que un proyecto de este tipo requiere actores cómplices, entregados, y de eficacia absoluta. César Troncoso y Andrea Carballo se disuelven en sus personajes, viven en ellos y desde ellos, son ellos.
La tunecina 'Un hijo' te coge por las solapas a los cinco minutos de la proyección y no deja de zarandearte hasta que abandonas aturdido la sala. En su primer largometraje Mehdi M. Barsaoui, su director y guionista, nos engaña en el arranque con una fiesta de familias, gente guapa que cuenta chistes de islamistas y maneja coches caros. Estamos en 2011, y la llegada de la primavera árabe a Túnez cambia de repente la situación. Una bala perdida hiere al hijo de la pareja protagonista. Sangre, desconcierto, hospital, y la vida del matrimonio que queda atrapada en los pasillos de la clínica donde intentan hacer un trasplante de hígado al niño. La dramática situación desborda inmediatamente sus cauces médicos, para ir señalando indirectamente problemas y marcos de la sociedad tunecina: la persecución del adulterio; el estrecho margen legal para los trasplantes; el tráfico de órganos con otros países; el secuestro de niños para arrebatarles los preciados órganos; la paternidad más acá o más allá del semen… La película no se plantea ninguna concesión que debilite su ritmo, altísimo desde el disparo inicial. Las horas avanzan, el niño está al borde de la muerte, y la narración se encarga con su ajustado desarrollo de no dejar salir a nadie de la sala. Ni un parpadeo se sintió.
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