En los extremos de la desdicha
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Historias de gran dureza en la rica Alemania y en los arrabales pobres de LisboaA la protagonista de 'Un cierto tipo de silencio' le preguntan por lo que une a las personas que se reúnen en la casa en la que trabaja de au pair: «Todas son muy ricas», contesta. Esa misma pregunta tiene la respuesta anticipada en ... cualquier plano de 'El fin del mundo': los habitantes de Reboleira, una barriada de Lisboa, son extremadamente pobres. Y, arriba y abajo, unánimemente desdichados.
'Un cierto tipo de silencio', del checo Michal Hogenauer, cuenta las circunstancias en que una chica que llega a su primer trabajo de au pair en una ciudad extranjera, presumiblemente de Alemania, es captada y disciplinada para seguir las consignas de una secta. La planificación y el desarrollo narrativo siempre gira en torno a ella, aunque dejando un hueco sutil para que el espectador vaya constatando el reblandecimiento de sus defensas, la lenta conquista de sus posiciones por los ricos patronos de la casa. Es una estrategia narrativa que pincha al espectador, que le incomoda. Y a ella hay que añadir la opción estética que elige el director: colores fríos, planos domésticos dominados por el orden estricto y el vacío racionalista, diálogos forzados y escasos, silencio que se impone. El ritmo, el montaje, la luz, todo parece impregnarse de un ambiente inhumano del que es imposible escabullirse. La secta chupa la vitalidad de la joven, elimina su sonrisa y niega el brillo de sus ojos. Los pies y la espalda del espectador se van quedando fríos. Casi da lo mismo que al final la policía intervenga (y esto se sabe desde el arranque de la película, no hay salvación en el último minuto… ni revelación indiscreta en estas líneas), o que en unos títulos finales se nos dé cuenta y detalles de la secta en la que se inspira la película, las Doce Tribus. Salimos con el corazón encogido.
Basil Da Cunha ha elegido el barrio lisboeta de Reboleira como centro de su vida y de sus proyectos cinematográficos, a pesar de su formación suiza y de su empleo de profesor en una escuela de cine de Ginebra. Una base sociológica que recuerda la de Pedro Costa, empeñado en ver la vida desde Fontainhas, otro arrabal de Lisboa. 'El fin del mundo' no sale de las calles de Reboleira, ni de sus pobladores: seres marginales sin ninguna esperanza, atados a la prostitución, a la violencia. «De vez en cuando hay que robar», dice uno de los chavales que acompañan al protagonista, un joven que sale de una estancia de ocho años en un correccional, encerrado en un hosco silencio que obstruye a veces la narración. Los golpes y la sangre llegan pronto a esta producción cuya sociología está en las antípodas de la checa, pero con un saldo emocional similar. La diferencia la marca el desarrollo de un funeral, en el que la cámara se va acercando a todos los rostros, uno por uno, desnudando su pobre y golpeada humanidad. Su desdicha.
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