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Corrían –muy lentamente– los años 60, y mientras ahí fuera llegaban noticias de Visconti (‘El gatopardo’), Hitchcock (‘Los pájaros’) o Kurosawa (‘El infierno del odio’), en España se sufrían los años más crudos del franquismo. Concretamente en 1963, el estreno de ‘El verdugo’ de Berlanga ... coincidía con el anuncio de una nueva ley de censura que hizo dar dos pasos atrás a los deseos de libertad de un cine que de la noche a la mañana se partió en dos. Los cineastas de Cataluña rompieron con la línea convencional que venía de Madrid y decidieron alinearse al modelo instaurado diez años antes en Francia con la ‘Nouvelle Vague’.
En Barcelona se miraba con sana envidia las libertades conseguidas por el movimiento formado por François Truffaut, Godard, Éric Rohmer o Claude Chabrol, y liderado por Jean-Pierre Melville. Se trataba de dar idénticos pasos para dar un golpe en la mesa y huir de lo que, entonces, se llamaba con cierto desprecio ‘cine mesetario’. «Cine con olor a trigo», decían para infravalorar determinados trabajos ligados a la administración.
Había que dar un paso a un lado y desertar de las imposiciones que llegaban de la censura. La misma que obligó a Jacinto Esteva a estrenar ‘Notes sur l’emigration’ en Suiza antes de ser secuestrada por el gobierno franquista debido a la polémica suscitada –cincuenta años ha tardado en volver a ver la luz, presente ahora en el festival–.
Todos esos movimientos dieron como resultado el nacimiento de la Escuela de Barcelona, un guiño rebelde con un buen puñado de padres. Detrás de aquel alumbramiento que después resultaría fugaz se escondían nombres como el propio Esteva, Gonzalo Suárez, Vicente Aranda, Joaquim Jordá, Pere Portabella, Jaime Camino, Román Gubern, Jordi Grau, Carlos Durán, José María Nunes o Ricardo Bofill.
«Fue todo un oasis de color y libertad», asegura cincuenta años después Esteve Riambau, director de la Filmoteca de Cataluña y junto a Casimiro Torreiro, autor del libro ‘La Escuela de Barcelona: El cine de la gauche divine’. Ambos resumieron, el libro y las connotaciones que encerró aquel movimiento, en la mesa redonda celebrada en el salón de los espejos del Teatro Calderón -con la ausencia de Jordi Grau, que sufrió un desmayo minutos antes y tuvo que ser trasladado al hospital-, que se complementa con la proyección de algunas cintas de aquella etapa en los cines Broadway. Por sus salas desfilarán ‘Noche de verano’ (Jordi Grau, 1962), ‘Fata Morgana’ (Vicente Aranda, 1965), ‘Ditirambo’ (Gonzalo Suárez, 1967), ‘Una historia de amor’ (Jordi Grau, 1967), ‘Dante no es únicamente severo’ (Jacinto Esteva, 1967) o el documental ‘Schizo’ (Ricardo Bofill, 1970), entre otras.
«Ver algunas de esas películas equivale a ver la Barcelona de los años 60. A los guardias que iban de gris y torturaban. Tiene lo mejor y peor del cine de los 60, pero es un capítulo más de la Europa cineasta», apuntó ayer Torreiro, satisfecho de que estas cintas se proyecten en la Seminci, «y no en el Festival de Reus o Sitges, porque esto habla de un país normal».
Torreiro coincide con Riambau en lo molesto de aquel movimiento. Una mosca cojonera en los 60. Una piedra en el zapato de las instituciones. «Fue molesta para todo el mundo, por supuesto para el regimen pero también para la izquierda burguesa y para el nacionalismo catalán. Aquello dio un aire cultural a la época y convirtió a Barcelona en una ciudad irrepetible», señaló, sobre una Escuela defendida por cineastas pero también por literatos, modistos, fotógrafos de moda, editores o arquitectos.
En la Nouvelle catalana cabían todo tipo de opiniones y personas de distinta condición. «Muchas veces me preguntan por la sede de la Escuela de Barcelona», inquirió Riambau, «y en realidad no tenía ni sede ni calle concreta. Allí había un lugar llamado Oído en Bocaccio –una discoteca de fama en la época– en la que se bailaba pero también se debatía en apasionadas tertulias», interrumpió Serena Vergano, actriz italiana que se instaló en Barcelona en los 70. «No ví una sociedad represora sino abierta, y para mí resultó una experiencia muy enriquecedora».
Muy cerca de ella, Daría Esteva –hija de Jacinto Esteva– apuntó lo positivo que para ella ha sido recuperar las cintas de su padre. «Crecer consiste en aprender a convivir con lo vivido y remover las películas de Jacinto ha sido muy útil para mí. He entendido muchas cosas que no entendía y me he dado cuenta de que mi padre era como un paisaje de una orografía difícil en la que cada vez que lo miro veo algo distinto», afirmó la productora.
En este punto, la tertulia giró la vista hacia el documental ‘El encargo del cazador’ (1990) en el que Joaquim Jordá aborda la atormentada figura de su padre. «Estar enfermo y el sufrimiento en general está muy mal visto, y reunir todo eso en una película creó polémica», comentó, recordando la crudeza de los últimos años de su padre.
Al margen de los verdaderos protagonistas que dieron vida a la Escuela de Barcelona, un nombre salió a colación en no pocas ocasiones durante el debate suscitado ayer. El de José María García Escudero, periodista, escritor, ensayista e historiador del cine, pero también político de la época que hizo posible que la censura no se llevara por delante las iniciativas de este grupo. «Era el director general de la época y solía decir que mientras el resto de países europeos tenía un nuevo cine, en España había dos», recordó Torreiro, apuntado poco después por Fernando Méndez-Leite quien, entre el público, enriqueció con su acreditada experiencia la mesa redonda. «La política ministerial de García Escudero permitió que se estrenaran algunas películas que de otra forma hubiera sido imposible».
Una pregunta sobrevoló entonces la tertulia. ¿Cuándo y cómo se evapora la Escuela de Barcelona? «Cuando se cambió de director general, llegó el Vietnam», sentenció Riambau. «Fue un breve periodo de tolerancia que arrojó 15 o 20 películas, pero después algunos se tuvieron que ir a Madrid a hacer cine convencional como Vicente Aranda o Gonzalo Suárez, Joaquim Jordá se fue a seguir haciendo cine a Italia,...», añadió. Y el globo se pinchó en el 69, tres años después de inflarse.
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