Con dos abrazos terminan la película irlandesa 'La niña silenciosa' y la islandesa 'Seres hermosos', máxima expresión emocional en la mañana de la Sección Oficial de ayer. Siendo películas sobre la infancia y la adolescencia contemporáneas con los sentimientos a flor de piel, el ejercicio ... de contención no pudo ser más extremo. Así que es fácil salir de la sala agradeciendo a los romanos que nos latinizaran. Compensó la terna 'El caftán azul', de Maryam Touzani, una honda historia de amor a dos bandas en el Marruecos de hoy.
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La joven actriz Carrie Crowley es Cáit, 'La niña silenciosa' (The quiet girl). A sus nueve años conquista con su candor y sus sigilosas maneras para dar vida a un personaje que vive pidiendo perdón por existir. Nace en un hogar irlandés que espera el sexto hijo. Sus hermanas, sus padres, sus compañeros de colegio le reprochan su silencio. Así que los progenitores, que tampoco le prestan demasiada atención, le envían a pasar el verano con unos parientes lejanos. En esta segunda granja, transcurre en la Irlanda rural, descubrirá lo que no tenía en su casa, el respeto de los mayores, la consideración como persona, en definitiva, el amor familiar fuera de los lazos biológicos.
Colm Bairéad adapta el relato de Calire Keegan 'Foster' y lo rueda en un gaélico lo que condicionó el casting de la protagonista. El proceso de adaptación de la niña a la pareja de acogida, la creciente complicidad, la comunicación gestual, se suceden ante la cámara de Bairéad que llena los silencios con sugerentes imágenes, cargadas de pistas sobre el misterio de esa casa llena de cariño y de una ausencia.
Del preciosismo de 'La niña silenciosa' a la violencia de 'Seres hermosos', película islandesa de Gudmundur Arnar Gudmundsson. Disfuncional es la familia de Cáit al igual que la de Addi, el protagonista islandés. También este sufre el acoso de sus compañeros de clase, en especial de los tres macarras oficiales, en grado salvaje.
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Las desgracias cercan la vida del chaval que pasa a formar parte de la banda, primero en calidad de mascota. Peleas pandilleras, alcohol, tabaco y drogas van subiendo la apuesta de bravuconada a delito. El mayor abusador acaba sufriendo abuso, el débil resulta ser el más fuerte y las compañías de conveniencia terminan por destilar una amistad verdadera.
Víctima con causa
Gudmundsson mira el envés de las encuestas oficiales que señalan a la juventud islandesa como una de las más sanas de Europa para señalar la violencia que se desborda fuera del campo de visión de los adultos. Estos chicos nacieron seres hermosos entonces ¿en qué momento dejaron de serlo? ¿cuándo se torció la bondad rousseauniana? ¿qué papel juegan padres y profesores, alimentan monstruos? El director los pone en tela de juicio. La madre del culpable le pide que confiese la verdad, que no encubra a sus amigos, y cuando este le confiesa sus actos, le recomienda silencio.Moral a conveniencia desconcertante para los menores como en la danesa 'Nada'.
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Gudmundsson no da tregua al espectador incomodándole insistentemente con la agresividad in crescendo de las escenas. Addi tiene ADN de víctima hasta el último momento, la diferencia respecto al comienzo es el amigo ganado y la distancia con su familia. Los demás evolucionan hacia cierta humanización, en destinos separados.
Amor a dos bandas
El público aplaudió presto en la primera proyección de 'El caftán azul', de Maryam Touzani. La directora, que ya presentó en este festival 'Adam', vuelve con su cine de pocos personajes y enfoque intimista. La sastrería de Hamil y Mina es el epicentro de una historia de amor entre tres.
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Touzani se recrea en los colores y texturas de sedas, terciopelos, paños y pasamanería. El trabajo artesanal conlleva una cadencia que traslada a las vidas de los protagonistas. Su cámara registra el mimo en la costura, en la comida, en el cuidado de Mina enferma, en el movimiento.
La llegada de un nuevo aprendiz, despierto, diligente y bello, perturba al matrimonio. Los encargos se acumulan y tienen que hacer un lujoso caftán azul a tiempo. La factura de la prenda resulta ser la cuenta atrás hacia el desenlace.
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Touzani (Tánger, 1980) aborda la homosexualidad en un país en el que está prohibida, en la estela de literatos de su generación como Abdela Taia o Leila Slimani que, como ella, trabajan desde Francia. El hamman es el refugio de los hombres y el baño, una regresión al útero materno. La acompaña con una música que distingue esas visitas, en las que también hay encuentros sexuales. Mina antepondrá el amor a cualquier otro sentimiento y anima a su marido a hacer lo mismo cuando ella no esté.
La realziadora y actriz encuentra el tono para un hermoso guion y unos excelentes intérpretes, sometidos a continuos planos cortos. Como viene siendo habitual en esta edición, el metraje se extiende demasiado cuando el final se vislumbra una hora antes.
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Nabil Ayouch es el productor y marido de Maryam Touzani que también conoce la Seminci, en cuya 57 edición , ganó la Espiga de Oro con 'Los caballos de Dios'.
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