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Las razones y los apoyos de una mente integrada en el islamismo. La estética desarrollada por una directora india para reflejar los suburbios de Bombay. Universos lejanos, abiertos de par en par en el balcón de la Seminci.
'Oray', primer largometraje de Mehmet Akif Büyükatalay, penetra desde el primer minuto en la cultura islamista a la que pertenece el director y guionista de origen turco-serbio, nacido en Alemania. Pero el Islam no es solo un marco de actuación, sino el baño y la atmósfera de cualquier movimiento, de cualquier decisión. Oray, su protagonista, declara en la secuencia inicial que vivía desconcertado hasta que descubrió el Islam. Todo lo que hace se filtra desde entonces por esa guía espiritual. Con ello tiene que ver la anécdota narrativa central, una palabra que pronuncia tres veces ante su esposa, «talaq», y que según los imanes que consulta puede obligarle a separarse de su mujer durante tres meses, o incluso a un divorcio definitivo. La cuestión de fondo no es solo la obediencia estricta a una religión, sino la pertenencia a un grupo de fieles, a una comunidad. «Solo sobrevives en comunidad. Sobre todo en Alemania», le dice el imán. En definitiva, es su identidad lo que está en juego. Ser musulmán, sentirse parte de algo. Un problema que trasciende el islamismo. El acierto narrativo de la película es el punto de vista que elabora, un observatorio desde el que se puede observar y juzgar sin exclusiones ideológicas previas. En ese acomodo flexible cabe el rechazo de los no creyentes, las modulaciones de los católicos, o la identificación de los islamistas. Y siempre en las inmediaciones de Oray, al que la cámara se pega en una realización sobria y calculada. No hay conclusiones, la discusión queda abierta y también la sospecha de que la relativa firmeza que rodea al protagonista puede quebrarse en cualquier momento. Esa ortodoxia estrictamente masculina solo sobrevive con las trampas, con los burdeles o el alcohol que se intuyen antes o después de los rezos sobre la alfombra. Una obra modélica para cualquier debate sobre el Islam. Y sobre las religiones.
Con 'Moothon' nos trasladamos a otra realidad, y a otro enfoque artístico. La sobriedad y la contención desaparecen, barridas por la estética abigarrada de la directora india Geetu Mohandas. Es una narración multiforme, como una diosa india con varios brazos que no son fáciles de manejar. Una parte de la historia se centra en una niña que oculta su identidad sexual, y que se tiene que defender en los barrios pobres de Bombay. Pero dentro de esa historia se agazapa otra, en forma de flash back, que se desarrolla en un marco idílico de playas blancas. Para cada una de ellas, su forma. Barroca y violenta la de las barriadas, delicada y al borde de la postal de atardeceres la de la costa. El encaje y la comunicación entre ambas no es tarea sencilla para el espectador, que tiene que leer entre líneas, entre planos, algunos sucesos y muchas sugerencias. Hay además matices culturales y sociales que escapan al receptor lejano, desde rituales autolesivos hasta la aceptación de la homosexualidad o el travestismo en la India. Demasiados brazos para llevar a buen puerto la obra de esta directora que tiene a Pedro Almodóvar entre sus preferidos.
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