Pasó, se hizo, lo logró. Lo conseguimos un poco entre todos. La 65ª edición, que hoy pasará a la historia como 'la Seminci del toque de queda', pasó con bien. Todo lo bien que puede hacerlo un festival en pleno pico pandémico e inaugurado con ... películas y estrellas, pero sobre todo con un insólito e inoportuno toque de queda a las 10 de la noche.
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Algunos decían y dicen que no estamos para películas. Puede que tengan razón; otros pensamos que hay que defender, con todas las medidas de seguridad del mundo, lo que nos hace humanos. En ese sentido, mantener a flote la Seminci en condiciones tan adversas ha sido un acto de resistencia, una llamada a seguir reuniéndonos, aunque sea a mayor distancia, en ese acto social del cine compartido en pantalla grande, una nota de color en mitad de un mundo que se nos ha vuelto demasiado gris.
Lo de que el mundo está gris lo comprobamos cada día, por desgracia, pero también nos lo han recordado las películas proyectadas. En su contenido, con dramas, tristezas y tragedias, si bien también nos han transmitido alegría, humanidad y esperanza (no se pierdan, hoy o cuando se estrene comercialmente, la gozosa película de clausura, la francesa 'El triunfo').
En lo meramente estético, también estamos en la gama de grises. Será casualidad, pero que cuatro de las trece películas que optan a la Espiga de Oro que se dará hoy hayan elegido utilizar fotografía en blanco y negro, entre ellas las dos que cerraron ayer la competición, tiene que ser una señal de algo. El año que viene, más. Y a todo color, por favor.
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