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Las historias de terror que no van más allá del susto le dicen poco a Pedro Martín-Calero (Valladolid, 1983). Su reto tras la cámara pasa más por transmitir emociones complejas, de ahí que prefiera que 'El llanto', su ópera prima, se valore como ... una cinta «psicológica». Con ella ha sido distinguido en la sección oficial del Festival de Cine de San Sebastián como mejor director en un galardón compartido con la directora lusa Laura Carreira ('On Falling').
Con esta cinta recalará en la Seminci, dentro del ciclo de proyecciones especiales este vallisoletano, más conocido por trabajos en publicidad que por su presencia en rodajes. Ello no le impidió conquistar al jurado de San Sebastián a un cineasta que no olvida el tiempo de disfrute durante su adolescencia y su juventud entre las butacas de la Seminci, «una ventana al mundo en mi propia ciudad». Del ambiente «de cine que impregna Valladolid cada octubre» permanece imborrable su recuerdo de «tertulias en los cafés comentando las películas con amigos».
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Al recoger el premio en San Sebastián llamó «a la responsabilidad de todos» para acabar con la violencia machista, tema que aborda en el filme protagonizado por Ester Expósito, Mathilde Olliver y Malena Villa.
Entre tanto, el presente le depara una gran proyección a este realizador de 41 años, antiguo estudiante del instituto Núñez de Arce, alumno de Imagen y Sonido –también en Valladolid- antes de pasar a la Escuela de cine de Madrid. Varios trabajos en el mundo de la publicidad le llevaron a Londres, donde ha vivido varios años especializándose en videoclips, guiones y fotografía, valioso bagaje de conocimientos que le ha servido para dirigir 'El llanto'. «Rodar este filme fue un objetivo vital, así que hubo un momento en el que me lancé a ello», apunta el cineasta sobre unos inicios que ahora han fraguado en este proyecto en el que, reconoce, ha volcado «miedos y sensaciones latentes en forma de largometraje». Comenta también que cuando se encuentra en el set de rodaje se siente cómodo, «es como un lugar al que pertenezco, me sale de dentro lo que hago, es algo visceral, no intelectualizado».
Es consciente de que la impronta de sus creaciones publicitarias venía ya marcada por un estilo visual con una «tensión intrínseca» que algunos compañeros asimilaban al género de terror. «Yo no soy un fan de este tipo de cine, que a la gente que le gusta le atrapa mucho, lo ve todo». Lo que le ha impulsado a dedicar tanto empeño a un proyecto cuyo guion empezó a escribir en 2019 es contar cómo la violencia y el dolor afecta no solo a las víctimas. «De alguna manera se transmite a la gente que hay a tu alrededor, a tus seres queridos. Si no se separa esa violencia, acaba extendiéndose, creando una cadena de dolor difícil de romper».
Abrumado aún cuando toma conciencia de la montaña de obstáculos salvados desde que comenzó a escribir el guion hasta ver el filme en la parrilla de los festivales de San Sebastián y Valladolid, tiene muy presente una lección: «Hasta que no te enfrentas a un largo no estás preparado del todo, porque los problemas que surgen lo son a una escala mucho mayor, sobre todo cuando no tienes dinero, como es el caso».
Lo que ha tenido muy en cuenta al rodar 'El llanto' ha sido la idea de «no perder la perspectiva de lo que quieres contar, mantener fijo el foco al escribir la historia», revela sobre un filme envuelto en «una atmósfera muy tensa, de una exposición brutal; de alguna forma la película no soy yo pero hay mucho de mí. Por eso tengo mucha curiosidad de ver cómo reacciona el público ante algo que ha costado tanto esfuerzo».
En estado «aún muy embrionario» aguardan dos guiones en los que está trabajando este vallisoletano convencido de que su oficio tiene mucho que ver con la cantera semincera de la que formó parte «sentado en una butaca del Roxy, del Casablanca, del Calderón... Soy de Valladolid y desde niño me he educado acudiendo a la Seminci, por eso me emociona acudir al festival de mi ciudad que tantas veces frecuenté y tanto me ha marcado».
Hijo del pintor vallisoletano actualmente afincado en París, Gonzalo Martín-Calero, durante la entrevista telefónica recuerda que está sentado en un despacho frente a unos lienzos salidos de la paleta de su progenitor. «Es hermoso estar hablando y tenerlos delante», comenta este apasionado del cine del polaco Krzysztof Kieślowski, con especial mención al título 'Tres colores: azul' (1993). «Es un director referente para mí por aunar emotividad y humanidad, y también por lograr una perfección técnica brutal». Entre la filmografía que le dejó huella cita 'Adiós, muchachos' (1987), de Louis Malle.
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