El festival se asomó ayer a la ventana del cambio climático, abierta hace cinco años con una sección desde la que se pretende ahondar en la ola de sensibilización mundial frente a la situación de emergencia que vive el planeta. Mientras las iniciativas ciudadanas se ... multiplican en diversos países reando un sentimiento de movilización colectiva que trasciende fronteras y pasaportes, desde la política se adoptan medidas a regañadientes y siempre bajo la presión liderada por colectivos ecologistas.
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De esa batalla que involucra a gobiernos, empresas y ciudadanos concernidos habla 'Santuario', el filme de Álvaro Longoria. Si en otros proyectos Greenpeace se distinguió por utilizar novedosas tácticas para llamar la atención de la opinión pública, en los últimos años ha optado por involucrar a personajes del cine y la música como la actriz Emma Thompson o el pianista Ludovico Einaudi para sus campañas. En esta ocasión echa mano de los hermanos Javier y Carlos Bardem, también productores y actores del documental. Durante una semana ambos subieron a bordo del rompehielos de Greenpeace 'Arctic Sunrise', implicados en una campaña internacional para preservar el Océano Antártico y convertirlo en el mayor refugio de especies marinas de la Tierra, poniéndolo a salvo de la contaminación, la amenaza de la minería y la esquilmación de su fauna marina.
Javier Bardem, reacio hasta entonces a usar las redes sociales, se involucró de lleno en la causa, contando junto a su hermano su experiencia cotidiana durante ocho de los noventa días que duró la travesía, incluida una inmersión en un submarino biplaza a 274 metros de profundidad que el filme resume con espectaculares tomas del fondo marino donde aún no han llegado bolsas de plástico ni otros restos de contaminación.
En contraposición a la estampa de un entorno natural idílico de hielo, ballenas, pingüinos, silencio e inmensidad, la tierra que empieza a ser hollada por decenas de viajeros llegados en cruceros. Y la pesca masiva de kril, un crustáceo, que constituye la alimentación de la mayor parte de la fauna marina, cuya captura industrial amenaza con agotar la zona alterando gravemente el ecosistema marino.
La batalla ideada en redes sociales planteaba sumar 1.800.000 firmas, tantas como kilómetros cuadrados de la superficie a proteger. Pero la respuesta se desbordó y casi se alcanzaron tres millones exigiendo la firma de un tratado de protección de la zona en una comisión de la ONU.
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Javier Bardem fue recibido por representantes de los gobiernos de Alemania y Reino Unido y otros políticos europeos proclives a preservar el Océano Antártico, pero el clima de esperanza existente antes de la cumbre se derrumba con el 'no' de Noruega, Rusia y China. El filme muestra cómo la decepción en Greenpeace redobla las ganas de adoptar nuevas estrategias de presión y concienciación para convencer a más gobiernos. La lucha se cobra una pequeña victoria al lograr que las empresas noruegas renuncien a capturar kril en la zona de la Antártida.
«El mundo está listo para el cambio, pero los políticos no», comentó Javier Longoria al inicio de la proyección, presentada por la concejala de Medio Ambiente, María Sánchez, en el Teatro Zorrilla. Longoria logra contar las diferentes facetas que sostienen una campaña de Greenpeace: la divulgación científica, la diplomacia a través del contacto con políticos y la mediática, implementada desde las redes sociales.
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«Los políticos siempre son los últimos en reaccionar, es la opinión pública la que tiene que hacer presión para que cambien de parecer los gobernantes; y lo mismo pasa con las empresas. Ahora mismo hay una creciente conciencia ciudadana de que el mundo está preparado para un cambio radical, es consciente de que el crecimiento infinito no se puede sostener porque nos cargamos el planeta».
Con todo, Longoria se muestra esperanzado de que la concienciación colectiva se plasme en cambios en lo más cercano, donde ya aprecia algunos avances impensables hace no tan poco: «Estamos rodando una película con Javier Fesser y en vez de agua en botellas de plástico se utilizan botijos».
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También de comunión con la naturaleza y de solidaridades compartidas trata 'Apurímac. El dios que habla', un documental de apenas cuarenta palabras en quechua sostenido por las imágenes a las que acompañan los sonidos captados durante el rodaje y música con boles tibetanos, ocarina y percusión.
En Perú, a 3.700 metros de altura, cuatro comunidades incas renuevan cada año un ritual que simboliza un canto al trabajo en común y la armonía con el vecino. Formadas por unos 1.800 miembros, mil de ellos, mayores y pequeños, se dedican a trenzar sogas con pies y manos que dan lugar a gruesas estructuras que se emplearán durante cuatro días en armar un puente colgante que sustituirá al tejido el año anterior, que cae sobre el río Apurímac mientras el levantamiento del nuevo es festejado con bailes y música en recuerdo de la tradición inca de trabajo comunitario.
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«Vivo en Buenos Aires y a diario veo cómo en las ciudades hemos perdido la mirada en el otro, que he encontrado en esta zona de Cusco», relató ayer Miguel Mato, realizador de 67 años, al público en los cines Broadway. Esta es su décima película y ya ha probado las mieles de la Seminci cuando en 2008 cosechó el galardón de Tiempo de Historia con 'Homo viator'. «Con 'Apurímac...' he intentado que el espectador conozca otras formas de vida, he buscado transmitir un mundo diferente donde prima la mirada al otro, sin alguien que te acompañe la montaña puede con la persona».
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