Uno influido por Apollinaire, otro discípulo de Juan Ramón Jiménez. Uno hijo del revolucionario dadaísmo y padre del surrealismo, el otro adscrito a la poesía pura. Uno de París, el otro de Valladolid. Louis Aragon (París, 1897- 1982) de espíritu crítico y alejado de tendencias, Jorge Guillén (Valladolid, 1893, Málaga, 1984) vinculado a un grupo formado e intelectual como la Generación del 27.
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Los dos sobrevolaron ayer la Casa de Cervantes con motivo de la primera de las cuatro sesiones planteada dentro del ciclo de 'Poesía atópica', un estreno en el que Pere Gimferrer conectó los caminos literarios de Aragon y Guillén desde sus orígenes e influencias hasta el último de los días de sus longevas vidas. Con un discurso algo atropellado pero con una mente lúcida y brillante, el poeta catalán (Barcelona, 1945) encontró paralelismos en la métrica, estética, e incluso en los entornos literario y temporal de ambos personajes, centrándose de manera especial en la etapa última de sus vidas. Perteneciente, y para muchos la mano inductora del movimiento de los Novísimos –producto de la antología Nueve novísimos poetas españoles de Castellet que está próxima a cumplir 50 años–, Gimferrer inició su exposición aludiendo a dos poemas de Claudio Rodríguez para hacer mención al tiempo inclemente y 'viento de primavera' que le recibió en Valladolid.
«Los dos tuvieron en común la presencia de la guerra en sus vidas, eran poetas consagrados cuando se produce el estallido de la guerra y es después cuando se produce una metamorfosis en ambos», apuntó ayer Gimferrer, Premio Nacional de Literatura con tan solo 21 años. «Aragon llegó a estar oculto en un arcón, y Guillén tuvo que superar los incidentes dramáticos que todos conocemos». Y ante el drama, ambos reaccionan plasmándolo en su obra y forma de escribir. «La estética de Guillén se conformó entre el 28 y el 36, pero no fue hasta el año 50 cuando se produce un cambio decisivo. Usa siempre una métrica clásica y también combinatorias con versos de arte mayor y menor», explicó, citando a Goethe –cuando decía aquello de 'solo la alta poesía es traducible'– para recordar la fidelidad tanto de Guillén como de Aragon con sus respectivos idiomas.
Mientras Guillén tuvo que afrontar el final de 'Cántico' –una de las obras más reconocibles, junto a 'Clamor', 'Homenaje' y 'Final' en palabras del ponente–, Aragon «desconcertó» a unos y a otros por su respuesta al proceso evolutivo de la rima francesa. «Estaba sujeta a una fonética muy rígida y convencional, y él quiso probar. Por un lado no podía regirse con normas convencionales porque la fonética evolucionaba; y por otro, se apuntó a las rimas chocantes y semánticamente absurdas», reconoció el catalán, miembro de lo que Castellet vino a llamar la 'coqueluche' de los Novísimos para referirse a los poetas más tiernos de este grupo.
Gimferrer mencionó el exilio que vivió Guillén antes de pasar sus últimos días en Málaga, conectando este escenario con la etapa en la que Aragon, vinculado al Partido Comunista francés, resultó reprobado por publicar un dibujo de Picasso tras la muerte de Stalin en la revista que dirigía. «Aragon tuvo críticas muy desfavorables en Francia en los últimos días de su vida, le achacaron el uso y abuso de poder cuando lo tuvo», apuntó, estableciendo una comparación con la «difícil circulación que tuvieron 'Clamor' y 'Homenaje' en la España tardofranquista.
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La segunda sesión del ciclo 'Poesía atópica' tendrá lugar en la Casa de Cervantes el próximo lunes 16 de abril con la intervención de Guadalupe Grande sobre 'Josefina Plá y Justo Alejo. Canon, restricciones y márgenes'.
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