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El Rincón de Galatea: La de vueltas que da el rollo

El Rincón de Galatea: La de vueltas que da el rollo

Había que encerrarse sin saber por cuánto tiempo, había que cambiar rutinas. Estábamos obligados a ver la vida -y trabajar, aprender, relacionarnos-, por ventanas electrónicas y un rato también por las convencionales.

Viernes, 22 de mayo 2020, 20:04

(*Cada semana, José María Cillero escribe sobre la actualidad cultural de Castilla y León y de todo el mundo. Si eres suscriptor, apúntate aquí a esta newsletter.)

Quizá porque los sentimientos, las sensaciones y los estados de ánimo de estos últimos meses hayan transformado los habitualmente manriqueños ríos que son nuestras vidas en auténticas y ojalá temporalmente procelosas aguas bravas, recordar ahora aquellos primeros días del confinamiento, allá por el ¿lejano? ¡recóndito! mes de marzo, pueda producirnos cierto deje de nostalgia. Nostalgia por todo lo perdido, pero también por esa ingenuidad con la que afrontamos los primeros pasos de un cambio brutal que entonces nos podía parecer hasta cierto punto divertido por novedoso. Había que encerrarse sin saber por cuánto tiempo, había que cambiar rutinas. Estábamos obligados a ver la vida -y trabajar, aprender, relacionarnos-, por ventanas electrónicas y un rato también por las convencionales. Todo, antes de que se empezaran a suceder las inasumibles cifras de contagios y muertes, con un aire de campamento juvenil, con cierto aroma de simulacro más o menos inocuo, pero también con el desamparo que le produce al ser humano del siglo XXI, tan equivocadamente seguro de dominar el mundo, la sensación de caos ante un acontecimiento para el que no le sirven ninguna de sus experiencias previas.

Dicen los estudiosos del comportamiento que ante esa sensación de inseguridad, la primera reacción del género humano es la de distanciarse de los desechos, sobre todo de los propios. La inercia por buscar en la higiene seguridad sanitaria, multiplicada por el efecto contagio -ese por el que a un dubitativo comprador en rebajas se le antoja del inmenso montón de prendas el sueter que se está probando otro comprador y del que no hay más existencias-, unidos ambos al síndrome de la acumulación acentuado por el miedo, convirtieron el papel higiénico durante las primeras semanas de la alerta sanitaria en el auténtico producto estrella, el gran fetiche de las compras.

El papel higiénico comparte procedencia china con el agente infeccioso microscópico acelular que nos ha traído hasta aquí. Hay referencias al empleo de ese material en tan imprescindible como innombrable uso en textos del siglo VI del gigante asiático, si bien no se inicia su producción específica con tal fin en ese país hasta el siglo XIV. En Occidente comienza su fabricación en 1857 (por cierto, tres años después de que El Norte de Castilla, este periódico, pusiera en marcha su apuesta por otorgar al papel un uso igual de esencial pero infinitamente más noble) y aunque hoy en día se alerta de los perjuicios de su elección como la más idónea solución higiénica, para siempre quedará su uso como fuente de inspiración artística, como en la reciente obra de Bansky que ilustra esta carta, pero también como soporte donde el escritor Luis Goytisolo, durante su reclusión en una celda de castigo de la cárcel de Carabanchel, tomó sus notas para escribir su obra más ambiciosa, 'Antagonía', a comienzos de los años 70.

Viva el papel, es cultura.

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