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Pepe Jiménez Lozano.
El rincón de Galatea: Hay otros contagios (y están a mano)

El rincón de Galatea: Hay otros contagios (y están a mano)

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Pepe Jiménez Lozano, que giraba doble visita semanal a aquella vetusta redacción de Duque de la Victoria esquina con Montero Calvo a la manera de los médicos o los párrocos de la España vacía, se ha ido sin dar portazo

Viernes, 13 de marzo 2020, 18:18

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Esta semana hemos dicho adiós a un escritor, a un periodista y a un compañero de esta redacción, que se ha ido de la forma que él mismo habría escogido y que más casaba con su perfil de escritor secreto, de espíritu refractario a homenajes y lisonjas, con un desenlace rápido y discreto, «tú te enteras de que me he ido una mañana perezosa de lunes y a mí me dan tierra esa misma tarde», para así evitar elegías impostadas, para esquivar sobreactuaciones.

Pepe Jiménez Lozano, que giraba doble visita semanal -todo gorra y enorme cartera de piel- a aquella vetusta redacción de Duque de la Victoria esquina con Montero Calvo a la manera de los médicos o los párrocos de la España vacía, se ha ido sin dar portazo, como él quería, pero aquí se han quedado muchos que no querían que se fuera, que pensaban que no le tocaba irse, convencidos de que aún le quedaban un par de charlas, un par de bromas y otro par de libros y, casi con certeza, un encuentro relajado, con zapatillas de andar por casa, con los alumnos del instituto de Parquesol que lleva su nombre, esos mismos que hace apenas un mes le visitaron en su casa y pasaron una tarde en la que intercambiaron respeto y curiosidad, ellos y ellas, por sabiduría y cariño, él.

Qué idea se llevó Jiménez Lozano del tema de marras, que ya empezaba a exigirnos atención hace unos días, si bien aún sin la fuerza arrolladora que está teniendo ahora y que se ha llevado todo por delante, hasta nuestro estilo de vida. ¿Qué habría pensado apenas una semana después de dejarnos en este valle de dispensadores de desinfectantes de manos y de museos, escuelas, bibliotecas y teatros cerrados? Pues seguramente que había escogido bien su modo de vida en un pueblo pequeño, pero además, que el mundo se iba a la mierda cuesta abajo y no precisamente por la fuerza de microorganismos solo visibles con potentes microscopios, sino más bien por la capacidad del género humano del siglo XXI de pasar de los memes ocurrentes a los lineales de papel higiénico arrasados sin solución de continuidad, con absoluta falta de juicio desde el principio y casi hasta el final del proceso, justo cuando nos entra la conciencia de que hay que atender las prescripciones de quien sabe de esto -que casi nunca es un activo tuitero, ni un influencer, ni un cuñado, sino un científico y llegando a esa conclusión nos acercaremos más al modo de pensar de Pepe Jiménez Lozano, que siempre exhibió un respeto profundo por la medicina- y caemos en la cuenta de que pensando solo en nosotros mismos las cosas nunca se arreglan y que lo que es pasajero para unos, para otros puede ser letal y hasta que vale la pena adaptar aquella frase kennedyniana y dejar de pensar quién puede contagiarme a mí para llegar al más sabio a quién puedo contagiarle yo.

En estos días en que se cancelan hasta las bodas, con los museos y bibliotecas cerrados, sin música en directo, sin teatros, siempre -con permiso de san Netflix y de nuestra señora de HBO, investidos en agentes del perpetuo socorro por la gracia del streaming- se puede recurrir a ese amigo incapaz de contagiarnos nada que no sea sabiduría. Ese amigo con el que es posible viajar en busca de aventuras, al encuentro de otros mundos, de otras vidas, sin incumplir la recomendación de evitar los desplazamientos. Ese con el que conocemos a gente que a menudo nos acompaña para siempre sin tener que guardar distancias preventivas de seguridad y con la que no hay impedimento para el contacto físico.

Sí, ese amigo. Lo han adivinado. Pues, hala, lean, contágiense de la pasión devoradora de libros, que de esa forma estarán combatiendo el virus más peligroso con el que se enfrenta el género humano, la ignorancia.

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