El rincón de Galatea: cuando la amistad viaja en carta
Las newsletter de El Norte ·
«Reconcilia con el género humano, en su modalidad genios irrepetibles, la amistad que cultivaron durante décadas en la época más convulsa de la historia reciente de su país, Alemania, y de toda Europa, Thomas Mann y Hermann Hesse»
(*Cada semana, José María Cillero escribe sobre la actualidad cultural de Castilla y León y de todo el mundo. Si eres suscriptor, apúntate aquí a esta newsletter.)
Tal vez sea consustancial a los aspirantes a genios de cualquier disciplina artística poseer un ego ... de esos como para entrar a vivir, lo que conlleva, que además de su lucha vertical para alcanzar con su obra la cima absoluta del éxito y acceder a la inmortalidad, el pretendiente a número uno haya de librar una guerra continua y sin cuartel en horizontal para evitar que otro usurpe ese puesto privilegiado sobre el que, está convencido, detenta derecho exclusivo. La historia de la humanidad ha dejado multitud de ejemplos de rivalidades irreconciliables entre pintores, músicos, literatos...
Qué otra cosa es si no el ingenioso pero letal fuego cruzado que se dedicaron Góngora y Quevedo o Lope y Cervantes -en este caso, más el primero que el segundo- en pleno Siglo de Oro, o las andanadas del llorado Roberto Bolaño a su compatriota Isabel Allende, AKA como 'la escribidora' por el autor de 'Los detectives salvajes'; o el guantazo que le arreó Vargas Llosa en 1976 en México a un desprevenido Gabo, que ponía fin por la vía de los nudillos a una entrañable amistad entre dos premios Nobel y tal vez los dos genios más grandes de la narrativa hispanoamericana. Por no hablar de la lucha de machos alfa en el corral del existencialismo que enfrentó a Camus con Sartre por un quítame allá esa amante.
Por eso, porque lo contrario es lo frecuente, reconcilia con el género humano, en su modalidad genios irrepetibles, la amistad que cultivaron durante décadas en la época más convulsa de la historia reciente de su país, Alemania, y de toda Europa, Thomas Mann y Hermann Hesse, dos Nobel también y dos autores cercanos en lo generacional pero alejados en la concepción de la vida y por tanto de su obra, lo que no impidió el respeto y la admiración mutua, de cuyo testimonio da fe su correspondencia, recientemente reeditada en castellano por la editorial Stirner.
Y es que la condena del ego de tamaño familiar es alcanzar la ansiada cima del éxito a base de reivindicar el talento propio y negar el ajeno, lo que conlleva un fracaso rotundo como ser humano del candidato y convierte el trono de inmortalidad al que se aspiraba en pozo de miseria y mezquindad, que ya le hacen a uno ponerse intenso un viernes de enero.
El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a las vez.
Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Sesión cerrada
Al iniciar sesión desde un dispositivo distinto, por seguridad, se cerró la última sesión en este.
Para continuar disfrutando de su suscripción digital, inicie sesión en este dispositivo.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.