Rafael Álvarez 'el Brujo', en un pasaje de 'Esquilo, nacimiento y muerte de la tragedia'.

Rafael Álvarez 'el Brujo': «El espectador ha perdido calidad en atención activa e inteligente»

Aborda desde la tragedia griega 'Esquilo' el tema de la identidad en clave contemporánea, con un monólogo cómico que pone en escena este fin de semana en el Zorrilla

JESÚS BOMBÍN

Miércoles, 6 de marzo 2019, 21:56

De su memoria de 68 años no se ha borrado el recuerdo de su debut teatral en el papel de un reo condenado a muerte en una obra de Pío Baroja. Corría el año 1978 y, nada más salir a escena, sucedió algo que encauzaría ... su vena escénica: «A la primera palabra que pronuncié, el público empezó a descojonarse de risa. Hasta el punto que me mosqueé. A partir de ahí vi que los espectadores se tronchaban a reír y lo que he hecho ha sido trabajar lo que llaman la vis cómica, modularla para que no se me vuelva en contra». Rafael Álvarez 'el Brujo' (Lucena, Córdoba, 1950) sigue ejerciendo de juglar, cuarenta años mirando de tú a tú al patio de butacas, la mitad de ellos como actor en solitario, adaptando textos y metiéndose en la piel del Lazarillo de Tormes, Don Quijote, Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz. Este fin de semana su voz y sus gestos toman el Teatro Zorrilla con 'Esquilo, nacimiento y muerte de la tragedia', un monólogo sobre las tragedias griegas con engarces y guiños cómicos a la actualidad.

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–Su actividad teatral ha estado más volcada al Siglo de Oro español, ¿qué le lleva hasta Grecia y el siglo V antes de Cristo?

–Hice una inmersión en el mundo griego y quedé fascinado, viajé a Atenas y en la Acrópolis llamaron mi atención las cariátides de cuatro metros de altura. Me dijeron que estaban destinadas a estar adosadas a las paredes de los templos, de manera que la parte delantera se veía pero la de atrás no permanecía a la vista, quedando semioculto el espectacular labrado de los cabellos de las estatuas. Eso me conmovió, porque denotaba un respeto profundo hacia lo que uno hace. Me hizo pensar que era una civilización en la que el interior estaba valorado.

–¿Cuál es el espíritu de la adaptación de esta tragedia?

–El monólogo está basado en dos figuras centrales: Prometeo, de Esquilo, y Edipo, de Sófocles, y hago un juego de ficción, erudición y humor en el cual propongo que Edipo es una reencarnación de Prometeo, un dios que baja a la tierra para colocarse ante un destino terrible, dando una lección de cómo se enfrenta a él.

–¿Qué referencias a la actualidad utiliza para explicarlo?

–El público no conoce bien los clásicos, así que cuento las peripecias de la obra haciendo alusión a temas contemporáneos de política, los presidentes autonómicos o los partidos, es sencillamente una anécdota para captar la atención. Corinto estaba fronterizo con Tebas como Castilla-La Mancha lo está con Extremadura, y a Edipo se le cae el mundo porque le dicen que no es hijo de los reyes de Corinto. Imagínese que a Quim Torra le dicen que no se llama así, sino Heredia Vargas. Así de paso aprendemos la lección de que somos la contingencia del lugar, del apellido, pero si hay elementos que se cambian, ese esquema de la identidad se viene abajo y aparece una crisis existencial profunda que puede ser una oportunidad para la realización personal. Imaginemos que fuera verdad, que Quim Torra acude a una pitonisa de Montserrat y le dice que es Heredia Vargas y que su padre es un guardia civil franquista de Sevilla, y que en realidad lo adoptó una familia de Gerona. Creo que algo en su interior se resquebrajaría aunque tuviera que seguir manteniendo el tipo, pero de alguna manera algo en su mente cambiaría.

–Habla de la degradación moral y de la caída del ser humano a un estado más cercano a la animalidad que a la humanidad.

–Esto es así. La conquista de la humanidad es dura, ardua, larga, básicamente es la toma del concepto de la conciencia de que formamos parte de algo más grande que nosotros mismos, y eso incluye al otro, al diferente, incluso a los animales y al medio ambiente. Y ahora aprendemos que si se rompe ese equilibrio lo pagamos caro, y las consecuencias son desastrosas, esa es la conquista de la racionalidad, la humanidad y la conciencia de las cosas. Venimos de la lucha por la supervivencia, del quítate tú para ponerme yo. El género humano todavía no ha dado un salto decisivo hacia la fraternidad y la solidaridad. Civilizar esa fuerza y transformarla obedeciendo a la moral, la razón y la ética sería la conquista de un nivel más humano. Por eso el nacionalismo es una lacra, el 'América primero' de Donald Trump es lo mismo que 'Cataluña primero' o 'España primero'. El arte está obligado a entender que no hay primeros ni segundos, que cooperación y equilibrio son necesarios.

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–Una de sus disquisiciones se basa en la duda de si estamos predestinados o somos dueños del destino.

–Mi respuesta personal más allá de la obra es que estamos predestinados en un 80% y somos libres de cambiar en un 20%. Hay una serie de elementos que no te los quitas de encima ni queriendo, aunque siempre hay una posibilidad de ejercer tu propia libertad.

–Presume de que en todos sus espectáculos salta la risa. ¿Quién tolera menos el humor?

–La risa es el gancho para que el público entre en el juego que propongo. Además, relaja; el humor abre las puertas del entendimiento y la libertad y nos pone en una disposición mucho más idónea para entender cualquier cosa y compartir. La ausencia de sentido del humor es una falta de perspectiva sobre uno mismo.

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–¿Cómo ha visto cambiar al público desde el escenario?

–Lo he visto evolucionar hacia una indolencia que tiene su origen en los años en que proliferaron las cadenas privadas de televisión en España. Cuando empezaron a mediados de los ochenta empezó un proceso de deterioro en el público que afectó al teatro y a la actitud de seguimiento de la complejidad de los espectáculos. El espectador ha perdido calidad en la atención activa e inteligente. Es lo que hay, hemos tenido que trabajar con eso. Hay una cadena privada de televisión –que está en la mente de todos– que ha sido nefasta, ha hecho un daño impresionante en la sensibilidad del público. Colocarte ante la pantalla y que te den basura durante tres horas de forma pasiva es muy duro.

–¿A qué le tiene miedo?

–A las pruebas médicas. Me acojono un poquillo hasta que me dan los resultados. Y también al sentimiento de impotencia ante la injusticia.

–¿En la piel de qué personaje le gustaría meterse?

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–El rey Lear, de Shakespeare.

–Ha interpretado obras de místicos, le interesa el budismo, el islam, el cristianismo.... ¿Quién es su dios?

–El amor cósmico. Es una aproximación, porque mi dios es desconocido, lo que yo conozco y aprecio y experimento de ese dios en el que yo creo es el amor y la paz, el sentimiento de compasión hacia todas las criaturas.

–¿Medita a diario?

–Sí, hora y pico, por la noche también. Me aporta profunda paz, seda los nervios, baja la tensión, la regula.

–Brujo, ¿qué sabe de la magia?

–Que existe, es algo real. Lo que pasa es que la entendemos como algo propio de Harry Potter, pero la magia real es la transformación de algo en un elemento completamente distinto y eso es posible, transformarte a ti mismo, un material, todo lo que nos rodea es magia.

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–¿Qué le sigue animando a sus 68 años a subirse a un escenario?

–Primero, me da vida, juventud, vitalidad. Y segundo, que todavía con la edad que tengo no puedo jubilarme porque tengo hijos pequeños, es mi medio de vida para mí y mi familia, así que de momento, mientras Dios quiera, estoy en el teatro.

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