Puesta a punto de un milagro
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El Ministerio de Cultura repara y consolida el tejado de la Casa de Cervantes, un caso insólito de vivienda doméstica que ha sobrevivido más de cuatrocientos añosSecciones
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El Ministerio de Cultura repara y consolida el tejado de la Casa de Cervantes, un caso insólito de vivienda doméstica que ha sobrevivido más de cuatrocientos añosEstamos tan acostumbrados a que nos acompañe, con su ya legendaria presencia, que no terminamos de ser conscientes de que la Casa de Cervantes es un pequeño milagro. Es excepcional no sólo porque en ella viviera dos años, entre 1604 y 1606, el autor de 'El Quijote', que contempló en Valladolid la primera edición de la novela que le garantizó la inmortalidad. Ni tampoco porque aquí escribiera algunas de sus más célebres 'Novelas Ejemplares', como el 'Licenciado Vidriera', 'El coloquio de los perros', o 'El Consentimiento Engañoso'. Lo verdaderamente prodigioso de la Casa de Cervantes es que siga en pie, 419 años después de ser construida, siendo, como es, un edificio de viviendas modesto y popular. Ni un palacio, ni un convento.
La realización estos días de una ambiciosa obra de reparación del tejado y la cubierta del inmueble, a cargo de la Gerencia de Infraestructuras del Ministerio de Cultura, nos recuerda, en cierto modo, esa fragilidad que todo edificio tiene, y que suele condenar a la mayoría de ellos a la ruina y la desaparición. En el caso de la Casa de Cervantes, se trata de consolidar las planchas de la techumbre e instalar una línea de vida que permita en adelante un acceso mucho más fácil y seguro para las futuras tareas de mantenimiento. Y todo ello salvando el mayor número posible de las 4.800 tejas actuales, si bien será inevitable cubrir el hueco de las unidades rotas o desaparecidas con otras nuevas que se parezcan lo más posible, pues no hay réplicas perfectas, según explica la conservadora del museo Vanessa Pollán.
Hay que decir que las tejas actuales no son ni remotamente las del edificio original, levantado en el año 1601, y que ha sufrido, lógicamente, un gran número de reformas durante los más de cuatro siglos transcurridos, especialmente en el revocado de su fachada. Aun así, tienen cerca de un siglo de historia y están asociadas a la imagen de la Casa de Cervantes, lo que justifica el esfuerzo por respetar su aspecto en la medida de lo posible.
La reforma no obedece a una situación de emergencia, explica Pollán, sino que más bien se trata de una actuación preventiva. Y en su origen está la colaboración ciudadana. «Hace dos años un vecino con vistas a la cubierta desde su casa nos reveló el mal estado del tejado, con tejas desplazadas y roturas. Aquello inició un proceso administrativo que ha culminado en esta reforma», explica Pollán. Una intervención, sin duda, aparatosa que ha obligado a instalar andamios en las dos fachadas del edificio, para poder trabajar con seguridad en el tejado. Asimismo, ha sido necesario cubrir el patio interior con una malla protectora, en previsión de posibles desprendimientos. Incluso el busto de uno de los mecenas, el hispanista Archer Huntington, situado en el mismo patio, ha sido cubierto con una estructura de madera para evitar daños. La previsión es que la obra esté concluida este mes, en la confianza de poder reabrir el museo en septiembre.
Es la más reciente de las muchas reparaciones que, a lo largo de la historia, han permitido mantener en pie un edificio de resonancias míticas, por cuanto conserva, en cierto modo, la huella de la presencia de Cervantes. Y es que muchas de las estancias que se conservan, así como la escalera de acceso a la vivienda del escritor, las techumbres y otros espacios, están hoy casi como entonces. Estamos ante un edificio que ha logrado esquivar la condena del tiempo y salvarse de la ruina.
Y es que la desaparición hubiera sido con certeza el destino de la Casa de Cervantes si no se hubieran dado un conjunto de circunstancias verdaderamente excepcionales. La primera de ellas, ciertamente singular: es la única vivienda de la que sabemos con absoluta certeza que fue habitada por el novelista. Y lo sabemos gracias a un acontecimiento azaroso, el Proceso Ezpeleta, un procedimiento policial abierto para esclarecer el homicidio del caballero que le da nombre, y que se produjo la noche del 27 de junio de 1605, justo a la puerta de la vivienda donde residía el autor de 'La Galatea'. En ese proceso declararon muchos de los vecinos del inmueble, entre ellos Cervantes, así como las dos hermanas que vivían con él en Valladolid, y llegó incluso a ser encarcelado, junto a los demás, como sospechoso, antes de que las indagaciones revelaran que el autor del crimen no tenía nada que ver con aquella comunidad y todos quedaran libres.
De todo ello queda constancia escrita en el Proceso Ezpeleta, que en la época no dejaba de ser un documento administrativo más, pero que adquirió una repercusión completamente distinta cuando fue hallado a finales del siglo XVIII en el Archivo de la Cárcel de Corte de Madrid. Y todavía más cuando Antonio Pellicer incluyó un extracto del texto en su cuidada edición de El Quijote de 1797 y lo dio a conocer entre los aficionados a la obra cervantina y los expertos. Puede decirse que, a partir del descubrimiento del Proceso Ezpeleta se desató el interés entre los historiadores por encontrar la casa que aparecía citada como residencia de Miguel de Cervantes en Valladolid.
Tengamos en cuenta, no obstante, que ya habían transcurrido tres siglos desde que Juan de las Navas levantara aquel grupo de viviendas en la calle entonces denominada del Rastro Nuevo de los Carneros (hoy simplemente calle del Rastro). Hubiera sido de lo más normal que el edificio hubiera desaparecido, consumido por el desgaste del tiempo, o porque alguna reforma de la zona hubiera provocado su derribo. No fue así, lo que añade una segunda excepcionalidad a la historia. «Que se mantuviera en pie fue posible porque no dejó nunca de tener inquilinos, hasta 1854», explica la conservadora Vanessa Pollán. «Esto es muy poco frecuente, sobre todo en una vivienda humilde como ésta. Pero quizás fue justamente el tratarse de casas económicas lo que propició esa continuada ocupación».
De hecho, la propiedad de las viviendas pasó por no menos de una decena de manos durante este tiempo, hasta que el marqués de Vega Inclán, y Comisario de Turismo, el vallisoletano Benigno Vega, convenció al rey Alfonso XIII, primero, y al hispanista Archer Huntington, después, para comprar la casa de Cervantes y las viviendas colindantes con vistas a montar en ellas un museo que recordara su figura. Esto ocurría en 1912. Y el museo propiamente dicho se abriría al público en el año 1948.
Pero aún hizo falta la concurrencia de más circunstancias especiales para sostener en pie el edificio. Y es que, aunque el proceso Ezpeleta identificaba la vivienda, conforme al callejero de la época, faltaba ver a cuál de las casas actuales correspondía, dado que tenían una numeración diferente. Fue el catedrático de Economía y cervantista José Santa María de Hita el que despejó el enigma, no sin algún titubeo inicial. Por él quedó establecido que la vivienda de Cervantes era la casa 14 de la calle Rastro. Esto ocurría en el año 1866. Sólo un año antes, el inglés John Franklin Swift, que visitó la vivienda, daba fe de su lamentable estado de conservación, tras una década sin inquilinos. Así la encontró el viajero Swift: «Ahora estaba arruinada en extremo (…) No tuvimos la suerte de saber lo que había arriba. La suciedad de la planta baja nos prohibió más exploraciones».
Pero ¿qué ocurrió en las cinco décadas que separan la datación del edificio de la definitiva intervención salvadora de Benigno Vega y del rey Alfonso XIII? Pues lo que ocurrió es que hicieron falta muchas manos para 'apuntalar' el edificio con voluntarismo, siquiera fuera de forma intermitente y a trompicones, defendiendo su valor literario y llenándolo de actividades.
El primer intento de dar una finalidad cultural a la casa surge en 1872 de la mano de un grupo de jóvenes inquietos capitaneados por el poeta Emilio Ferrari, y del que forma parte también Ricardo Macías Picavea. Pero aquel primer ateneo cervantino apenas logró sobrevivir medio año. Más éxito tuvo, tres años después, el anticuario Mariano Pérez Mínguez –fundador de la sociedad que alumbró El Norte de Castilla– que creó la Sociedad Casa de Cervantes y fue el que concibió la idea de decorar el edificio con objetos y muebles de la época, con el fin de recrear el aroma de aquel tiempo, más que reproducir de forma literal la vivienda cervantina, que es un objetivo imposible pues el escritor se llevó con él todos sus bienes al marcharse.
El ex director de la Casa de Cervantes Jesús Urrea no duda en reconocer que en esta iniciativa está ya el esbozo del proyecto museístico de 1948. «Nos hallamos ante un plan director museístico muy similar a como se concibe en la actualidad». Aquella sociedad cervantina operó a pleno rendimiento entre 1876 y 1881. Y todavía siguió viva algunos años más, hasta desaparecer. Desde entonces, hasta la intervención de Benigno Vega, pasaron años de gestiones fallidas, o insuficientes, para comprar a sus dueños la vivienda, que, entre tanto, desocupada, seguía deteriorándose.
Afortunadamente, el interés de los historiadores preservó al edificio de la impunidad de una muerte anónima, lo que le proporcionó el suficiente apoyo como para seguir en pie.
Todos esos esfuerzos nos permiten disfrutar hoy de un espacio único, que no se corresponde exactamente con el que conoció Cervantes, pero que guarda una conexión directa con aquel y que nos permite hacernos una idea aproximada de cómo pudo ser su vida en Valladolid. Eso sí, conviene advertir a los visitantes que la recreación actual de la vivienda, por modesta que pueda parecer, es más espaciosa que la verdadera, pues ha incorporado el espacio de una casa anexa donde, en tiempos del novelista, había otra residente. La de Cervantes era una casa pequeña, abarrotada por media docena de miembros de su familia, que debía montarse y desmontarse a diario. Por la noche se desplegaban las camas que se recogían durante el día para poder hacer vida social. El museo despliega esos distintos usos en diversas estancias para ofrecer una visión completa de la vida cotidiana de la época, si bien esta operación no hace justicia a las apreturas que Cervantes debió pasar en Valladolid. Como tampoco el hermoso jardín actual permite hacerse idea de la pestilencia que debió soportar por la vecindad con un ramal maloliente de la Esgueva, hoy desaparecida tras su recanalización.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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