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La noche del 17 de marzo de 1987 el Ayuntamiento de Madrid cortó el tráfico: en el Teatro Lope de Vega se entregaban los primeros Premios Goya y los Reyes finalmente acudieron. Fue el Año Internacional de la Vivienda para las Personas Sin Hogar y ... aquí avanzaba frenética la España del ladrillo y cinco días antes, en Reinosa, una carga policial contra los manifestantes de Aceros y Forjas, que iban a despedir a quinientos trabajadores, se saldó con un muerto y más de cien heridos. Ese mismo mes el Fisco 'empapelaba' a uno de los mitos nacionales, Lola Flores, Lola de España, y ETA asesinaba al guardia civil Antonio González Herrera haciendo estallar 30 kilos de amonal en una furgoneta a la entrada del puerto de Barcelona. La España trágica y socialista se daba un respiro y se cosía su propia alfombra roja, como en los Oscar: el Hollywood castizo nació en la Gran Vía.
Hubo tráfago de famoseo: subieron las escaleras alumbrados por flases y nimbados por el glamur del celuloide Francisco Umbral y María España, Ramón Mendoza, Isabel Tenaille, Sergio y Estíbaliz, Gunilla von Bismark y Luis Ortiz, Alaska y Jorge Berlanga, Marujita Díaz, la Dúrcal y Junior, Analía Gadé, los Closas –padre e hijo–, Fernando Méndez Leite, etc. Ay, ubi sunt? La cuota política llegó con el ministro de Cultura, Javier Solana –silbadísimo a su llegada–, Fraga Iribarne, Álvarez del Manzano y el alcalde madrileño Juan Barranco. Así hasta mil quinientos invitados, que es el aforo del más representativo de los coliseos del Broadway madrileño. Se proyectó antes 'La aldea maldita' (1929), de Florián Rey, mientras el respetable escuchaba en directo la música compuesta para la ocasión por José Nieto. Ofició de maestro de ceremonias Fernando Rey, el más internacional y respetado de nuestros intérpretes: «Majestades, queridos amigos, buenas noches. Acéptenme como un humilde explicador», principió el actor favorito de Buñuel. Y el primero al que presentó Rey fue al notario Manuel Ramos Armero, que apareció por allí saludando tímidamente, costumbre que se ha perdido, pues los notarios dan fe de las cosas importantes y le dan rimbombancia jurídica a los premios. Veintidós películas optaban a quince galardones y la gran triunfadora fue 'El viaje a ninguna parte'. Su director, Fernando Fernán Gómez, no acudió a recogerlos porque nunca asistía a ninguna entrega de premios de la que no supiera de antemano que era el ganador.
El escultor Miguel Berrocal realizó la primera escultura en bronce del premio: la cabeza del pintor de Fuendetodos, que pesaba más de seis kilos y donde alojó un mecanismo con una cámara de cine en miniatura que, a su vez, representaba un mapa de España. El presidente de la recién creada Academia de Cine, José María González Sinde, tuvo que sujetarle el pesado galardón al Goya de Honor, el director de fotografía José Aguayo –torero en su juventud y quien había rodado con Buñuel y Orduña–. Y Fiorella Faltoyano y Garci pusieron la guinda y la chispa con la entrega del Goya a la Mejor película: «yo creo que un buen productor es el que lucha denodadamente por que la mujer del distribuidor no escriba el final de la película», dijo el cineasta. Memorables fueron las intervenciones de María Asquerino y Juan Antonio Bardem, que entregaron el Goya a la Mejor película extranjera de habla hispana; de Ana Mariscal y José Luis Gómez, que anunciaron el Goya a Verónica Forqué, que no pudo ir porque estaba en Cádiz en otros premios; de la grandísima Esperanza Roy y Juan Luis Galiardo, cuando la actriz poderosa dijo aquello de «todos los actores tenemos fama de aves nocturnas»; de Antonio Ferrandis y el genial Jaime Chávarri, que comentó irónico que «una vez me dijo un ingeniero de sonido que prefería las películas mudas»… Pero sin duda la sensación de la noche fue la escena que compusieron Sara Montiel, el productor Emiliano Piedra y el compositor Carmelo Bernaola, que entregaron con inteligencia, humor y complicidad el Goya a la Mejor música al grupo Milladoiro, cuyo nombre el músico no acertaba a pronunciar.
Hoy en las galas –del cine y de las otras– ya no se siente el milagro. Por segundo año consecutivo presenta el matrimonio de los Buenafuente-Abril; pero esto ya otra cosa, si ustedes me lo permiten.
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