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Mario Núñez, técnico de 'La brigada', descorre uno de los peines con cuadros de distintos formatos que se conservan en los almacenes del Museo del Prado. Virginia Chamorro

El Prado más oculto

A 30 metros bajo los pies del visitante que admira a Velázquez, un almacén custodia cuatro mil obras de arte, algunas firmadas por Rubens y El Greco. Es el espacio más discreto y desconocido de la pinacoteca

Sábado, 4 de enero 2025, 13:32

Hay obras maestras que lucen a ojos de nadie. Pinturas y esculturas que aguardan su oportunidad para salir a codearse con los más grandes. En ese compás de espera calientan banquillo miles de piezas almacenadas en las entrañas de El Prado. En esa remota cueva ... de los tesoros, a treinta metros bajo tierra, en las profundidades de las salas por donde transitan los visitantes que admiran a Goya y Velázquez, se oculta el espacio más discreto y desconocido del museo, un búnker de techos altos, enormes puertas forradas de material ignífugo y sembrado de cámaras de seguridad que custodia más de 4.000 piezas de arte solo en pinturas y esculturas que el público no ve. En ese amplio almacén, limpio, ordenado y luminoso, con un sistema de climatización específico (22ºC de tem peratura constante y un nivel de humedad sin apenas variación) duermen lienzos de genios como Tiziano, Rubens, El Greco, Zurbarán... que nadie puede tocar salvo 'la brigada', un equipo de ocho profesionales que visten de negro y llevan guantes de tela, los únicos autorizados a la delicada labor de trasegar con siglos de creación artística.

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En las estanterías metálicas de ese enorme sótano de casi mil metros cuadrados descansan esculturas romanas del siglo I; y en sus 212 armarios de cuatro metros de altura y mil kilos de peso, los llamados peines, se guardan joyas por las que darían un brazo muchos directores de museos. Los peines son unos paneles deslizantes que cuando se descorren sacan a la luz las maravillas que albergan. Puede ser un solo óleo de tamaño XXXL, como el bíblico 'Flevit super illam' del valenciano Enrique Simonet (17 metros cuadrados) o decenas de obras de formato más pequeño, como la exquisita serie de paisajes del pintor de origen belga Carlos de Haes. Son estos depósitos el fondo de armario de El Prado. Allí conversan con Morfeo las obras que no se exponen, 3.900 pinturas, 550 esculturas, 3.500 objetos decorativos, 7.800 grabados y más de diez mil fotos antiguas, que aunque no se ven hay que custodiar y cuidar.

Las pinturas, el material más valioso, son las que más entran y salen. Algunas verán la luz en exposiciones temporales, otras ocuparán el hueco dejado por alguna obra 'titular' de la exposición permanente (que ha sido prestada o está siendo restaurada) y otras muchas -las que no cumplen los estándares de interés y calidad artística para ser expuestas- seguirán inmersas en su letargo clamando una oportunidad.

«Hay mucha rotación. Cada vez que sale un cuadro en préstamo hay que sustituirlo por otro, pero también hay movimientos internos, obras que se llevan a la sala de rayos, a la de fotografía o al taller de restauración. Hacemos diez mil movimientos al año», resume Patricia Lucas, técnico del Registro de Obras de Arte, el servicio del que depende el maravilloso almacén del Museo del Prado.

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Historiadora del arte y restauradora, Lucas nos guía por los pasillos silenciosos de estos sótanos donde hay andamios móviles, escaleras y elevadores eléctricos para subir y bajar las piezas. En la sección de esculturas las más pesadas ocupan las estanterías más bajas para facilitar su traslado, pero en las alturas nos contemplan bustos romanos con dos mil años de historia, todos perfectamente identificados con su número de registro, el ADN que permite saberlo todo sobre su vida dentro y fuera del museo y comprobar sus movimientos.

6.000 metros cuadrados

de almacén. De ellos, 900 guardan pinturas, esculturas y artes decorativas.

Al otro lado del almacén de esculturas se extiende el de pinturas con sus peines y el mecanismo de apertura que hace que los paneles, con cuadros colgados por ambas caras, se deslicen por unos rodamientos que evitan cualquier vibración para no dañar la tela. Todo se cuida al milímetro.

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Mezcla de estilos

Hay casi cuatro mil lienzos guardados. No atienden a un orden temporal o de estilo concretos, por lo que es fácil encontrar una tabla medieval de autor anónimo junto a una pintura renacentista y otra del siglo XIX. «Abrir un peine es sorprendente y emocionante a la vez porque puedes hacer un viaje por la historia del arte en unos segundos», describe Fernando Pérez-Suescun, jefe de Contenidos Didácticos de El Prado.

Mario Núñez y Elena de la Peña, dos de los ocho técnicos de 'La brigada' -el equipo de movimiento y montaje de obras de arte- tiran de un peine y aparece una Inmaculada Concepción de José de Ribera. Tiran de otro y surge un ramillete de rosas y tulipanes del 'Florero' de Brueghel el Viejo. Con la cantidad de cuadros en la 'sala de espera' se podrían montar dos museos como El Prado, que tiene 1.500 obras expuestas, «pero no de su calidad». La excelencia de lo que se exhibe es alta y no resulta fácil 'salir' del armario para lucirse junto a los 'titulares'. Por eso se habla de El Prado como un museo «más intenso» que extenso. «El nivel es espectacular y no todo puede estar expuesto», coinciden Mario y Elena, que mueven y manipulan cuadros con el amor y el respeto con que fueron pintados.

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7.800 grabados

muchos de Goya. Apenas se exponen porque la luz los daña.

El criterio para que las tablas del almacén 'suban' a sala lo deciden los conservadores «en función del discurso expositivo», explica Patricia. No se trata de hacer un recopilatorio de todas las obras sino de ofrecer un discurso al visitante. Y últimamente se han incorporado más obras de pintura social y de mujeres artistas. Igualmente es el conservador quien dispone qué obra debe sustituir a una pintura cedida en préstamo. Y la política de El Prado en este terreno es muy generosa: unas 400 obras salen cada año a exposiciones temporales en museos de España y el extranjero.

3.900 cuadros

almacenados frente a los cerca de 1.500 expuestos al público.

¿Podemos encontrar algún tesoro 'cautivo' en el almacén? «Es que tesoros son todos», esgrime Mario. Y Patricia añade. «El almacén siempre aparece ligado a esa imagen de enigmático, de obras escondidas que acumulan polvo, pero ese halo de misterio no tiene nada que ver con la realidad. Es un espacio muy técnico, limpio y ordenado», concreta.

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Sin embargo, cada vez que se habla de los sótanos de la pinacoteca nacional surge el mito de los tesoros ocultos, un relato que alcanzó su apogeo en 2011, cuando una radiografía desveló que la 'Gioconda' de El Prado fue pintada a la vez que la de Leonardo Da Vinci del Louvre, lo que alimentó la leyenda. Ocurrió cuando el museo francés se planteó organizar una muestra sobre la célebre obra de Leonardo y se interesó por la Mona Lisa española, un retrato sin excesivo valor artístico (se pensaba que era uno más del centenar de versiones existentes), y que aun así siempre ha formado parte de la exposición permanente (sala 52B) al tratarse de la copia de un Da Vinci, de quien el museo no tiene ninguna obra.

Elena de la Peña, la única mujer del equipo de movimiento y montaje de obras de arte de El Prado, abre el armario que guarda el 'Flevit super illam', el enorme óleo que el valenciano Enrique Simonet pintó en 1892. Virginia Carrasco

La Gioconda plagiada se diferenciaba de la original en el fondo negro y en la ausencia del característico sfumato leonardesco, y antes de partir hacia Francia 'bajó' a los almacenes en su camino al taller de restauración para ponerla guapa de cara a su debut parisino. Allí, por medio de una reflectografía infrarroja y una radiografía, los restauradores sacaron a la luz el misterio que llevaba siglos oculto: el fondo negro escondía un paisaje, el mismo del cuadro del Louvre, por lo que concluyeron que nuestra Mona Lisa había sido realizada por un discípulo de Leonardo al mismo tiempo que éste la pintaba en su taller. El descubrimiento dio alas a la copia, que cobró una repentina fama alimentada por el rumor de que había sido rescatada de los sótanos. «Esa obra siempre ha estado expuesta en El Prado, pero pasó por los almacenes para ser restaurada y entonces se descubrió el paisaje. Yo la tuve entre mis manos», recuerda Mario, uno de los pocos privilegiados que ha tocado con sus dedos obras maestras de Velázquez, Goya o Rubens, su favorito. «Velázquez está por encima de todos, pero lo que ves en Rubens, con esas venas de los caballos a punto de explotar, solo lo hace él», arguye este licenciado en Historia del Arte de 56 años. Su compañera Elena, la única mujer de 'La brigada', dice que trabajar moviendo obras de tal calibre (la última un Giordano) es una responsabilidad «y un privilegio». «Sé la enorme suerte que tengo».

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Las pinturas que por sus dimensiones no entran en los peines se almacenan envueltas en rulos como este. Virginia Carrasco

Para estos brigadistas el almacén es el «corazón» del museo, porque «tarde o temprano» todas las obras pasan por allí en tránsito hacia el muelle de carga para un préstamo, porque las van a fotografiar o simplemente porque van a repintar una sala y mientras hay que guardarlas a buen recaudo. El último lienzo en parar en 'boxes' antes de viajar a una exposición temporal ha sido un Velázquez: el retrato de la reina Mariana de Austria, cedida a un museo de Pasadena (EE UU).

550 esculturas

se guardan frente a 322 piezas de la colección permanente.

Entre las obras importantes en viajes de ida y vuelta entre el almacén y la exposición permanente destaca 'Carlos IV y su familia homenajeados por la Universidad de Valencia', de Vicente López, que estuvo expuesto entre 2011 y 2015, unos meses en 2016 y de 2018 a 2021. O 'Santa Clotilde', de Sorolla, que hace casi cuatro años que no se ve. «No todo tiene cabida en la sala», insiste Patricia.

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Algunas de las escupideras de cerámica que se guardan en el depósito. Virginia Carrasco

Hay lienzos que por sus dimensiones no entran en los peines y se guardan enrollados en rulos de diez metros de largo y con la cara hacia fuera para proteger la pintura. De ahí salió 'Los comuneros de Castilla', un óleo monumental (455x760 centímetros) de Juan Planella, de 1887, que llevaba oculto 90 años en los almacenes de El Prado. Rescatado del rulo, fue restaurado y desde 2023 luce en las Cortes de Castilla y León en todo su esplendor. Como un verdadero tesoro.

Escupideras de cerámica, monedas, grabados y fotografías

Hubo un tiempo en que los visitantes del museo lanzaban sus esputos en escupideras estratégicamente colocadas en las esquinas de las salas. Esas piezas de cerámica sevillana forman parte de la colección de artes decorativas que El Prado custodia en sus almacenes junto a espejos, armaduras, monedas (unas mil, algunas de época griega y romana) o los estuches del famoso Tesoro del Delfín. En el resto del espacio (seis mil metros cuadrados repartidos en varias plantas subterráneas) se custodia la colección en papel, grabados y fotografías que se exponen con cuentagotas para evitar que la luz los deteriore.

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