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De fondo, una fotografía de San Pantaleón de la Losa (Burgos), aldea de doce habitantes, flanqueada por un bosque, cultivos y, en lo alto de la roca, una ermita. Una idílica postal rural enmarcada en un cielo azul con nubes como contrapunto al contenido de ... la conferencia 'La Tierra herida', impartida por el biólogo Miguel Delibes de Castro (Valladolid, 1947) en la Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción. Sobre una pantalla expuso datos de consumo de combustibles fósiles, de producción de fertilizantes, de superficie planetaria ocupada por cultivos y asfalto, de extinción de fauna y flora. «La Tierra, planeta vivo, es nuestro principal patrimonio, el más común de nuestros acervos. No mío o suyo, de estos o aquellos, sino de toda la especie, de la humanidad. Y también del resto de los seres vivos, pues dependemos unos de otros».
En 2005 el Delibes biólogo y el Delibes literato y periodista, padre e hijo, unieron sus plumas para escribir 'La Tierra herida: ¿Qué mundo heredarán nuestros hijos?'. «Desde entonces no han mejorado las heridas. Mi padre tenía 84 años, escribimos el libro en el verano de 2004 en Sedano, debatimos mucho y él era más pesimista que yo. Se iba a firmar el Protocolo de Kyoto y parecía que íbamos a conseguir limitar las emisiones de gases de efecto invernadero».
Director de la Estación Biológica de Doñana desde 1988 hasta 1996 y con una trayectoria ligada al parque, rememoró que ya antes de que Miguel Delibes publicase 'Un mundo que agoniza', en el que se recoge el texto de su discurso de ingreso en la RAE, su padre solía expresarle su preocupación ante las anomalías que percibía en el clima, el paisaje y los animales. «Cuando oía menos pájaros, escaseaban truchas y cangrejos y apenas había perdices se dio cuenta de que la naturaleza se estaba deteriorando. Mi padre pasó media vida al aire libre y lamentaba no haber pasado así la otra mitad», apuntó reseñando que el pasado 12 de marzo se cumplieron 14 años de su fallecimiento.
En su alocución ante medio centenar de asistentes a la conferencia habló sobre la autorregulación de la Tierra. «Los ciclos suben y bajan pero nunca se exceden de determinados niveles; si lo hacen, es síntoma de que algo no está funcionando bien. Ese ciclo cerrado donde todo recurso se aprovecha es la esencia de la vida». Explicó que el 54% de la superficie del planeta ha sido modificada para cultivos, tala y plantación de bosques, entre otros usos. Entre ellos, el 3% de la superficie es asfalto y hormigón, y el 46% se mantiene natural. «Todo ello ha afectado a la biodiversidad, generando competencia con las plantas y animales por los recursos, de modo que literalmente los expulsamos».
El investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) recordó que ya hace cuarenta años, durante una estancia en Estados Unidos, leyó en los periódicos anuncios en los que se ofrecían apicultores para polinizar campos con sus colonias de abejas ante la escasez de insectos silvestres. «Gastamos mucho más de lo que obtenemos y lo pagamos modificando la naturaleza. Los humanos invertimos treinta calorías para obtener una caloría de alimento, una cifra que se ha cuadriplicado desde 1970». A esta voracidad en el consumo de recursos no es ajeno el crecimiento poblacional, dijo, desde los 190 millones de personas en la época de de Jesucristo a los más de ocho mil de la actualidad.
Lamentó Delibes de Castro que del incremento de las emisiones de combustibles fósiles entre 1850 y 2019, el 53% se ha producido desde 1990, «cuando ya sabíamos que existía este problema». Ante la pregunta ¿sabremos frenar a tiempo?, expuso que «los datos científicos indican que no podemos seguir creciendo así, produciendo cada vez más nitrógeno, liberando CO2 a la atmósfera. Seguir como hasta ahora nos compromete el futuro. Está en peligro la habitabilidad de la Tierra para la especie humana». Recurrió al ejemplo de tres montañeros andaluces que aspiraban a coronar una cumbre y, a un día de alcanzarla, optaron por renunciar para no poner en peligro sus vidas debido a las complicadas condiciones climatólógicas que les hubieran impedido retornar a la base. «Igual que esos montañeros en riesgo, debemos cambiar de objetivo: sobrevivir en vez de seguir subiendo; nos faltan recursos y el reto debe ser sobrevivir como civilización».
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