Cocinero antes que fraile, fue bailarín estrella del Ballet de la Ópera de París, el más antiguo del mundo, hasta su retirada de los escenarios en 2011, para volver a dicha institución como director a finales del año pasado. Entretanto, en España estuvo al frente ... de la Compañía Nacional de Danza, tras lo que triunfó internacionalmente como coreógrafo 'freelance'. Espigado, elegantísimo y capaz de realizar las piruetas más portentosas sin esfuerzo aparente, José Carlos Martínez se muestra risueño, cercano y sin un atisbo de divismo.
-¿Un bailarín puede saltarse la dieta un domingo para tomarse el aperitivo?
-Nunca he tenido que hacer una dieta especial, siempre he comido todo lo que me apetecía. Y sí, es necesario tomarse un aperitivo y desconectar. Cuando tengo el domingo libre me tomo el aperitivo con los amigos. Pero algunos domingos hay espectáculo, por lo que, a veces, el día de descanso es el lunes.
-No sé si ha podido ver 'L'Opéra', la serie que se desarrolla en la institución que usted dirige.
-No la he visto todavía pero, por lo que me han contado, hay muchas cosas en la ficción que son como en la realidad, así que tendré que verla durante unas vacaciones de verano, porque me paso todo el día en la Ópera y, cuando termino mi jornada, no tengo ganas de ver una serie sobre mi trabajo. Aunque sería gracioso. A lo mejor, hasta me inspira.
-Entre otras muchas cosas, la serie cuenta lo jerarquizada que está la compañía.
-Eso es cierto porque, en realidad, la Ópera de París no es una compañía de danza, sino toda una institución: tiene 154 bailarines y, con un número tan grande de gente, hay que ver quién va a ser solista, y para ello hacen falta concursos de promoción interna. Además, puede haber un grupo bailando fuera, otro bailando aquí, en la Ópera Garnier, y un tercer grupo en la Ópera de la Bastilla. Yo, como director, estoy entre los tres. La Ópera de París es una microsociedad especial, un microplaneta con su propia vida interna.
-Llegar hasta aquí no ha tenido que ser fácil: con 14 años, y sin hablar una palabra de francés, entró en Cannes en la escuela de Rosella Hightower. Allí, su maestro José Ferrán le decía «¡Salta, salta, que si no te vas a Cartagena a vender camisas con tu padre!».
-Sí [risas]. Mi padre tenía una tienda de ropa en Barrio Peral en Cartagena que había abierto mi abuelo, y era la forma que tenía José Ferrán de decirme que o trabajaba o no bailaba. Yo salí de Cartagena y dejé a toda mi familia, a mis hermanos y a mis amigos, porque quería bailar. Tenía muy claro dónde quería llegar, sin saber muy bien lo que era ser un bailarín profesional.
-De la tienda de su padre a que Chanel engalane las escaleras de la Ópera Garnier.
-Pues sí [más risas]. Pero yo soy alguien muy normal. Evidentemente, participo de todo esto, pero no lo necesito para mi ego. Estos eventos forman parte de la vida cotidiana de la compañía, de trabajar con mecenas y de relacionarse con gente de ese nivel. Veo este tipo de galas con un toque simpático, como de estar en ese mundo sin formar totalmente parte de él.
-Usted tiene un soplo en el corazón.
-Sigo teniéndolo pero, felizmente, no ha ido a peor, y se ha podido gestionar con control. Y, aunque los bailarines trabajamos muchísimo porque hemos de llevar a nuestro cuerpo al máximo, que el baile fuera mi pasión ha hecho que, durante toda mi carrera, no lo considerara como un trabajo, sino como una suerte, la de poder vivir de lo que me apasionaba.
Motivar a los bailarines
-Cuando en 1988 entró como bailarín en el Ballet de la Ópera, Nureyev era el director, y le tiraba los termos de té a los bailarines. Usted no utilizará esos métodos, ¿no?
-No, no bebo té ni café, así es más fácil. Aquella era otra época, y Nureyev era un poco excesivo. Ahora es muy importante saber gestionar la parte humana dentro de la compañía, cómo acompañar a los bailarines en su carrera artística y motivarlos para que lleguen a estar lo más cerca posible de la perfección.
-¿Qué ha sentido al pisar la Ópera no como bailarín, sino como director?
-Ha sido inesperado. Yo estaba muy contento como coreógrafo 'freelance'. Después, apareció esta oportunidad, y presenté mi candidatura, pero sin pensar que esto podía ocurrir. De hecho, yo acostumbraba a venir para ver espectáculos de mis amigos y, el primer día que llegué en diciembre, tras ver 'El lago de los cisnes', pensé «voy a felicitar a mis amigos». Y, de pronto, me di cuenta de que tenía que hablar con todo el mundo porque era el director. Es el síndrome del impostor. Estás en un puesto, pero tienes la impresión de que no eres tú.
-Con tantas obligaciones, aún no ha tenido tiempo ni de buscar piso en París. ¿Y de salir por ahí con sus amigos? ¿Se atreven a bailar delante de usted?
-Suelo salir con mucha gente del mundo de la danza, así que no hay problema [risas]. Pero, ahora, todo es tan intenso y empieza tan temprano, que he limitado mis salidas nocturnas para sobrevivir. Tras estos meses, espero retomar mi vida personal.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.