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La demanda de Christopher Goldscheiner, viola de la Royal Opera House de Londres, le costó a su empresa un millón de libras. La exposición al ruido de las trompetas (130 decibelios, similar a la turbina de un avión) durante 'El ... anillo', de Richard Wagner, le provocó un 'shock acústico' y la incapacidad para volver a tocar. Los síntomas; dolor, náuseas y mareos. Aquello, que ocurrió en 2012, animó a las empresas de ocio británicas y a los seguros a cumplir con la ley del ruido (normativa europea), a tomárselo como una cuestión de salud laboral y a prevenir lesiones.
Isabel Turienzo, jefa de producción de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria, vivió este proceso en la City of Birmingham Symphony Orchestra (CBSO) y desde entonces esboza a los músicos profesionales las acciones para evitar los problemas auditivos. Ayer habló a los profesores de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León (OSCyL).
Por bella que sea la 'Quinta sinfonía' de Tchaikovsky estudiarla individualmente, ensayarla durante siete horas cuatro días y hacerla en concierto otros dos, la convierte en ruido para los músicos. La exposición continuada a los decibelios que suma la masa orquestal puede dañar los oídos de los intérpretes. «Para determinar la protección necesaria, hay que medir esos decibelios», apuntó Turienzo. «Según la ley europea, el nivel de exposición correcto no debiera superar los 80 decibelios. Pues bien desde que cogéis el instrumento a los seis años hasta que lo dejáis a los 65, siempre superáis esa intensidad». Al ruido objetivo y propio de la actividad musical, se une el del propio instrumento. «Si miramos los picos de ruido, más altos que el del trombón o el de una trompeta, es el del pícolo (118 decibelios) o el del violín (116), mientras que la trompa es de 107. Pero en ningún caso están por debajo del nivel de riesgo».
Tapones y pantallas acústicas
La protección frente al ruido «debe ser individual y de la empresa, que está obligada a ello». Entre las acciones institucionales Isabel Turienzo señaló «la formación, se incumple una ley que no se conoce. Se deberían planificar los programas según la sala, por ejemplo en los conservatorios no se observa esto. A veces tendrían que modificarse los escenarios, según la ley cada músico debiera disponer de dos metros cuadrados, pero eso es imposible, vosotros mismos lo rechazáis porque no os oís. Hay que buscar el punto medio entre estar pegados y muy dispersos. También se puede cambiar la disposición de las secciones para que no siempre estén los mismos expuestos al sonido de la percusión o del viento metal».
Turienzo recordó el uso de tarimas, «pero no de 10 centímetros, sino de al menos 50 centímetros de altura, para que el sonido del músico de atrás no impacte en la cabeza del de adelante». Las pantallas acústicas es otra medida común en las orquestas españolas «aunque no siempre son las adecuadas y dispuestas de manera más eficaz». Y sobre todo, el uso de tapones, cuya tipología es variada y su más sofisticado diseño es electrónico. Eso sí «habría que cambiarlos cada cinco años ya que son a medida y las orejas crecen». Realizar audiometrías especializadas regularmente, crear un banco de datos de la orquesta con dosímetros e implicar a la dirección artística en el cuidado de la salud fueron otras de sus recomendaciones. «Los directores no pueden ensayar en una dinámica constante de 'fortissimo', 'mezzoforte' como mucho. Y hay que decírselo. Por otra parte está demostrado que las orquestas tocan más fuerte por la tarde que por la mañana y más un sábado que un miércoles, por ejemplo». La conferencia fue organizada por la Asociación de Músicos Profesionales de Orquestas Sinfónicas.
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