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Maderas en vez de lanas, marfiles en vez de hueso, tornos en vez de máquinas de coser. Eduardo Francés Bruno vio como la crisis cerraba las fábricas textiles de Béjar, una tradición desde el siglo XVIII que murió en el XXI, también la de ... su familia. Entonces cambió los patrones de prendas por los de instrumentos cordófonos, su afición al violín y al repertorio barroco le llevó por otro camino convirtiéndose en luthier. Desde 2007 construye y repara violines, violas da gamba, chelos, contrabajos, lo que le ha devuelto al XVIII.
Entre sus mejores clientas, la chelista vallisoletana Amarilis Dueñas, a la que acaba de entregar su tercera viola da gamba. «Tiene siete cuerdas, la última para interpretar repertorio francés del XVII y XVIII. Es un modelo galo del XVII y le pedí para la cabeza una ninfa coronada en homenaje a Cristina de Noruega, que se casó por aquí y dice la leyenda que murió de pena. Tiene también dos runas talladas, la del tapiz del destino y la brújula de los vikingos para volver a casa», dice desde Alemania, donde estudia con Maria Kliegel. Eduardo Francés le ha construido también un chelo barroco, una viola da gamba soprano y otra picola.
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«Amarilis es un caso especial porque busca un instrumento para cada repertorio. Da gusto trabajar con ella porque tiene claro lo que quiere y se deja aconsejar. Da una gran satisfacción ver el rendimiento que saca a los instrumentos», explica Francés Bruno. Luthier o «violero, como se nos llama en las ordenanzas gremiales en España» dedicado al barroco, su mundo es el de los intérpretes que buscan instrumentos réplicas de los originales que estrenaron esas partituras.
Instrumentos y arcos
«Yo mismo caí en las garras de la interpretación históricamente informada cuando era asiduo a la Academia de Música Antigua de la Universidad de Salamanca», explica Eduardo. Desde los años sesenta esta corriente ha ido ganando adeptos y ha permitido la especialización de la luthería. «Los instrumentos no son tan distintos. Nacen en el siglo XVII y luego hay ciertas modificaciones pero la base es la misma desde hace 500 años», explica de forma genérica. «La longitud de la caja es la misma en el chelo barroco y el moderno. Cambia la inclinación de las cuerdas, para que tenga menos tensión en el barroco cuando la afinación es más grave, el sonido es más dulce y tiene menos proyección en el lugar donde se toca».
Admite pocos encargos al año, solo trabaja él en su taller, y ya le llegan más de fuera que de España. El boca-oído con sus clientes más internacionales le ha hecho un hueco en Estados Unidos y en Europa.
«Lo primero que hago es escuchar al cliente. Hago dos preguntas para qué usará el instrumento y cuáles son sus gustos estéticos, es decir, atender al sonido y a la decoración. Hay quien viene con un modelo concreto porque quiere una reproducción y otros que no». Su web tiene un amplio catálogo de modelos de los que partir. Las fuentes pictóricas y los museos de instrumentos históricos (Cremona, Leipzig, Bruselas, Oxford...) son una guía imprescindible.
Marfil de mamut de Siberia
«Luego están los materiales. En mi caso, prefiero usar las maderas más cercanas a mi taller, como hacían los antiguos. Es verdad que el comercio internacional nos ha facilitado la entrada de maderas tropicales. Hay materias comunes, por ejemplo la tapa se suele hacer de madera de abeto por su calidad ligereza resistencia y buena transmisión acústica. El resto de arce, por estética y sonido. Los franceses usan también bastante nogal. Hay maderas muy bonitas pero no buenas para el sonido, se dejan para la decoración. Las clavijas, la cabeza, las incrustaciones, ahí es donde trabajo la decoración y se emplean esas otras maderas». En su curioso oferta de adornos hay 'botones de marfil de mamut'. «El comercio es escaso y viene de Siberia donde no todos los hallazgos tienen interés paleontológico. El marfil de esos animales se compra para esto».
En cuanto a la factura, «comienzo sacando las medidas. Hay parámetros y distancias que mantener. Lo plasmo en un plano y a partir de ahí hago el molde de la plantilla. Con este hago la caja; primero los laterales que acoplo al molde, luego la tapa y el fondo y en medio, el mástil o mago. Después ensamblo. Suelo documentar el proceso pues hay clientes que me piden saber cómo va el instrumento. En Estados Unidos tengo un músico que siempre me pregunta por las sensaciones que me va dando».
Cuando los intérpretes solo tienen un instrumento, buscan diferenciar el sonido con el arco, la otra gran dedicación de este luthier con un catálogo que sorprende por su variedad. «Hago muchos para Noruega, Portugal y Alemania. La mayoría de los músicos quieren un arco para cada repertorio. Por ejemplo, el arco barroco es más corto (62 cm.) y ligero (40 gr.), se hace con maderas menos rígidas que el moderno (72 cm. y 62 gr.), con una altura de la cabeza más alta. Buscan otro sonido y nosotros se lo proporcionamos».
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