El interrumpido año Beethoven se retoma esta semana en el auditorio Miguel Delibes con el cuarto concierto de abono. Vadim Gluzman vuelve con la Sinfónica de Castilla y León para interpretar el 'Concierto de violín', del compositor de Bonn, un maratón de 45 minutos ... que el virtuoso israelí califica de «Everest de la belleza». Completa el programa otra pieza del clasicismo, la 'Sinfonía nº5', de Schubert, bajo la batuta de Rubén Gimeno.
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Gluzman ha grabado recientemente este concierto con la Orquesta de Cámara de Lausana. «Es una de sus obras más líricas, en ella no aparece el Beethoven loco, provocador, revolucionario. Es un concierto vocal, íntimo, introvertido, atípico en la producción del genio de Bonn. Tiene una gracia similar a la 'Sexta sinfonía', en estas obras no hay tormenta», dice el violinista letón-israelí. «Musicalmente es muy colaborativo, la orquesta tiene un papel importante, a veces lleva la melodía, está en diálogo constante con el violín». La versión que interpretará tendrá las cadencias de Schnittke en el tercer movimiento.
Gluzman acaba de sacar un álbum con el concierto 'Distant light', del compositor letón Peteris Vasks. «Me gusta tocar música contemporánea, creo que hay nuevas formas de belleza a las que debemos prestarnos los músicos y darles voz. Si no llegará un nuevo Beethoven», afirma quien vive a caballo entre Chicago y Tel Aviv. En su polo negro, el logotipo de Keseth Eilon, en Galilea, cerca de la frontera con Líbano.
«Allí llegué con 16 años.Era un pequeño centro de enseñanza para músicos judíos procedentes de la Unión Soviética, fui el primer profesional que salió de allí.Éramos 12 alumnos y 2 profesores. 31 años después es un centro internacional con buenas instalaciones, un auditorio magnífico y 340 solicitudes de alumnos de todo el mundo. Esa es mi casa musical, allí enseño aunque este año de forma telemática». Un cierto nivel que no la nacionalidad es el requisito de ingreso. «Hay árabes claro que sí. Iniciativas como la Orquesta West-Eastern Divan, de Barenboim y Said, demuestra que los opuestos podemos coexistir, que israelíes y árabes creamos arte juntos. Eso lo veo por todo el mundo y debería ser un ejemplo. Pero el cambio real viene de otro sitio, yo creo que de la educación».
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Yamen Saadi
Gluzman continua, «recientemente di una master-class en la Academia Kronberg, una institución privada muy elitista en Alemania. Escuché tocar a Yamen Saadi (palestino) y porque había cámaras, si no, se me hubiesen caído las lágrimas. Qué sonido tan bello.Da igual la procedencia si es un gran músico y una persona, eso debiera ser lo importante».
El confinamiento lo ha pasado en Chicago, «pudiendo dedicar más tiempo a mis estudiantes en las clases 'on-line' y disfrutando de mi familia, algo que no es habitual. Retomé los conciertos en agosto, en cada sitio depende de los gestores de las orquestas. Hay quien no ha parado su programación y quien ha cerrado. Pero todo esto pasará, llevará su tiempo pero si nos sobrepusimos al cólera y a la gripe española, lo lograremos ahora». La crisis económica quizá ayude a buscar una financiación mixta en la clásica, «un equilibrio entre el modelo americano y el europeo, más o menos lo que tienen en Suiza, donde hay apoyo institucional y a la vez una fuerte inversión privada. Pero claro debe haber leyes que incentiven el mecenazgo del público». Aunque no le atrae la dirección, sí es habitual que sea solista o concertino sin director. «La dirección es otro trabajo, otros estudios.Amo demasiado el violín para cambiarlo por la batuta».
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