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Vidal Arranz
Valladolid
Viernes, 12 de enero 2018, 15:41
En unos pocos años, con humildad y sin estridencias, el pianista Ricardo Casas se ha convertido en una referencia nacional dentro de su género: la música de acompañamiento de películas mudas. Muy pocos profesionales mantienen vivo en España el aliento de las primitivas experiencias cinematográficas, ... que casi siempre contaban con un pianista en la sala, improvisando en directo bajo el reflejo de las imágenes silentes. Como ellos, Ricardo Casas pone su talento al servicio de ese maravilloso mundo de sombras y ha alcanzado un virtuosismo, una variedad estilística y una riqueza plástica al alcance de pocos. Gracias a los que forman parte de su estirpe, resurge el interés por ver las películas mudas, pues la asistencia a la sala se convierte en una experiencia única capaz de competir con ventaja con la alternativa más común: ver las películas en el televisor.
«Mi misión es reforzar el carácter de cada película. Soy una especie de coach que respalda cada escena, la enfatiza, la apoya, le da calor, y, en última instancia, ayuda a hacerla comprensible». De este modo explica Casas en qué consiste su poco conocido trabajo. «Tengo mi interpretación de la película y la proyecto sobre las imágenes con mi música. Es una especie de trabajo de traducción. Mi objetivo es que el resultado sea amable, lógico y que encaje y dé sentido a la obra. Busco una armonía integral de música e imágenes».
Ricardo Casas nació en Alemania, hijo del senador socialista asesinado por ETA Enrique Casas, y es médico de profesión, aunque pianista por afición y devoción. Su vida dio bastantes vueltas dentro y fuera del país (San Sebastián, Zaragoza, Madrid, Santander, Alicante, Oviedo, Albacete, Canarias, Mallorca, Alemania de nuevo…) antes de recalar en Valladolid, hace poco más de 15 años. Aquí vino a estudiar la especialidad de Medicina Preventiva de la Salud Pública, conoció a la que finalmente sería su esposa, la abogada Carmen Vaquero, encontró trabajo (actualmente en la consejería de Familia) y no ha sido capaz de marcharse. Y eso que hasta que llegó, en 2002, no había pisado antes suelo vallisoletano.
Recuerda su afición por la música prácticamente desde que tiene uso de razón. En Alemania, donde vivió hasta los 12 años, cursó sus primeros estudios. Luego, ya en España, se matriculó en el Conservatorio de San Sebastián. Pero más que la formación académica, en su caso ha pesado el aprendizaje de la vida, de la carretera. Ha formado parte de varios grupos musicales de los que amenizan las fiestas, que son una auténtica escuela de versatilidad y profesionalismo. «Te dan soltura para tocar en público, hacer versiones e improvisar», recuerda. El primero fue Anagramas, que operaba en Zaragoza, donde cursó la carrera de Medicina. En Mallorca formó parte de Tumbet de solfa.
Componer desde la imagen
Aunque la experiencia que reconoce como más decisiva fue la de Impromadrid, un grupo de improvisación teatral que organizaba sus funciones en el Teatro Asura de la capital de España. Esa fue su mejor academia. «Allí se hacían maratones de improvisación teatral. Dos equipos de actores competían sobre un ring en hacer las mejores improvisaciones sobre temas que elegía el público. El ganador era en cada caso el más aplaudido y eso generaba un tanteo, como en un encuentro deportivo. Yo era el pianista que realizaba la parte musical de las improvisaciones. Fue una escuela verdaderamente increíble».
Al cine mudo llegó casi por casualidad. Y, en realidad, por culpa de Andrés Iniesta. El futbolista del Barcelona quiso donar un piano de cola a su municipio natal de Fuentealbilla, en Albacete, y el concejal de Cultura decidió aprovecharlo para organizar un festival de piano en la localidad. Se le ocurrió incluir proyecciones de cine mudo con acompañamiento musical. La providencia, o la fatalidad, quiso que le contara su idea, y su necesidad de encontrar un pianista, a un viejo conocido de Ricardo Casas, que le dio su nombre al concejal. Y allí comenzó todo. Él, que no había compuesto nunca música para una película silente, dijo que sí y dedicó los cuatro meses siguientes a trabajar su primera partitura: ‘El Chico’, de Chaplin, que estrenó en 2009.
Luego llegaría ‘El hombre mosca’, de Harold Lloyd, y hoy, ocho años después, tiene ya una veintena de obras en su repertorio, que incluye desde los clásicos del humor (Chaplin, Keaton, Lloyd), a otro tipo de cineastas como Murnau (‘Amanecer’, ‘Nosferatu’), Stroheim (‘Avaricia’), Eisenstein (‘Octubre’, ‘El acorazado Potemkin’), King Vidor (‘El mundo marcha’) o Jacques Feyder (‘El beso’). Empezó organizando conciertos con película en la zona de La Manchuela, ha acudido también al festival Uncastillo, de Zaragoza, y al de Cabo de Gata, en Almería, por no hablar de la Seminci, a la que ha prestado sus servicios en dos ediciones. Casas es un pianista reclamado por España y cada año ofrece una docena de conciertos, una parte de los cuales se celebran en el Teatro Zorrilla de Valladolid. Este sábado concluirá el quinto de los miniciclos de cine mudo con música que ha celebrado hasta la fecha, y lo hace con una obra maestra: ‘Amanecer’.
«Son películas olvidadas y muy valiosas que se vuelven a rescatar gracias a la música», asegura. Se trata de una tradición que fuera de nuestro país tiene largo recorrido, si bien en España apenas se remonta a veinte años atrás. El catalán Joan Pineda, conocido por los aficionados vallisoletanos, es uno de los pioneros del género, que cuenta con otros representantes como el zaragozano Jaime López, entre otros. Todos ellos ayudan a mantener viva la afición por el cine silente en un momento en el que ya la mayoría de los festivales de autor parecen haberlo olvidado, o le prestan una atención muy escasa y limitada.
«No podemos saber con certeza cómo eran las interpretaciones que los pianistas de los años veinte hacían en aquellas primeras proyecciones, porque no se conservan grabaciones», explica Casas. Aun así, es posible hacerse una idea y la evocación de aquella experiencia, en la que seguramente primaban estilos como el ragtime, es uno de los ingredientes esenciales de las músicas que el vallisoletano compone. El otro tiene que ver con las bandas sonoras que desde unas décadas para acá vienen componiendo compositores contemporáneos para acompañar las ediciones en DVD de las obras mudas. «Yo hago una combinación entre la antigua improvisación y la banda sonora de factura moderna. Estudio a fondo la película. Busco temas para cada escena y los voy cambiando hasta que encuentro el ajuste perfecto entre la música y las imágenes. Es un proceso complejo», asegura.
«Poner música a las imágenes sin sonido que se suceden en la pantalla es un reto estimulante. Tengo que ayudar a que la película luzca con sus mejores prendas, incluso si no es una obra maestra». Para ello, analiza el carácter de la trama, y el color de la escena, y luego lo realza con sus melodías. «Mi objetivo es trasladar al espectador a un mundo amable, de alegría y bienestar, para que salga de la sala con una sensación de armonía y de contento. Porque la música y las imágenes tienen que ir acompasadas, tiene que haber una simbiosis perfecta».
Y, además, todo lo hace de memoria, sin partitura. Como mucho, con la apoyatura mínima de una escueta hoja de notas, con indicaciones sobre lo que corresponde a cada escena. Su tarea pendiente es transcribir en notas todas sus composiciones, pero por ahora se limita a realizar grabaciones para evitar que su trabajo se volatilice. En esa línea, uno de sus proyectos más inmediatos es la grabación de un disco con una selección de los principales temas que ha compuesto. Porque todas sus bandas son genuinamente suyas, aunque en ocasiones realice interpolaciones de temas muy conocidos, a modo de guiños cinéfilos. Casas maneja una paleta de registros musicales muy amplia, pero que deja fuera la mayor parte de la música contemporánea, porque se trata de una música «que no hace afición; es demasiado atonal y no llega al gran público». Por eso muchos compositores actuales han optado por la música de cine. «El cine puede ser un buen refugio para los compositores a los que les gusta la melodía».
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