Acaban de estrenar su obra 'Flores de Luna' en el Festival de Música Española de León. El Nuevo Ensemble de Segovia le encargó a Santiago Lanchares una obra para celebrar su 30 años y el compositor palentino se inspiró en el leonés valle de Luna. ... Centrado durante décadas en el piano, hace tiempo que piensa en viento-madera como esta última partitura (para clarinete, flauta, saxo y percusión). Su siguiente estreno, una obra para guitarra en enero. Acaba de cumplir los 70 y el director José Luis Temes le felicitó abriendo el acceso en Internet al documental 'El mismo cielo', dentro del proyecto audiovisual LUZ, en torno a la obra 'Cantos de Ziryab' (2018).
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–Compuso un ballet y tiene varias obras a partir de poemas. ¿Le gusta la música programática?
–Algunas de mis primeras obras están basadas en poemas de José Ángel Valente. Después tuve una época más abstracta. Un buen texto es muy inspirador. He escrito una pieza sobre el 'Polifemo' de Góngora y escogí algunas estrofas. Es un poeta maravilloso para un músico porque en sus estrofas desde el punto de vista métrico y desde el significado, te estimula ideas musicales continuamente. También escribí sobre poemas de mi amigo José Luis Umara.
–¿El niño del coro que fue mantiene la querencia por la palabra?
–Quizá, nunca se me ocurrió. En el coro cantábamos música religiosa de alto standing, a Victoria, a Morales, con 12 años. Aunque estaban en latín, en los textos hay un significado, una prosodia que tiene muchos elementos comunes con el lenguaje musical.
–Un estudiante de música de 12 años pasa hoy de cantar a Victoria al reguetón, ¿qué tiene estos ritmos para abducir a millones de oyentes?
–Son muy atractivos para alguien joven. A mí me ocurrió, pasé de Victoria a entusiasmarme por el rock y tener un grupo. Entiendo esos estímulos fuertes. Todo es compatible, el asunto es que los jóvenes no solo escuchen lo que está de moda sino que tengan acceso a través educación o de afición a otras música y en el futuro elegirán.
–Ha sido programador en sala, en un festival en Palencia, en Radio Clásica ¿trabajos necesarios?
–Sí, de la composición no se vive. Recuerdo un comentario de Antón García Abril, gran maestro, que decía que para ser compositor hay que ser rico. Él vivió de los derechos de autor de su música para cine y para la televisión además de ser catedrático. Pero siendo muy exitoso como compositor sinfónico no tenía suficiente. Estos trabajos que he tenido como productor discográfico y en la radio te enseñan, estás dentro de la música y son necesarios para vivir.
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–Fue alumno de la Generación del 51 –Halffter, De Pablo, Bernaola...– que se quejaba de la dificultad para ser entendidos, de cierto decalaje con su tiempo. ¿Se ha superado?
–Esas quejas de que se les hacía poco caso tienen su porqué. Habría que preguntarse por qué el público melómano se fue alejando de estas músicas de vanguardia. Tenían la premisa de romper con lo anterior, de crear un lenguaje nuevo y si rompes con la tradición de los maestros anteriores, con la tradición musical europea y con la música popular, es lógico que el público no lo entienda y se aparte. Es un problema muy complejo que habría mucho que debatir. Pero la principal causa ha sido esta. Las vanguardias aunque llevaban la bandera de la libertad para justificarse, tenían ciertos componentes dogmáticos, si no seguías ese lenguaje, no se te tenía en cuenta. Con el tiempo la generación de los discípulos de estos maestros, muy queridos por otra parte, tuvimos que buscarnos la vida para salir de este laberinto.
–¿Tuvo que 'matar' a su maestro, Luis de Pablo?
–Sí, más o menos. Tardé en salir del laberinto dogmático, y fue tras una labor de búsqueda durante muchos años. Creo que ya he salido. Mi maestro suavizó esos dogmatismos y me dio pistas para salir. Encontré el camino en aquello que ellos rechazaban, aceptando la tradición, las músicas populares, los elementos como la melodía y la armonía. Ha habido una labor de deconstrucción de aquellas enseñanzas.
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–Se midió con el público desde el escenario, ¿Qué le aportó la música popular?
–Aunque tuve experiencia en la música popular, en grupos de rock, empecé a estudiar formalmente en el conservatorio a los 23 años. Debido a circunstancias de mi vida rompí con lo popular y me entregué a conocer y aprender la tradición y dentro de esa sucesión, aunque parezca contradictoria, el siguiente paso histórico fueron las vanguardias. Y quizá estaba en contradicción con mis gustos. Había sido admirador de los Beatles, los Rolling, el rock sinfónico de los setenta. Me había entregado al conocimiento del lenguaje musical y quizá el haber hecho eso me sirvió para ir dejando al lado presupuestos en los que no cabía la música popular. Había un cierto desdén, en muchos casos injustificado, pues tiene muchos valores musicales aunque solo sea porque muchas de esas músicas son canciones. Una canción no es una sinfonía ni una ópera pero hacer una buena canción no es poco. Amí una buena canción me conquista.
–¿Cabía emoción en esa música intelectual?
–Hubo otro problema con el dogmatismo en el sentido de que se dejó a un lado la expresión, era un termino tabú y un gran error. La expresión, se decía, es un resultado de las técnicas que empleas, lo que había que buscar era el lenguaje de la coherencia y de ahí se deriva una expresión. A lo mejor esa expresión es fea y eso también importa. Todos estos términos –expresión, melodía, belleza–, eran tabúes de los que no se hablaban, sin embargo son importantes en todas las materias artísticas. Incluso se ha llegado a cultivar la fealdad, el feísmo que nos invade. Eso no lo comparto. La belleza es uno de los elementos principales del arte. A veces por necesidad de expresión tienes que poner algo feo pero siempre con una intención. La belleza es uno de los faros que me guían.
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–¿Trabaja por encargos?
–Casi siempre ha sido a través de encargos bien de instituciones, bien de intérpretes. Nos han dejado bastante libertad. Generalmente te dicen 'hazme una obra para piano, o de cámara u orquesta y que dure tanto', sin más condicionamientos. Los encargos a veces te vienen bien, te abren caminos inesperados y a veces no, porque en ese momento estás en una línea que te obligan a abandonar. Hay que bandearse con la realidad.
–¿Aprendió guitarra pero se entregó al piano?
–El piano fue un instrumento de experimentación, de búsqueda de lenguaje. Tuve suerte de conocer a un gran pianista, Ananda Sukarlan, que me llevó a componer más para piano. Es un instrumento muy completo y complejo. Tuve que dejar la guitarra, que necesita uñas, para tocar el piano, que requiere yemas.Gracias al estímulo de un amigo he vuelto a reencontrarme con un instrumento tan querido para mí.
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