Joaquín Achúcarro, pianista
«Lo que se ve del pianista es un semidiós. Yo soy un obrero especializado»Joaquín Achúcarro, pianista
«Lo que se ve del pianista es un semidiós. Yo soy un obrero especializado»Si la música tiene algún poder sanador, Joaquín Achúcarro es la prueba. A sus 92 años trabaja cinco horas diarias al piano y le sigue gustando demostrar el resultado en el escenario. Quizá ayude que tiene al lado a Emma, su compañera, su secretaria, su ... crítica. Este domingo tocará unas «perlas» camerísticas en el Miguel Delibes, extraídas de 75 años de carrera, en 61 países, con 300 orquestas y 400 directores.
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–Entre sus 'queridos compañeros' hay una significativa ausencia. ¿Beethoven es, como el asado, plato único en un programa?
–Tantos diálogos con ellos mientras estudiaba que ya somos amigos. Ycomo no puedo poner a todos, es una selección de mis queridos compañeros. Cuando estudio algo eso es lo más importante, el resto desaparece. Admiro muchísimo a Beethoven, pero una sonata sería demasiado larga. El programa son perlas de obras que he tocado.
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–¿Sigue estudiando, no tocando?
–Al hijo de Andrés Segovia, que le tuvo tarde y de un segundo matrimonio, le preguntaron en el colegio que qué hacía su padre y el niño contestó que era estudiante, cuando el músico tenía 78 años y un nombre mundialmente conocido. Al hijo le habían dicho en casa siempre que dejara a papá estudiar. A todos nos pasa que esto nos absorbe totalmente mientras estudiamos.
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–¿Mantiene su calendario internacional de conciertos?
–Hacía 150 conciertos al año, ahora estoy cerrando la tienda. Tengo 92 años y me cuesta moverme e ir a Japón. La primera vez que fui a Valladolid fue en mayo de 1949, para hacer reválida. Toqué allí con la Orquesta de Bilbao, que andaba de tour, las 'Variaciones sobre una sinfonía', de Cesar Franck. Luego he ido muchas veces, cuando estaba de consejero Emilio Zapatero y dirigía la OSCyL Max Bragado. Hacían falta músicos y yo tenía buena relación con Reino Unido. Se fue una delegación a hacer audiciones allí y entraron unos veinte. Mi relación con Valladolid comienza en mi etapa escolar, cuando estudiaba media hora a mediodía, el tiempo de comer, y una hora por la noche. Todavía no sabían que quería ser pianista, yo sí. Mis padres creían que debía ser como todos en Bilbao en ese momento; ingeniero, abogado o economista, de pianistas no se hablaba. Soy un caso raro, hoy hay niños chinos que tocan Chopin y yo solo tenía hora y media diaria. Luego gané el concurso de Liverpool y todo cambió.
'Los queridos compañeros de mi viaje'; obras de Bach, Brahms, Debussy, Albéniz, Granados, Chopin. Domingo, 22. 19:30 h. Sala de cámara del Miguel Delibes. Entradas: 20 y 15 euros.
–Hasta se casó con una pianista.
-Mi mujer grabó el concierto doble de Mendelssohn, con Félix Ayo al violín, la OSCyLy Bragado. Los Musici italianos con Ayo como concertino grabaron las 'Cuatro estaciones' de Vivaldi para Philips y vendieron 20 millones de ejemplares.
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–¿Cómo ha cambiado el panorama musical en España?
–Hoy alguien que hace carrera musical en España puede vivir de su trabajo. En aquellos tiempos era muy difícil que un músico pudiera vivir de un sueldo en una orquesta o un conservatorio.A Federico Sopeña le preguntaron por las salidas de un estudiante de música en España y contestó; «Tres: por tierra, por mar y por aire». Con la OSCyL en tiempo de Zapatero y Bragado, tocamos en el Carnegie Hall, eso no es ninguna bobada. Nos aplaudieron bastante.
–¿Recuerda los aplausos?
–Me acuerdo más de sensaciones, esa de estar donde han tocado todos los grandes y tocar allí supone que has hecho algo en la vida. También en Nueva York, con Zubin Mehta he tocado los conciertos de Rachmaninov.
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–¿Cómo ha sido la relación con los directores?
–Ha habido muchos, algunos impermeables a lo que el solista quiere. No me acuerdo de nombres pero he tenido malos momentos, sí. Con Zubin Mehta siempre ha sido una gloria tocar. Nos hicimos amigos siendo él estudiante, en Siena en 1956 y ya para toda la vida.
–Murió Pollini, Barenboim retirado, Brendel dejó el piano por la escritura. ¿Son las cinco horas diarias al teclado su pacto con el diablo?
–Tengo la suerte de gozar de buena salud.Los que se han retirado ha sido por motivos de salud. Barenboim lo está pasando mal. Abbado murió. Y a Zubin Mehta hace poco lo vi salir al escenario y arrastraba los pies, era un hombre muy disminuido pero con su gesto el resultado siempre es formidable.
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–¿Escribirá sus memorias?
–Se tarda mucho en escribir. Estuve pensando en hacer un pequeño panfleto que se llamara 'Música, piano y sentido común'. La música tiene sus reglas, el piano tiene las suyas, los armónicos, la fuerza del pedal, el sonido, la claridad del pedal, y lo que tiene que poner uno de dentro. Me siento intérprete, es un nombre que está bien. Un intérprete, sentado entre dos jefes de estado, puede, si le da gana hacer que haya una guerra o que se quieran mucho. Considero que mi obligación es, primero, entender lo que quería decir el compositor y, después, trabajar lo más que pueda para que el público entienda la obra a través de mi visión.
–¿No participó del movimiento historicista que reclama tocar a cada compositor según la norma de su tiempo?
–Ha habido discusiones terribles sobre si Beethoven puso esto o lo otro, pero ¿qué piano tenía Beethoven? Pues un pianito que a la tercera se le rompía una cuerda y tenía un solo pedal. Entonces la partitura es como si tienes un libro de instrucciones para un automóvil, un Ford T de hace cien años, pero ahora conduces un coche de Fórmula 1.
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–¿Qué diferencia al pianista joven del maduro?
–El joven podía nadar travesías de tres kilómetros y hoy no. La cabeza ha digerido cosas. Hay algunas que sabes desde el primer momento, te dicen que Beethoven era grande pero cuando lo descubres por ti es como la revelación total. Eso me pasó con él, me pasa con el piano, con la música. Sigo buscando y encontrando cosas y guardando mis energías para estar cuatro o cinco horas al piano preguntando al compositor 'por qué escribiste esto y no esto otro'.
–¿Soporta bien la soledad del teclista de fondo?
–Al final tienes que tomar tu decisión de cómo quieres tocar, sopesando todas las críticas que te hacen. Ahora es más lo que yo quiero hacer. Pero hay que tener en cuenta lo que te dice alguien que sabe, ahí está mi compañera desde hace 64 años, Emma la señora Achúcarro. Hicimos una tourné de dos pianos y grabamos un disco que el crítico del New York Times animó a que comercializáramos porque era francamente bueno. Emma y yo reñíamos mucho en los ensayos. Ella era la misma persona que tocó con Ayo, el que vendió 20 millones de discos.
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–¿Mantiene la relación con sus discípulos?
–He sido profesor durante 34 años en la Universidad de Dallas y han pasado por mis manos unos 150 pianistas que hoy viven de la música. Eso me hace muy feliz. Hay algunos que vendrán a Valladolid de Valencia (Marta Espinós), de Italia (Alessio Bax), de otros sitios a verme.
–Ha conocido en su vida profesional una revolución en el transporte y las comunicaciones ¿le facilitó la carrera?
–Cada logro técnico, cada invento nuevo, impacta en la humanidad, provoca un reflejo en la sociabilidad. Cuando fui por primera vez a Valladolid no había más que discos de 78 revoluciones. Hoy hay 50 millones de chinos estudiando piano.Hay una gran facilidad para tener el dato al alcance de la mano, tocas un botón y tienes la respuesta; en 12 horas pasas del frío polar al calor tropical, eso tiene su impacto social claro. Chopin dio cuatro recitales en su vida, Alicia de Larrocha, 150 al año solo en América.
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–¿Le gusta la literatura en torno al pianista?
–Lo que se ve del pianista es el resultado final, un semidiós que se sienta y sabe todo. Yo soy un obrero especializado, un intérprete que tiene que probar el piano, ver el libro de instrucciones, cómo reacciona a lo que toco, todos esos imponderables que no se conocen antes de salir al escenario. La acústica, por ejemplo, Rachmaninov decía que somos esclavos de la acústica porque una misma obra tocada en un estudio de grabación es distinta a tocarla en una iglesia donde la reverberación es enorme. No hay reglas fijas, como cuando sales a jugar un partido de tenis, no sabes lo que va pasar cuando sales a un escenario. Uno espera poder hacerlo lo mejor posible, estudiamos tanto para poder reaccionar a la acústica, al piano, a esos imponderables.
–¿Conoce la tendinitis, la artrosis, el túnel carpiano?
–En este momento tengo una diagnosis de tendinitis que la estoy toreando, inventando una manera nueva de atacar.
–Al teclado solo le supera en edad la organista Montserrat Torrent, (98) ¿tocó el órgano?
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–En el colegio tocaba el órgano, quizá parte de legato que todo el mundo me echa encima, el sonido de Achúcarro, se deba a los siete años en ese armonio. El organista no tiene que hacer esfuerzo grande con el brazo. Un pianista que toque el concierto de Tchaikovski, el de Bartok o los de Rachmaninov tiene que tener una musculatura distinta.
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