'Hablemos de amor', propone Pablo Alborán nada más salir al escenario del auditorio Miguel Delibes, con su sonrisa tímida, la camiseta blanca (tan ancha y «cómoda que de aquí al pijama hay un paso»), una guitarra en brazos y en la garganta un puñado ... de canciones a punto de explotar.
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'Hablemos de amor', dice mientras canta la primera de esta noche que comienza con focos azules y el cantante solo, sentadito en taburete, con apenas seis cuerdas y su voz. Charlemos, dice, charlemos «del sol en tu espalda», «de romper la baraja», de tantas palabras que pueden sobrar.
'Hablemos de amor', sugiere así, de entrada, para romper el hielo y calentar la velada.
Y entonces, desde el patio de butacas, desde esta sala hoy abarrotada, llenita de aplausos y piropos, cientos de espectadores contestan que vale, que por supuesto, que aceptan la invitación del malagueño y se disponen a disfrutar de una noche musical donde se habla, se canta y se ovaciona –mucho– un repertorio cargadito de amor.
Un amor que a veces es 'Miedo' y otras 'Tabú'. Que nace de un 'Desencuentro', un 'Prometo' o un 'Solamente tú'. Un amor que puede ser condicional ('Si hubieras querido') o hecho consumado ('Perdóname'). Un amor que en ocasiones es 'De carne y hueso' y otras, 'Castillos de arena'.
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A todos estos amores les canta Pablo Alborán en una velada que podría parecer íntima (el músico ahí arriba, con apariencia de fragilidad), si no fuera porque aquí abajo hay cientos de seguidores entregados a ese espejismo de que a su alrededor no hay nadie más y es a él (a ella) a quien se dirige el malagueño en exclusiva: «Que nuestro amor no dependa de las veces que nos digamos te amo».
Dice Pablo Alborán que después de la pandemia necesitaba esta gira de cercanía y suspiros compartidos. Que quería un formato mínimo en el que se escuchara la tecla del piano y el quejido de la guitarra cuando se cambia de acorde. Que la melodía llegara directa sin ropajes extraños, sin pirotecnia innecesaria, sin decibelios de más. Buscaba esa intimidad del joven músico que hace doce años subía sus canciones a Youtube antes de abarrotar estadios.
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Y tal vez el ejemplo más claro del espíritu de esta gira es cuando de pie, en mitad del escenario, sin micrófono y a viva voz, comienza a cantar 'Tu refugio'. A capela. Solo. «Que hemos crecido peleando y sin quererlo nos gustamos», entona Alborán, su voz convertida en cobijo frente al desamparo de un escenario casi desnudo.
«Estoy muy feliz –confiesa– porque por primera vez en doce años estoy haciendo un disco a la vez que una gira. Yes muy fuerte la inspiración que me dais». Yen un momentito del concierto, desvela uno de los temas de su próximo trabajo, una rumbita en la que dice:«Ya no tengo espinas que arrancar del pecho».
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Si comienza solo con la guitarra y continúa al teclado del piano (para empezar con 'Ecos'), tres músicos salen para arroparle en 'Miedo', regalarle aires de bossa nova en 'La escalera', pasear guitarra portuguesa en 'Saturno' (con aros iluminando el suelo) y lucir quilates de instrumental en 'Castillo de arena'.
Entre canción y canción, las luces se apagan. Yen muchos de los temas, no es necesario llegar al final para que arrecien los aplausos. Los convoca Alborán cada vez que se recrea –los ojillos cerrados– en una larga nota de varios compases. Y entonces, estalla el Delibes, como en 'Que siempre sea verano' (con «apriétame la mano), como en 'Tanto' (con el «ahoraaaa»).
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«Cada vez que vengo aquí me siento abrazado», dice el intérprete, que se desata según avanza la noche con pasitos de baile en 'De carne y hueso' (de nuevo ovación) o con ese derroche de neones y globos en 'La fiesta'. Ya en los bises, invita al escenario a Gonzalo Hermida, con quien interpreta 'Quién lo diría'. Justo después, le llega un rato del público.
–Arráncate por bulerías–, le gritan.
Acepta el desafío. «A mí no me piquéis, que son muy picon». Yse marca unos compases de 'El sol le dijo a la luna', antes de una versión del 'Sobreviviré' (de Paco Ortega) y el 'Te he echado de menos'.
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Este viernes, de nuevo, Alborán se asomará al escenario del Miguel Delibes –con su sonrisa tímida, su camiseta blanca, su guitarra en brazos– para animar a los vallisoletanos a que, durante un par de horas, hablen y canten sobre el amor.
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