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El dúo Onira terminó de grabar su segundo disco, 'El desastre universal', apenas una semana antes de la gran hecatombe que supuso el primer confinamiento, cuando el Covid puso el mundo patas arriba. Aunque el carácter premonitorio del título parece innegable, los vallisoletanos sólo querían ... poner música y poesía a «la guerra contra los fantasmas interiores y exteriores que tiene que afrontar cualquier persona». La realidad, y el carácter abierto de sus letras, permite que afloren nuevas lecturas.
«No nos atrevemos a decir que sea un disco conceptual, pero revolotea por todo él esa idea general», admite el guitarrista Nacho Angulo, uno de los dos integrantes del dúo, junto a la cantante María Cuenca. «Es más pesimista que nuestro primer disco, 'Casiopea', pero es un pesimismo que incluye la idea de que, pese a todo, hay que tirar palante. Llorones, lo justo». «De hecho», añade, «soy bastante humanista y más bien optimista respecto al futuro de la humanidad. Creo que podemos mejorar»
'El desastre universal' fue financiado mediante una campaña de crowdfunding, vía que parece haberse convertido casi en la única salida para los creadores independientes. En el caso de Onira, la campaña fue un éxito, lo que les permitió plantearse una edición especialmente cuidada, incluso lujosa, en formato vinilo, con cd y descarga digital incluidas, con diseño gráfico del artista Eldimitry. 500 ejemplares que deberían irse vendiendo en los conciertos de presentación del disco, si las medidas de prevención contra el virus lo permiten. 'El desastre universal' tuvo una primera salida a escena, accidentada, a finales del año pasado en LAVA, y una segunda oportunidad el 28 de marzo en el Teatro Zorrilla.
El segundo disco de Onira cuenta con la producción de Jorge Calderón y Alfonso Abad y ha sido grabado en el estudio palentino Eldana, al que también han acudido artistas como los Celtas Cortos o María Salgado, entre otros. «Es un estudio que es una casa rural en Dueñas, y estuvimos concentrados toda una semana. Pudimos grabar en pijama o a las tres de la mañana», recuerda María Cuenca. «Fue una semana muy feliz». El disco está formado por ocho canciones de sonido limpio y producción elegante, que cuentan, entre otras, con la colaboración al acordeón de Jorge Arribas, de 'Fetén fetén'. La diversidad de estilos y formatos encuentra en la cálida voz de María Cuenca el hilo conductor que unifica una obra que no renuncia a soñar con la grandeza.
«Sabíamos que teníamos que subir algunos peldaños más y avanzar respecto de nuestro primer trabajo, Casiopea», reconoce Nacho Angulo. «Respecto a nuestra identidad musical no nos ponemos barreras. Cada canción es de un estilo y nos gusta que sea así». Esa diversidad, en cierto modo, refleja también los muy eclécticos orígenes formativos y musicales del propio grupo.
«Prácticamente nací en un estudio de grabación», bromea María, que es hija de César Cuenca, uno de los miembros fundadores del grupo Celtas Cortos. Su formación musical se inició en el colegio San Agustín -donde fue estimulada por las clases de José Antonio Herranz y en cuyo coro comenzó a cantar- y continúa actualmente en el Conservatorio de Jazz de Madrid. En 2016 creó Onira con Nacho, aunque, desde 2017 vive profesionalmente como cantante de la orquesta Génesis. O más bien habría que decir que 'vivía' hasta que el desastre vírico lo paró todo.
El guitarrista Nacho Angulo, en cambio, se inició musicalmente en el Conservatorio de Valladolid como estudiante de flauta travesera, pero Extremoduro y los Suaves se cruzaron en su vida y decidió cambiar a Mozart por el rock. «Me junté con otros cuatro locos como yo y a cambio de 200 euros y una cena en bodega nos recorríamos los pueblos de Tierra de Campos dando conciertos», recuerda. El grupo se llamaba Patasarriba. Más tarde estuvo de gira con la banda de punk rock 'Opposite way', a los que produjo su último disco 'Just a matter of time'. Hasta que llegó Onira. Pero lo que le permite vivir es su trabajo como técnico de sonido. «Para nosotros la música es un hobby, algo que nos gusta mucho hacer», admite. Pero hobby que se toman muy en serio, como comprueba cualquiera que los escuche.
Junto a la solvencia y calidez musical, destaca en Onira la poesía de sus letras. Una y otras surgen de un proceso que definen como «muy orgánico», con sucesivas aportaciones de ideas de cada uno que habitualmente Nacho da forma final. Aun así, en las letras priman los fogonazos poéticos de María Cuenca. «He encontrado el demonio que buscaba. Estaba oculto en un lugar seguro», canta en 'El volcán'. «Una luz entre el desastre, para no perderlo todo, para no perder tanto. Para deshacer la espiral de desencanto» ('Octubre'). O «Paz a quien da la paz y nada más. Somos moscas golpeando en el cristal por su libertad» ('Tempestades'). «Este es un disco que surge después de un año muy duro en lo personal. Pero tengo miedo a la exposición, especialmente cuando hablo de vivencias que me tocan». Detrás de las letras hay dolores reales reelaborados. María admite que las metáforas pueden servir de refugio y guarida protectora para el autor, pero también permiten que cada oyente encuentre en la canción sus propios cauces de identificación emocional.
Resuena en sus canciones lo que parece una especie de lamento generacional: Nos mintieron. «Te presentan una especie de camino marcado para la vida, como si todo fuera sencillo, pero no lo es. Tienes que ir creándolo tú», explica Nacho Angulo. Y luego está su reproche hacia las canciones de amor. «Suelen estar escritas en imperativo y para mí el amor es lo contrario».
Por sus letras late también una añoranza de lo rural, y de sus ricos lazos comunitarios, y una desconfianza de las pulsiones deshumanizadoras de la ciudad, especialmente la gran ciudad. «Yo siempre he vivido en pueblos y cuando me vine a vivir a Valladolid saludaba a la gente por la calle y, claro, nadie me respondía», recuerda María. «La ciudad tiene la ventaja de lo cosmopolita, pero como se te vaya de las manos te devora. La falta de horizonte te embota», opina Angulo. En 'Un invierno sin tragedia' cantan: «Todo el cielo se sostiene de una cuerda. Todo el mundo se sostiene de esa cuerda». La cuerda, explica María Cuenca, son los vínculos personales. «Son los que nos ayudan a soportar la vida y a los que nos agarramos cuando nos pasa algo. No podemos evitarlo: somos seres sociales».
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