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El escritor Mariano Peyrou (1971, Buenos Aires), profesor de Historia del Jazz en el Centro Superior de Música Creativa de Madrid y autor de uno de los ensayos musicales del año, 'Oídos que no ven. Contra la idea de música intelectual' (Taurus), carga contra un ... estereotipo que no le parece tan falso como nocivo, ya que «impide escuchar lo que suena». La publicación partió de una anécdota en clase, cuando una alumna le dijo que el bebop era demasiado intelectual. En sus cerca de 300 páginas aparecen Mozart, los Clash o Ella Fitzgerald junto a citas de Plutarco, D'Alembert o Confucio. «Ningún estilo exige una educación formal, pero casi todos los géneros que valen la pena exigen que nos acostumbremos a su lenguaje».
–Recientemente, Herbie Hancock contaba en una entrevista que Miles Davis le dijo: «No te pago para que te aplaudan». ¿Se puede decir que el jazz no busca el aplauso fácil?
–El jazz es un ámbito muy amplio, con tendencias estéticas e ideológicas muy contradictorias. Muchos músicos de jazz critican a otros por buscar el aplauso fácil, sí. Esa imagen que planteas suele ir asociada a la idea de que el jazz es 'música intelectual'; podríamos decir que es el lado positivo de esa misma idea. Como pasa en casi todos los géneros, hay músicos que trabajan centrados en sus investigaciones sonoras, emocionales, espirituales o lo que sea, y otros que están pendientes de agradar al público.
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–¿Por qué recae especialmente en el jazz y en la música clásica la etiqueta de música intelectual?
–Tengo una hipótesis inconfirmable sobre este tema. Mi idea es que, en general, la etiqueta de 'intelectual' se emplea para músicas que, por un lado, percibimos como complejas, nos descolocan y no se dejan escuchar como escuchamos la música a la que estamos acostumbrados, pero por otro lado, pertenecen a nuestra cultura. Esto es muy importante. Cuando oímos la música de Japón, China, India o el mundo árabe, música sumamente sofisticada y que no suele interesar a los occidentales, no la calificamos de 'intelectual'. Mi hipótesis es que la incomodidad que nos genera sentirnos ajenos a un producto de nuestra propia cultura nos lleva a descalificarlo –por poco emotivo– o a descalificarnos –por no estar preparados para entenderlo–, cuando lo único que deberíamos hacer es escuchar, insistir en la escucha y ver qué pasa.
–Apunta que el libro no tiene el objetivo de aumentar la capacidad de apreciación musical de los oyentes. ¿Qué referencias y libros hay en ese sentido?
–En realidad, creo que el libro no tiene ese objetivo, pero sí que hay numerosos comentarios sobre obras de diversos estilos en los que se proponen distintas maneras de escuchar, se señalan cosas en las que conviene fijarse y se explican las intenciones de los músicos que las crearon. En cualquier caso, hay libros que se dedican a eso de un modo más exclusivo y sistemático. En el campo de la música clásica, 'Cómo escuchar la música', de Aaron Copland. En el campo de jazz, el mejor que conozco es 'Jazz Styles', de Mark Gridley, que no está traducido. Y luego hay una joyita que traduje hace unos años para la editorial Trea que se llama 'La improvisación', del guitarrista Derek Bailey, un libro reconocido unánimemente como lo mejor que hay sobre la música improvisada.
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