![Lo de Marie Fredriksson debe de haber sido amor](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/201912/10/media/cortadas/newspaint-1576001320829-k1ME-U90924700434V0E-1248x770@El%20Norte.jpg)
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Inventó el dúo sueco Roxette con su amigo Per Gessle, con el que llegó a vender más de setenta y cinco millones de discos y le puso voz a 'It Must Have Been Love' de 'Pretty Woman'. Marie Fredriksson «escuchaba el corazón» en todo lo que hacía, porque de qué le vale a un grupo vender setenta y cinco millones de discos y ganar todos los Discos de oro, los World Music Award, los BMI y los Grammys del mundo si pierde su alma. Porque Marie nunca fue de las que abandona, sabrosa como una gota de lluvia, tenía «el estilo».
Ella y Per fueron los primeros miembros de una banda de habla no inglesa en grabar un concierto «desenchufado» para la MTV. Marie había lanzado varios discos en solitario, pero el empaste perfecto que hacía con el compositor de Halland, que había fundado el grupo Gyllene Tider en 1979, les desbordó a ambos, que forjaron una de las alianzas más sólidas del panorama musical internacional. Lo cuenta en sus memorias, 'Listen to My Heart', coescritas por Helena von Zweigbergk y traducidas este año en España por Cúpula. En ellas cuenta cómo en los inicios casi nadie creyó en Roxette y cómo el 11 de septiembre de 2002 «se desató el infierno», siguiendo su propio testimonio: «pensé que todo se iba a ir al carajo. Esos pensamientos me venían a la cabeza al principio, tras conocer el diagnóstico, por las noches cuando me iba a dormir». Pero a Marie le extirparon el tumor cerebral y se recuperó con los años… aparentemente.
Para comprender en toda su dimensión la tragedia por la que atravesó esta poderosa y valiente mujer, tomen nota del diagnóstico del médico de la clínica Vidarkliniken, siempre según Marie: «El médico que me recibió allí era una persona terrible. Empezó por leerme la cartilla. Vino a decirme, más o menos, que si tenía cáncer la culpa era mía. Puesto que el tumor crecía en mi cuerpo, yo tenía la responsabilidad de que estuviera allí. Yo misma lo había causado. Me derrumbé totalmente. Yo solo podía enfrentarme entonces a personas amables, y aquel médico era más bien estricto y condenatorio. Afirmó que yo me había dañado el sistema inmunitario, entre otras cosas, por beber alcohol. Nunca lo olvidaré, nunca me había sentido tan humillada como entonces, ante su insoportable monólogo».
A pesar de lo presente que está este agónico final en la conciencia de sus seguidores, Marie hizo que muchos volviésemos a creer que el amor se escribe en un pentagrama y a sospechar que de él no se había escrito la última palabra. Cada canción mostraba un nuevo aspecto del drama pasional de la vida, incluso en sus últimos discos, siempre atravesados de investigación instrumental y experimentación sonora, como «Wish I Could Fly» (1999), que incluye un prodigioso soporte de violines; «Opportunity Knox» (2003), un homenaje a los videojuegos y al bandidaje en pareja a través de los niveles de dificultad. Maestros del videoclip, el tándem Gessle y Fredriksson llevó a los espectadores de la MTV por escenarios exóticos, y tan pronto Marie era rescatada por unos socorristas de una playa de Setúbal como ambos se mezclaban con formas y colores sicodélicos, como en «Fingertips» (1993).
El hombre de los ochenta y noventa se enamoró de la sonrisa de Marie y de su mundo musical por dentro que asomaba por fuera. Cantó los diez mandamientos del amor, de la canallesca «Sleeping in my car» a la solar «Fireworks», pasando por sus baladas en español que tararearon a partir de 1996 millones de personas en Iberoamérica: imposible pronunciar un castellano tan a la sueca como el de Marie y sonar tan lírico. Sus temazos estaban trufados de semillas que germinaban entre el público creando movimientos y clubes verdaderamente masivos, como hacían los cuatro fantásticos de ABBA, sus «progenitores» en la carrera nórdica al estrellato internacional.
Con el álbum «Room Service» (2001), recuperaron el estilo ochentero de motel y carretera, de seres al margen del sistema que cantan al amor y a las relaciones sentimentales, historias hechas de metáforas. Como en sus comienzos, cuando en 1989 un estudiante de los Estados Unidos que pasaba las vacaciones en Estocolmo se compró un ejemplar de Look Sharp! y se lo llevó a Mineápolis, donde «The Look» se extendió como la pólvora. Fue número uno en las listas estadounidenses, que empezaron a ver el mundo de las relaciones humanas como la veía el dúo sueco: dulce, latiente, salvaje, erótico, a cuatro ruedas, vestido con tirantes, con laca y botas puntiagudas y de cuero. Como lo veía Ridley Scott en Blade Runner (1982), por ejemplo.
Fue el suyo, el de ella y el de Roxette, un reinado alegre, como reza «The Joyride» (1991), con algo de atrezo, purpurina en las mejillas y sombreros de poliéster. Fue la suya una época donde los corazones se barajaban como naipes y sin arrepentimiento, y ella llevaba escondida en el escote la mejor mano, la ganadora. A Marie se le vio, en fin, el corazón: ¿Qué puede hacer que una chica de ojos marrones se ponga triste? Cuando todo lo que hago, lo hago por ti. «Por eso, para mí, ahora, es tan importante contarlo en este libro. Para que otros sepan cómo ha sido», escribe en el prólogo para que su odisea, personal y artística, jamás se olvide. Porque todo lo que hizo Marie Fredriksson debe de haber sido amor.
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