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El consuelo de la posteridad animó a Mahler a subirse al podio a dirigir cada una de sus sinfonías. En realidad sus coetáneos le querían al frente de la Filarmónica de Viena para dirigir las obras de otros. Vivió el éxito como director mucho más que como compositor. Bruno Walter defendió su obra y después Claudio Abbado la normalizó en los programas europeos. Habían transcurrido 60 años. El ciclo sinfónico de Mahler es hoy una parada habitual en cada temporada de la Sinfónica de Castilla y León, que bajo la batuta de Andrew Gourlay, interpreta la 'Novena'. 92 músicos al servicio de una partitura testamentaria que dura hora y media.
Ángeles Porres reconoce que su música «es siempre una sorpresa. Fue un director de primer orden y eso, cuando escuchemos su 'Novena', se ha de notar. Sus sinfonías están llenas de canciones renovadas».
Precisamente las melodías populares en medio de unas sinfonías que narraron su vida no siempre fueron entendidas. Además el humor negro de Mahler, un recurso que rebaja la trascendencia de su música, resultaba una burla inaceptable para algunos públicos. Otros lo celebran y no se arredran ante la duración de las sinfonías, la inclusión de movimientos cantados o de instrumentos extraños al sinfonismo del XIX.
«Mahler es uno de esos compositores que levantan pasiones encontradas. No hay término medio», dice Julio García Merino, archivero de la OSCyL. «El propio compositor fue profético cuando dijo 'Mi tiempo llegará'. Y ha llegado. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿se está abusando de Mahler? ¿Habría que empezar una cura de desintoxicación? Lo cierto es que uno acaba volviendo a Mahler, como a Bach o a Mozart. ¿Por qué me gusta Mahler? Pocos compositores ha habido que hayan volcado en su música sus más íntimas experiencias de forma tan conmovedora e inquietante, desde las más optimistas y alegres a las más terribles y abrumadoras. Y esa es lo que conecta con el oyente, porque apela a nuestro subconsciente».
Rafael Gavilán, mahleriano abonado de la OSCyL apunta la singularidad del bohemio. «Es un compositor que no deja indiferente. Tiene tal personalidad que es dificilmente comparable con otros, es inconfundible. No es un compositor 'fácil', requiere del oyente una concentracion y una preparación previa poco frecuentes. Para disfrutar de Mahler hay que escuchar con los cinco sentidos, poner mucho de tu parte para se produzca la magia, pero si lo consigues es único».
Arañar el cielo con Abbado
Gavilán recuerda una interpretación de la 'Novena' en el Miguel Delibes que es citado también por Ángel M. De Frutos, otro melómano. «Mahler es en origen esa película terrible y sublime: 'La muerte en Venecia'. Entré en esa música de la mano del 'Adagietto' de la 'Quinta' siendo un 'postadolescente' que descubría la música clásica a partir del rock sinfónico». Continúa De Frutos: «Mucho después vino el resto de Mahler. Me cuento entre los que opinan que para acercarse a su música es necesario un grado de madurez. Citaré solo tres interpretaciones: La 'Resurrección' de la Orquesta de Lucerna con la dirección del añorado Abbado. Con Abbado arañamos el cielo desde Lucerna y eso no es fácil. Luego, Kathleen Ferrier cantando 'La canción de la tierra' ya herida de muerte. Y ¿cómo no recordar a la Orquesta Nacional de París dirigida por Massur abriendo nuestro Auditorio en 2007, con la 'Novena'?. Aún siento aquellos violines extinguiéndose al final del Adagio con la piel de gallina. La música no es nada sin los sentimientos que inspira a quien la escucha. Para mí ese Adagio es que la más bella forma de decir adiós».
Mahler otorgó al arpa un protagonismo determinante en algunas de sus obras. Marianne ten Voorde es la arpista de la OSCyL. «No me gusta Mahler, ¡me encanta! Pero si tengo que formular un por qué me quedo en blanco. Sé que es bueno pero no sé expresar ninguna razón. Es algo visceral. Me pregunto qué tipo de hombre fue. Cómo es alguien que es capaz de escribir música tan dramática, tan llena de tensión, dolor, profundidad y acto seguido componer un pasaje completamente bucólico, rozando lo ridículo con cencerros de vacas, dando al bombo con un ramo de palitos y golpeando un enorme bloque de madera con un mazo. Y cómo sería Alma, y convivir con un hombre que un momento está creando música complicada, con armonías atrevidas, únicas y novedosas y luego convertir una simple canción en un solo de contrabajo, emblemático y temido por los solistas justo por su simplicidad».
José María Perelétegui escuchó la 'Novena' de Rattle este verano en el Festival de Santander y vuelve con expectación al Delibes para oír la de la OSCyL. «Reconozco que 'necesito' a Mahler. Además revive en mí una guerra todavía no resuelta que se resume en la confrontación con otro gran sinfonista del XIX, Bruckner. A la elegancia de éste, sus larguísimas frases y la hondura de su lenguaje, Mahler contrapone un infantil recurso a un folklorismo tan reiterativo como de dudosa pertinencia, bien es verdad que con igualmente memorables aportaciones de excepcional belleza. Ya dijo Rilke que 'lo bello es ese grado de lo terrible que todavía podemos soportar' y pareciera que Mahler fuera un depositario privilegiado de tal sentencia. Esta indeterminación me lleva a suscribir la reflexión de Wolfgang Rihm cuando describió la música como 'ese lugar extraño que hay dentro de nosotros'».
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