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Joaquín Díaz, durante el recital de 1968 recogido en el disco. El Norte
Joaquín Díaz y el concierto didáctico

Joaquín Díaz y el concierto didáctico

El etnógrafo y José Ramón Pardo presentan este jueves en Urueña el disco 'Mi primer concierto', la primera grabación remasterizada de uno de sus recitales en Madrid en abril de 1968

Victoria M. Niño

Valladolid

Miércoles, 9 de octubre 2019, 07:29

Volver la vista atrás no era una opción en 1968. Lucir barba a lo Lincoln y americana principesca tampoco concordaba con la estética de cantautor veinteañero. Joaquín Díaz salía a los escenarios de los colegios mayores de Madrid de esa guisa, con guitarra y banyo a exponer una selección de «canciones bonitas», ya fueran americanas, israelíes, asturianas o indias. El elegante músico sentía que su deber era compartir sus descubrimientos con sus coetáneos a los que empujaba a acompañarle en estribillos y bases rítmicas. Así que antes de empezar se repartían fotocopias con las letras, como en las iglesias, solo que la devoción estaba dedicada a la música tradicional.

Uno de aquellos recitales, inmortalizado en una grabación inédita, ha tomado forma bajo el título de 'Mi primer concierto' (Rama Lama Music). El disco lo presentan este jueves José Ramón Pardo y Joaquín Díaz en Urueña, a las 12:00 h. en la Fundación del folklorista.

«Este disco nunca había sido editado antes. Es la grabación de mi primer concierto que, según me dice Pardo, fue en abril de 1968, antes de lo que se llamó el primer recital. Lo organizó una revista juvenil femenina que se llamaba 'Genial'. Conocía a una redactora y me propuso hacer un concierto y ellas lo patrocinaban. Entre el público del colegio mayor y de la revista allí se juntó mucha gente», cuenta Joaquín, poseedor de un ingente archivo personal al que los amigos siguen aportando material.

Tarea mesiánica

«En el programa había canciones sefardíes, del mundo, españolas, algunas tradicionales y otras mías. Parecía un concierto didáctico. A mí lo que me interesaba era comunicar canciones bonitas, atraer a un público poco proclive entonces a la canción tradicional porque lo que le gustaba eran Los Beatles, Juan y Junior,... Lo tradicional desde ese momento hasta que surge Nuestro Pequeño Mundo no existía. Yo estaba solo, haciendo labor de brega», explica.

«A partir de aquello me llamaron de muchos sitios, pero yo tenía trabajo en Madrid: seleccionaba discos folk del mundo que editaba Movieplay, hacía un programa en Radio España y textos para la revista 'Mundo joven'. Después estaban los recitales en colegios mayores. Hay mucha gente que me vio en el San Juan Evangelista entonces. En 'Mundo joven' estaban muchos periodistas que luego han tenido una larga trayectoria como Íñigo, Bernardo de Aretxabaleta, Mercedes Arancibia...»

Y Joaquín sigue recordando: «Aquella empresa era de un belga judío, Jo Linten, que se convirtió en multimillonario por segunda vez. Ya lo era por patentar la fórmula del 'Mistol'. Linten montó una empresa de publicidad que tenía de todo en un edificio de diez plantas, desde la Panamericana, que hacía televisión para América, radios, discos, los hermanos Moro de Movierecord. Bajabas a comer y te encontrabas con Narciso Ibáñez Serrador».

Aversión al escenario

Aquel chico que acudía a una oficina por la mañana, cantaba por la noche, hasta que se cansó. «No he disfrutado nunca en el escenario. Aquel momento lo recuerdo con horror. Tenía una especie de mesianismo, pensaba que alguien debía tocar ese patrimonio tan bonito, vivía bajo el furor de tener que hacerlo. Eso me duró seis años. En 1974 no podía más. El agobio de salir todas las noches a tocar me oprimía. Aunque cambiaba de repertorio, me cansaba. Así como recogiendo canciones disfruté muchísimos, en este caso era una obligación que me imponía. Tenía dos alternativas lo dejo y me libero o me engaño, lo que es peligroso. Hay un miedo escénico de todos los artistas a no hacerlo como uno quiere. Pero francamente, yo vi que para mí sería mejor la otra fórmula, recopilar y difundir ese conocimiento de la gente que tenia memoria del patrimonio oral y siempre me sedujo. Eran personas capaces de estar una hora u hora y media cantando y contado». Y a ello se dedicó, convirtiéndose en el recopilador de romances musicales más importante.

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