El réquiem más humano

El segundo movimiento presenta con claridad el motivo, corto como siempre en Brahms, de apenas dos notas, bajo una rítmica que marcan los timbales de modo sereno pero implacable. Ya entrando en el tercer movimiento fue el barítono Alfonso Gabarrús, el que cogió el camino, en la interpelación directa a Dios. Muy dubitativo al comienzo, tuvo ocasión de resarcirse después y mostrar con mejor afinación su voz destacable en el registro medio. La soprano Paula Mendoza fue la dueña del quinto movimiento que exige fuerza y expresión en su papel que habla de la consolación. Su tesitura media demuestra que su voz tiene materia para crecer. Más difícil lo tuvo en los agudos. Con todo, salió airosa de su intervención.

El coro es el motor principal de la obra. Su contribución respondió al difícil cometido, con momentos complicados como la fuga del final del segundo movimiento. Los veinte músicos cumplieron su cometido, que no era fácil porque en la versión de cámara están muy poco arropados en sus intervenciones. El director Javier Sanz estuvo preocupado de que todo llegará a buen puerto, así que marcó con pulso firme, aunque con cierta rigidez en el gesto. Es lógico porque todos están aún estudiando. La versión fue una agradable sorpresa, con nota destacada para el coro que ha debido trabajar lo suyo para conseguir superar dignamente la prueba.