La Orquesta Sinfónica de Galicia, en Valladolid: con sello británico

Avalado por importantes premios, el solista impartió una lección magistral en calidez, afinación y sentido musical. Su Stradivarius sonó con una perfección que solo alcanzan los superdotados.

El concierto de Britten, desconocido para la mayoría, nos pareció una obra de altura, plagada de recursos, con ricas modulaciones, temas inspirados sabiamente enlazados y profusión de hallazgos tímbricos, todo enriquecido en las manos de Ehnes.

Para el recuerdo, la sensibilidad extrema del tema del principio, la soltura vertiginosa en el 'vivace', el dialogo insólito con los flautines y la limpieza de sus armónicos. Todo servido con la complicidad de una orquesta que se integró con facilidad en un discurso sobresaliente que terminó en un sereno remanso, roto por los aplausos que convocaron al solista de nuevo para despedirse con dos gotas de su esencia, con el sello de Bach. La intensidad subió con la primera sinfonía de Elgar.

Una obra extensa e infrecuente, llena de sensibilidad y humanismo, concentrados en una versión cuajada de buenos detalles. Destacaron sutiles 'pianissimos', cuidadas texturas, precisas síncopas y medidas transiciones. Mena supo extraer las virtudes de esta gran orquesta, que controló con solvencia. Un gran concierto con obras que pusieron en lo alto la música inglesa del pasado siglo.