Qué es una monarquía parlamentaria o el estilo de la obra de Sorolla eran cuestiones que entraban en el examen de cultura española para obtener la nacionalidad. Dianne Winsor estudió el libro entero, visitó la casa museo del pintor valenciano en Madrid para ampliar y ... se sintió decepcionada cuando en el cuestionario «no preguntaron casi nada». Sin embargo disfrutó mucho aprendiendo de este país que es el suyo desde hace 30 años. El mismo tiempo que ocupa la silla de flauta solista en la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, el mismo aniversario que la formación celebra en quince días. La californiana, ya con nacionalidad española, será solista a las órdenes de Helmuth Reichel Silva en el concierto extraordinario de ferias de mañana.
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«El 'Andante' es una pieza muy completa, son solo seis minutos pero nunca la habíamos hecho. Además Silva es un director muy detallista con Mozart», explica la profesora de la OSCyL. Así Dianne celebra su carrera sinfónica. En un oficio en el que los directores llegan a nonagenarios sobre el podio, ¿tiene ganas de jubilarse? «El trabajo en una orquesta supone someterse a una disciplina fuerte, hay que estar ahí todos los días, aprendiendo las obras que propone el director titular, atendiendo a las giras que programa el director técnico, estudiando en casa. Eres un soldado siguiendo las órdenes artísticas de otros, es verdad que dentro hay mucha libertad pero hay que respetar unas normas. Hablo con flautistas de todo el mundo y es un sentir general». Ahora tendrá tiempo para tocar «de otra manera».
Evolución exponencial
En la retirada sigue a su ídolo, Andreas Blau, flauta solista de la Filarmónica de Berlín. «En 2014 tenía que irse y por razones varias aguantó un año más. También lo he hecho yo durante la pandemia, me quedé porque sentí que debía ayudar. Después Blau hizo un concierto como solista y demostró que se iba tocando muy bien. Eso quiero hacer yo. Luego al cabo de seis años, Andreas ha vuelto a tocar con orquesta en Hamburgo, nunca se sabe».
Winsor afronta «la tercera entrega de mi vida» con ganas y proyectos. «Siempre ha sido mi sueño ver una ópera en la Staatsoper de Viena. Ahora lo haré y también visitaré el lugar de nacimiento de Mozart. Y en octubre, iré a las pirámides de Egipto». La lista de destinos es larga al igual que la de los museos a visitar, también quiere leer y escribir «tantas aventuras de una vida», dice quien estudió en San Francisco y Boston y luego vino a Europa a tocar. Estaba en Italia cuando hizo la prueba para ingresar en un proyecto orquestal que comandaba entonces Max Bragado-Darman.
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«Ha cambiado todo mucho. Entonces Max tenía que buscar músicos para una sinfónica nueva, todo era incierto. La fama de la Orquesta Ciudad de Valladolid no era buena y la gente tenía miedo de lo que pudiera pasar. Hubo valientes como mi compañero Pablo Sagredo que dijo soy de aquí y quiero formar parte de esta sinfónica. Entonces ser profesor de orquesta no era un trabajo muy valorado. En cambio hoy los jóvenes lo aprecian. Saben que es bonito, se puede aprender mucho y hay un gran nivel», afirma Dianne.
«La vieja guardia tenemos que trabajar mucho para seguir el ritmo de los jóvenes. Hay músicos españoles que vienen de suplentes después de ganar concursos internacionales o trabajar con la Sinfónica de la BBC o la Filarmónica de Viena. Ha habido una evolución muy notable en estos 30 años. Me da mucha alegría tener a gente tan buena cerca, solo les falta experiencia y me siento responsable de dejar mi sitio para que ellos lo ocupen. Es importante hacer hueco a los jóvenes».
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Si repasa su carrera constata que ha tocado «casi todo el repertorio. Hay muchos momentos memorables entre los que destaca ría el 'Lohengrin', dirigido por Semion Byschkov, la 'Novena' de Beethoven con Frühbeck de Burgos en su ciudad delante de la Reina Sofía, la 'Octava' de Bruckner dirigida por Hager –él hizo que me gustara ese compositor–, todos los programas de López Cobos y 'La metamorfosis' de Hindemith con Slatkin, que en mi país es dios». Disfruta hasta con los estrenos –«está el compositor ahí, en primera fila ofreciéndote su trabajo, qué vas a decir, si lo tienen mucho peor que nosotros»–. No le entusiasman las obras para piano de Chopin y Liszt «porque otorgan un papel muy tonto a la flauta».
Viaja asiduamente a Estados Unidos y siente que «en España y en Europa se aprecia más la cultura. En mi paísvan a los conciertos los pijos, aquí me hacen comentarios sobre cómo tocamos o cómo era el director el taxista y el carnicero. Hay un gusto generalizado por el arte».
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Dianne quiere visitar todas las salas de conciertos europeas que admira, pero también el yacimiento de Atapuerca, en cuyo museo ya vio flautas de 95.000 años.
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