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Es una obra que le ha traído buena suerte en concursos internacionales y esta semana la interpreta con la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. ... El pianista Daniel Ciobanu debuta en el Miguel Delibes a las órdenes de Vasily Petrenko con el 'Concierto nº3' de Prokofiev. El programa lo completan los interludios de 'Peter Grimes', de Britten, y las 'Enigma', de Elgar, una velada anglorrusa, eco de la vida de Petrenko, que el solista califica como «su ego y su alter ego».
«De los cinco conciertos de Prokofiev este es el más clásico, una buena introducción a su catálogo, que profundiza más en su mundo en el segundo y el quinto. Este tiene la mezcla ideal de música audible, con temas melódicos fácil de mantener en la memoria del público y la bravura y esencia de su música», explica Ciobanu. «Es una obra que anuncia lo que construirá Prokofiev y tiene ese carácter de 'enfant terrible' tan parecido al mío. Siempre aprecio su sarcasmo, ese toque de no tomárselo todo en serio. A veces cuando lo toco es como si sintiera que está escrito para mis dedos y mi persona, pudiera ser mi firma. Nos hacemos daño juntos, lo he estudiado mucho».
Prokofiev tenía vocación de compositor, aunque para ello tuviera que medirse como pianista con sus propias obras. El renacentista que lleva dentro Daniel sale de vez en cuando en las partituras.«A veces escribo algunas notas para provocar los oídos. Creo que los músicos debemos mantenernos alertas y curiosos. He hecho algunos arreglos de 'Gesualdo', de Händel, y de la 'Sonata de violín', de Biber. Las infundo mi personalidad. También estreno música de jóvenes compositores rumanos como la última de DaniDediu, 'El viento de Transilvania', «obra de apenas dos minutos y doce páginas escritas, una avalancha de música». Para Ciobanu la música contemporánea cumple un papel similar a la religión, «tiene el poder de conectar a la gente con el presente, debe resonar la vida actual, llevar al público la certeza de que no están solos en la emoción de la escucha».
A veces busca los colores del piano en su paleta de pintura. «Estoy fascinado por las texturas, tanto sonoras como plásticas. La música crea un universo paralelo completamente abstracto, solo en la imaginación, y en ocasiones necesito crear algo concreto, algo tangible para mis manos y por eso el hobby de la pintura. Las sensaciones táctiles de la madre o de la cera las traslado a la interpretación en el teclado. Creo que los jóvenes músicos debemos exponernos y almacenar otro tipo de experiencias artísticas en el subconsciente para alimentarnos en el largo invierno».
Al poco de comenzar la pandemia, publicó su primer disco, con obras de Prokofiev, Debussy, Liszt y Enescu. «Lo que nos ha enseñado esta experiencia es que vivimos en una transición hacia la era digital y hemos trasladado a ese espacio conciertos y charlas. Lo que he aprendido es el que el músico debe buscar más formas de expresión, incorporar las palabras, no solo el sonido», cuenta quien aprovechó para fundar una revista digital llamada #sharpmag.net. Daniel dirige también el Festival Neamt, en su ciudad en los Cárpatos, aún a falta si podrá celebrarse este año.
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