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En la canción 'Días prestados' resume Luz Casal (Boimorto, La Coruña, 1958) su anhelo de hacer frente a la vida con la vitalidad por bandera, proclamando que «estamos aquí de paso, en viaje hacia un fin marcado, persiguiendo mil quimeras que se pierden con el ... sol tras el ocaso». El tema forma parte de un disco concebido con ese espíritu, 'Que corra el aire', publicado en 2018 tras cinco años de silencio de una artista a la que diagnosticaron un cáncer en 2007 y una segunda vez tres años después. Con este álbum que aúna bossa, rock and roll, rancheras y baladas se sube este miércoles al escenario del Estival en el Patio de la Hospedería de San Benito.
–¿En qué pensó para desear que corra el aire?
–El primer impulso que tuve fue la necesidad de sentir el aire renovado ante tanto ruido externo que nos rodea. Una especie de evidencia de que hay mucho alboroto en este entorno contaminado, de que necesitamos un poco de ventilación.
–¿Qué se ha vuelto más irreconocible desde que publicó su primer disco en 1982, el público, el mercado o usted?
–Hay muchísimo cambio en lo personal, en lo profesional, no en esencia, pero sí en aspectos como vestirte de una manera o de otra. El acceso a la música también es otro, el público tiene mayor conocimiento de la música popular, lo que revierte en positivo. Hay algunos aspectos que no son positivos, pero todo lo que me afecta negativamente es como si tuviera una extraordinaria capacidad para evitarlo. Soy disfrutona y, la verdad, tendría que hacer mucho esfuerzo para enumerar cosas que me disgusten.
–En sus giras suele incluir países de habla francófona, donde es una de las pocas cantantes españolas que ha logrado reconocimiento. ¿Dónde sitúa ese punto de conexión?
–El detonante fue el estreno de 'Tacones lejanos', de Pedro Almodóvar, con mis dos canciones en la película. Fue un éxito enorme en Francia, Bélgica, Suiza... y eso me dio una popularidad que antes no tenía. Es un misterio poder explicar cómo con dos canciones grabadas en 1991 se mantiene encendida esa mecha, con la atención de tanta gente. Eso es un regalo que me ha dado mi vida profesional.
–¿De qué depende que salga más entregada a un concierto?
–Mi actitud siempre es la misma. Salvo que tenga alguna incomodidad física, me da igual si canto en escenarios magníficos, en festivales de pop, de rock, de jazz, de folk... he actuado en sitios maravillosos, en otros menos glamurosos y en algunos francamente horribles, pero mi actitud es darle gusto a la gente con las canciones de mi repertorio. Lo que pasa es que luego se establece una relación entre el público de una manera o de otra en función de cómo es la gente, si están cómodos, incómodos, si hace frío o calor... ese tipo de ingredientes alteran el resultado final del concierto.
–¿Cuándo tiene la certeza de que ha compuesto una canción a la altura de lo que se ha propuesto?
–Cuando me pongo a componer, me siento al piano y surgen las melodías casi sin tener un plan. Mis propósitos nunca están definidos en cuanto a las letras. Puedo tener un fogonazo, una frase que me inspira... pero no sé en qué va a acabar, qué deriva puede tomar; entonces, me dejo ir y, como puedes imaginar, salen muchas cosas que no sirven para nada, son puro entretenimiento y ejercicio que en algún caso se convierte en una canción importante, como 'La norma' en mi último álbum, un tema del que estoy muy satisfecha porque no esperaba nada. Me he acostumbrado a no hacer mucho cálculo. No uso la razón de una manera importante en mi vida musical, me dejo llevar por las emociones, las sensaciones.... si sale algo, bien; y si no sale, no pasa nada, no tengo ansiedad. La ansiedad viene después, cuando ya sé que tengo algo entre manos y quiero acabar. Ahí empiezan las dudas, ahora sí, ahora no...
–¿Tira muchas canciones a la papelera?
–Sí, no tengo miedo. Ni sensación de esfuerzo echado a perder. Es como hacer ejercicio, lo practicas para mantener unos determinados músculos tonificados. Me gusta tener la sensación de que puedo dominar una parte de mi cuerpo en un momento dado. Tampoco necesito grandes parafernalias para componer. Con el discurrir de mi vida me he ido acostumbrando a no perder el tiempo esperando el momento inspirador. Es verdad que tengo una mayor claridad por las mañanas y una especie de intensidad en la noche. Luego, hay ahí unas cuantas horas por medio que son como poco interesantes, pero puede darse el caso de algo, una frase, un gesto, el físico de una persona con la que te cruzas y te produce un impacto determinado. En ese sentido estoy siempre bastante despierta.
–¿Qué le lleva a seguir componiendo y cantando canciones?
–Pensar que todavía puedo mejorar y que me queda mucho tiempo, llegar a expresarme de la manera más completa posible a través de mi voz y de mi cuerpo entero. Pensar que algo de lo que he hecho o cantado le sirve a la gente emocionalmente o de guía, como para mí lo han sido muchas personas. No es tanto una cuestión de edad. Mi tiempo en la música será el que sea mientras tenga algo que cantar, que contar y haya alguien dispuesto a oírme.
–Lleva más de un año de gira. ¿Cómo se ve España desde un escenario cuando vuelve de actuar en el extranjero?
–La verdad es que hay ciertas percepciones cotidianas para la gente de mi entorno que yo no percibo. Estoy dedicada, junto con todo mi equipo, a estar físicamente de la mejor manera, plena, concentrada en aquello que voy a decir y en aprovechar que mi fuerza física no la pierda en cosas que no me interesan. No hago muchos distingos entre actuar en un sitio o en otro. Un día estoy en un pueblo de Francia y al día siguiente en un campo de lavanda de Guadalajara. Al final, con determinadas canciones la gente reacciona igual en Pekín, en Bruselas o en Valladolid. Espero que la gente que acuda al concierto se lo pase bien. Es lo más importante para mí y para todo mi equipo.
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