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Susana Gutiérrez
Aranda de Duero
Viernes, 13 de agosto 2021, 00:10
Desde primera hora había nervios. Incluso antes de la apertura de las taquillas a las diez de la mañana, decenas de personas hacían cola en el recinto ferial de Aranda de Duero para validar las entradas y conseguir las pulseras para acceder al festival ... Sonorama Ribera. La premura estaba marcada por el reto de compartir el mismo sector con el grupo de amigos y, sobre todo, lograr un espacio en una de las dos zonas situadas en primera línea de escenario. Así comenzaba la edición más atípica de la historia del festival arandino nacido en 1998.
Sonorama ha sido reconocido siempre como un festival diferente. Por su organización en manos de una asociación conformada por 400 voluntarios, su simbiosis con la ciudad y la cultura del vino y las reiteradas sorpresas. Eso sí, nadie podía imaginar en agosto de 2019, cuando el festival estrenaba nueva sede con la edición más ambiciosa, que tendría que esperar dos años para disfrutar de la siguiente edición, en versión singular y reducida.
Cerca de 4.000 personas participaron de su primer Sonorama en tiempos de covid. Sentados con mascarillas, en sectores de mil personas y bebiendo y comiendo en una zona de terraza anexa. Sin poder transitar entre parcelas, con accesos y evacuaciones independientes y amplia vigilancia con una gran vertiente didáctica. Hasta el tiempo fue atípico para lo que es tradicional en el evento. Un Sonorama más de abanico que de 'rebequita'. No hizo falta chaqueta debido a la ola de calor.
Bajo un sol de justicia, con todavía poco público y mucho sombrero, el grupo Cala Vento tenía el honor de inaugurar la cita. Subiéndose al escenario principal, único en esta edición, daba los primeros acordes de un festival que fue ganando público según pasaban las horas. Un día fuerte para el público indie con dos imprescindibles, Sidonie y Viva Suecia. Ambos, viejos amigos del festival, que lo dieron todo en el escenario conectando con un público que cantó más alto que nunca para hacer resonar el recinto por encima de las mascarillas. El Kanka también se ganó al auditorio con ese peculiar estilo en el que se entremezclan los toques aflamencados con su alma cantautor.
Entre los festivaleros se percibían sensaciones encontradas. La emoción de asistir por fin a un festival, la alegría por disfrutar de la música en directo y de un buen cartel, pero también cierta nostalgia de tiempos pasados. La obligatoriedad de permanecer en silla llevó a una pequeña parte del público a intentar revender las entradas, días antes.
«Yo tengo entradas de día y voy al sector cuatro, mientras mis amigos con bono están en el sector dos. Es una faena, pero no queda otra que comprenderlo», afirmaba Celia. «Tenía tantas ganas de volver un poco a la vida normal, de ir a conciertos, que lo de estar sentada es casi lo de menos, aunque sí echo de menos bailar», destacaba Esther, otra de las asistentes de Pamplona.
En el ambiente del festival, tanto en organización como en público y artistas, planea la percepción de que el resultado de Sonorama va más allá de un triunfo particular. Da la impresión de que evento tiene la responsabilidad de demostrar que los festivales son seguros.
A las dos de la madrugada se cerraba la primera jornada de Sonorama con la actuación de Los Zigarros. Hoy viernes se echará en falta los conciertos en el centro de la ciudad. Uno de los platos fuertes del día es León Benavente, que se reencuentran con el público sonorámico tras algunos años de ausencia. Arde Bogotá apagarán las luces del recinto a las dos de la mañana. A partir de las 18:30 horas, actuarán Derby Motoretas Burrito Kachimba, a quienes seguirá Anni B Sweet y Delaporte.
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