Robe Iniesta, en su concierto en la Feria de Muestras con Extremoduro en 2014.

Robe Iniesta trae la lluvia

El líder de Extremoduro inicia su gira en solitario en Valladolid con un concierto espléndido en el Miguel Delibes

a. g. encinas

Sábado, 13 de mayo 2017, 12:48

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Llovió. Y en el momento en que sonó la última nota pasó a ser un concierto legendario. Y muchos de los que estuvieron entonces allí pisaban ayer el elegante vestíbulo del Miguel Delibes con sus camisetas de Extremoduro. «Esto va a ser raro, tío», decía Mario. Y dentro no llovía, claro, pero fuera descargaban al azar unas chaparradas descomunales que daban ganas de ir a buscar al artista y decirle «vamos, Robe, salgamos fuera, conjuremos a la lluvia otra vez».

El Miguel Delibes no olía a humedad, sino a madera, a butaca de piel. Y aparecían en el escenario, expectantes, un violín y un acordeón y un saxofón, reposados, como si la orquesta sinfónica o un grupo de jazz se hubieran dejado allí sus cosas olvidadas junto a las guitarras eléctricas, la batería. «Esto va a ser raro», piensas. Y ves el pantalón rojo de cuadros del tipo tatuado de al lado, las rastas amarillas del de la derecha, los 'piercings' de aquella con el vaquero pitillo y la camiseta de Extremo, tus propias greñas sueltas y el hombre calvo, con gafas y jersey blanco, y piensas que sí, que va a ser raro. Que a ver.

Y asoma Robe aún en penumbra y parte del público grita desaforado. «¡Qué ganas teníamos de veros!», saluda. Nos hacemos una idea, créelo.

Y empieza a desgranar el 'Destrozares' y el 'Lo que aletea en nuestras cabezas', que a eso hemos venido, y suena apoteósico, potente, maravilloso con ese violín que luce en el Miguel Delibes con una limpieza y una fuerza que envidiaría el propio disco.

Y resulta que llueve.

Caen frases como chuzos.

«Voy a empezar por decir que no creo en la moral de la sociedad».

«Del tiempo perdido en causas perdidas nunca, nunca me he arrepentido, ni estando vencido, cansado, prohibido».

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Y piensas en qué momento se deshilachó el verso de Celaya y la poesía pasó a ser contemplativa, a olvidarse de la rebelión palabra en mano, a ensimismarse con el amor ñoño, el que no sirve ni siquiera para convertir «sus bragas negras» en la única bandera que merece la pena enarbolar.

«Voy a enchufar la televisión y sale un tío disparando alrededor. Vuelvo a mirar y era el reflejo».

Cómo llueve. Jarrea.

Y recita unos versos y señala a Manolo Chinato, otro poeta crudo, sentado entre el público, y aquello empieza a ser más que un concierto. Y hace un par de guiños a Extremoduro que nos vuelven a traer el diluvio de aquella noche en la Feria de Muestras. Y resulta difícil quedarse sentado. Y cantas y aplaudes y te emocionas, porque esta tormenta viene cargada.

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Y para cuando el violín amaina y Robe Iniesta se despide sabes, como lo sabe él, que a veces lo raro solo está a un paso de la genialidad. Y que eres afortunado por haber vivido, de nuevo, un concierto que pasa a formar parte de la leyenda.

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