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samuel regueira
Lunes, 3 de abril 2017, 19:06
Desde Pitágoras a las fractales, desde el Pulitzer Douglas R. Hofstadter al tándem Igudesman&Joo, no son pocos los que han entendido la relación matemática que hay tanto a la hora de componer música como al momento de relacionarla con distintos géneros, aparentemente antitéticos, e incluso de épocas muy alejadas en la Historia. La compañía Music has no limits demostró ayer que comprendía y controlaba esta manera de transmitir todo tipo de melodías dispares, en un Teatro Carrión a rebosar que se entregó, con entusiasmo, a esta propuesta tan original como innovadora.
Así, Music has no limits derribó la tiranía de los géneros tradicionales y en su lugar instauró la poliarquía de las cadencias matemáticas, donde temas bien reconocibles por el público se encadenaban en un crescendo frenético que levantó pasiones incondicionales y a la gente de sus asientos, llevados, de manera incontrolada, por la pasión que transmitía la música.
El secreto de su éxito se revela, a todas luces, más sencillo de lo que parece. Miguel Depáramo, pianista y creador de este poco ortodoxo complejo, declara no haber estudiado «ni una sola lección de música». Como Prince, Hendrix o Bowie. Y sin embargo saben conectar con un gran público, lejos de academicismos, porque entienden la música de otra manera. Más sensorial que razonada. Más respirada que escrutada.
Solo a través de esta dinámica se asimila la lógica que encadena el O mio babbino caro (escalofriante inicio con una soprano que conseguía que vibraran los oídos) con Sweet child o mine; el Seven Nation Army con Smooth Criminal, o el Feeling Good con los acordes de Clint Mansell para Réquiem por un sueño. Es por ello que no hay persona en el mundo que, a poco que disfrute de la música, sean cuales sean sus gustos, no llegue a disfrutar del planteamiento de Music has no limits. Los amantes del pop tendrán a Michael Jackson y a Bublé; los más roqueros, a AC/DC y a Guns n Roses; los más clásicos, a Queen, a U2 o a los Beatles; los aún más clásicos, a Puccini, Bach y Vincenzo Bellini. Los más noventeros, a White Stripes, Haddaway y Evanescence; los más ochenteros, a Prince, The Police y Tina Turner; y los más adeptos a los temas del nuevo siglo, a Linkin Park, David Guetta, Robbie Williams, Adele, Jay-Z, Beyoncé, Pharrell Williams o Bruno Mars, entre muchísimos otros. Incluso los aficionados a las bandas sonoras del séptimo arte encontrarán su cabida cuando escuchen los acordes de los justamente míticos temas musicales de filmes como Skyfall o Réquiem por un sueño.
Además, el grupo apostó con fuerza por unas estéticas provocativas y rompedoras, basadas en distintos juegos de colores lleno de vida en su maquillaje, peluquería y vestuario, donde predominaban el rojo y el negro. Los efectos especiales y su juego de luces, sombras y sonidos terminaron por brindar una experiencia tan rompedora como satisfactoria para todo el auditorio, que obsequió a los artistas con una sonorísima ovación. Una que puso a prueba el estereotipo del vallisoletano frío. Y es que, cuando se le cautiva, este también demuestra que, como la música, no tiene límites.
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