Borrar
Consulta la portada del periódico en papel
El musicógrafo Feredico Sopeña.
Federico Sopeña, las palabras de la música

Federico Sopeña, las palabras de la música

Hoy hace 100 años nació en Valladolid el musicógrafo que dirigió la Academia de San Fernando y el Museo del Prado

Victoria M. Niño

Miércoles, 25 de enero 2017, 19:51

Murió en 1991 pero la obra de Federico Sopeña cotiza ya como a precio de clásico en el mercado digital. Hoy hace 100 años que nació en Valladolid quien fue director de la Academia de Bellas Artes de San Fernando o el Museo del Prado entre otros cargos, el cura que entendió a Salinas en su carnal canto amoroso, un ensayista que trabajó en los vasos comunicantes de la música, la literatura y la pintura, un humanista que disolvió prejuicios políticos y religiosos con sagacidad.

De infancia itinerante, la familia de Sopeña se trasladó pronto a Bilbao, ciudad que «puso la música en mi vida», decía en su libro memorialístico Escrito en la oscuridad. Allí atribuye a su madre la siguiente información: «Fui tonto hasta los cinco años, cuando me dieron un balonazo en la cabeza en San Mamés, y ya fui listísimo luego». Con diez años, los Sopeña Ibáñez se trasladan a Madrid. Fuera por el certero toque de balón o por su natural desarrollo intelectual, el joven estudió Música, se doctoró en Filosofía y Letras y vivió la falla de la Guerra Civil en una brigada republicana de la que quiso desertar y de la que celebró otros aprendizajes vitales gracias a sus compañeros. Su tardía vocación religiosa le llevó al seminario de Vitoria y después a Salamanca. A partir de ahí, su vida se divide entre los deberes parroquiales y los académicos. Tras ordenarse en 1949 fue a Roma para volver a Madrid cinco años después. Quien dirigió el Conservatorio de Madrid, en San Bernardo donde ahora está la Escuela Superior de Canto fundada por su querida Lola Rodríguez Aragón, fue catedrático de Estética e Historia de la Música desde 1955.

Impulsor de la ONE

Ese marco académico amparó una amplia bibliografía dedicada a monografías de compositores como Liszt, Mahler o Turina, a la relación de la literatura con la música Unamuno, Galdós y un largo etcétera, la vinculación de la pintura con el mundo del sonido La música en el Prado, Picasso y la música además de la historia de la música contemporánea.

Entre 1939 y 1943 fue crítico musical del Arriba. Después, entre 1960 y 1966, en ABC e Informaciones. En esta segunda etapa, que le llevó por todos los festivales importantes de Europa, ya echaba de menos «la generosidad de espacio». Mantuvo colaboraciones con El Norte de Castilla, a cuya Sala de Cultura acudió varias veces, y con El País. Elegido académico de San Fernando en 1958, ingresó con un discurso en torno a La música en la vida espiritual. Años después presidiría la Real Academia de Bellas Artes madrileña. Impulsó con Joaquín Turina la creación de la Orquesta Nacional de España y logró que se televisaran los conciertos además de llevarla a provincias los lunes. Incansable en sus múltiples facetas, llegó a llamarse «trapero del tiempo», eligiendo y abandonando distintos deberes a cada momento.

Dedicó su libro de memorias a Dionisio Ridruejo con quien compartía esa perplejidad disidente ante la España cainita, dividida en dos, para buscar un tercer camino. Fue pionero en lo de enterarse por la prensa de su propio cese, que contaba así: «Un año escaso como comisario de Música. Me enteré de mi cese por los periódicos ¿causa? Mi cariño por Barcelona: a mí, de Valladolid, hijo de liberal albista, me tildaron de ¡separatista! por un homenaje de los músicos catalanes presididos por Mompou». Dirigió durante cuatro años la Academia de España en Roma y su amistad con Pertini inspiró su reflexión sobre el anticlericalismo español y el humanismo laico europeo. A su vuelta, le esperaba el Museo del Prado, que dirigió dos años, creando la Asociación de Amigos y los programas didácticos. El musicógrafo que caracterizó a Rubén Darío de «muy hispano en su sordera ante la música» afirmaba que «no hay intelectual español de verdadera categoría sin opinión fundada sobre la pintura». Su último trabajo versó sobre Falla. Fue galardonado con el Premio Castilla y León de las Ciencias Sociales en 1991.

Aquel «joven con novia» eligió el celibato, sin embargo una mujer ocupa la tercera entrada de sus memorias, Lola Rodríguez Aragón, con quien habló todas las noches de vida hasta que ella murió. El lector de Salinas se desplomó en el sepelio.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elnortedecastilla Federico Sopeña, las palabras de la música