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Victoria M. Niño
Sábado, 19 de noviembre 2016, 12:58
Habla desde Gran Bretaña, como antes habló desde Berlín y antes desde Amsterdam. Abel Paúl (Valladolid, 1984) lleva casi una década estudiando composición con los maestros menos academicistas aunque él formará parte de eso de lo que huía en breve. Termina su doctorado en Huddersfield. Paúl es uno de los cuatro finalistas de XXVII Premio Jóvenes Compositores Fundación SGAE-CNDM.
Ha presentado para la ocasión Room and Elbow. «Es una expresión que quiere decir espacio vital. Casi todas mis obras tienen en el título dos palabras», dice el compositor. «Dentro de la plantilla instrumental que ofrecen las bases del concurso, he elegido el chelo, la viola, percusión y materiales a través de altavoces transductores. Son sonidos de piano y percusión que no necesitan instrumentista».
Parada para explicar ese ingenio llamado transductor, tan cercano al traductor. Es un dispositivo que convierte una manifestación de energía (por ejemplo acústica, vibraciones sonoras de determinadas grabaciones), en otra (por ejemplo energía eléctrica). A la inversa puede transformar corriente eléctrica en vibraciones sonoras. Ese tipo de materiales «frágiles, ambiguos, indefinidos» son los que combina Abel Paúl con la instrumentación al uso.
Instrumentos híbridos
«Me gusta la fragilidad de los materiales, llevarla la límite de la escucha, de la identificación. Me atraen los instrumentos híbridos, como los transductores, me gusta mezclar material electrónico pregrabado e instrumentos. Pienso en el sonido como un objeto». A la identificación dedicó un pequeño tema este compositor, Línea de vacío, en la que provoca el desconcierto del público, entre la visibilidad e invisibilidad de la fuente de sonido, por la ausencia de asociación directa entre lo que escucha y los músicos que ve sobre el escenario. Paúl también está interesado en el gesto, como parte de la interpretación, en «usar el movimiento que genera sonido y también la resistencia al instrumento, el mismo gesto incide en el resultado sonoro».
A la pregunta de si esa fragilidad es perceptible por el público, Paúl responde raudo: «Los buenos compositores crean contextos de escucha en los que hasta los detalles mínimos son perceptibles. Si eso está bien hecho, los detalles funcionan, son perceptibles. De todas formas, hay tantas músicas, tantos estilos, tantas propuestas de escucha...».
Ytantos públicos como personas, «no considero a la audiencia como una masa uniforme. La recepción de la obra es individual. Yo sé lo que he compuesto pero la recepción es abierta y sorprendente». A Paúl le atraen los patios de butacas remotos, pequeños, «donde la reacción es honrada. Me gusta estrenar en ese tipo de sitios porque la reacción tanto a quien le encanta como a quien no le gusta es espontánea. Normalmente en el mundillo de la música contemporánea somos los compositores los que acudimos a los estrenos con un criterio y un juicio preconcebido».
Cine y literatura son dos artes muy cercanas a su quehacer, aunque este compositor parte siempre del «sonido, tengo la idea del sonido más que una idea narrativa o formal. Todas las ideas derivan de esa primigenia». Paúl siente que «cada vez mi obra es menos narrativa. Hay una relación con el lenguaje desde el sonido más que con la semántica del lenguaje. Está muy presente en mi música el interés por el sonido del habla, su sustrato sonoro».
Garabatos musicales
Aunque Alemania sigue siendo «el centro de la música contemporánea», en España «incluso con la crisis, han pasado cosas sorprendentes.De todas formas me siento un poco al margen de España, no por voluntad propia sino por mi trayectoria personal. Ahora comienza a hacerse mi música allí. Acaban de tocar obras mías en un concierto en Madrid y en diciembre lo harán en Santiago de Compostela». Precisamente otro colega suyo vallisoletano, Alberto Posadas, estrena más fuera que dentro.
«Es un gran compositor que vive en España y lamentablemente no se le da la importancia que tiene. En Alemania es un referente. Parece un fenómeno muy español el ignorar el talento propio y tener gran deferencia con el foráneo. Hay que estar abierto a lo que ocurre fuera pero sabiendo lo que tenemos dentro».
Le encantaría volver a España, «es una esperanza, una fantasía que está siempre ahí, pero depende del trabajo». Paúl, que termina su doctorado y es docente, vive una paradójica relación con el mundo académico. «Es un poco lamentable, pero la única manera que tenemos de sobrevivir los compositores es en este mundo. El mundo de la creación musical contemporánea está supeditado al mundo académico, en parte por la subsistencia y en parte porque está integrado ahí y eso da un poco de miedo».
Si el trabajo le devuelve a su tierra, lo celebrará «sobre todo por razones personales, no tanto profesionales. Hoy el mundo es más fluido y realmente no importa donde vive el compositor.Luego las obras se tocan en sitios muy alejados y es difícil controlar su trayectoria», explica.
Su web está llena de garabatos, de dibujos que Abel Paúl hace «cuando me aburro en algún concierto. No tengo ningún talento plástico». Esas líneas ilustran e incluso, a veces, explican su música.
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