Fran Lara, al frente de la JOUVA.

Takemitsu, el puente entre la música japonesa y la occidental

El Ciclo de Música Contemporánea de la Universidad de Valladolid dedica al compositor nipón su XVIII edición, que se celebrará del 14 al 17 de abril

PPLL

Lunes, 11 de abril 2016, 13:49

Conocido por las bandas sonoras, más de cien, Toru Takemitsu compuso música para orquesta, de cámara, para instrumentos solistas y electrónica. El XVIII Ciclo de Música Contemporánea dedica esta edición del 14 al 17 de abril al versátil compositor cuando se cumplen veinte años de su muerte.

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«Me gusta su música porque es un puente entre Asia y Europa. Aprovechamos su obra para unirla con Debussy, uno de sus referentes. De él tiene los colores, la armonía, el tratamiento del tiempo y el silencio», explica Francisco Lara, director de la Joven Orquesta de la Universidad de Valladolid (JOUVA)y organizador del ciclo, un milagro que alcanza la mayoría de edad con el patrocinio del Banco de Santander. «Tiene una gran influencia de la música tradicional japonesa, pero su música es difícil de clasificar. Compuso para instrumentos del gagaku, el repertorio imperial. Pero no busca usarlos, sino trasladar esos sonidos, esos timbres en una concepción del ritmo fluido a lo que es la música occidental», aclara Lara, quien ha cerrado un programa de cuatro conciertos que abordan distintos aspectos de la obra de Takemitsu. Hay obras de cámara con solos de flauta, de trompeta, para dos violines, hay música de cine y sinfónica

El día 14 sube el telón del Palacio Conde Ansúrez el Trío Shiokaze, formado por la flautista Katrina Penman y los profesores de la Sinfónica de Castilla y León, Jokin Urtasun, viola, y Marianne ten Voorde, arpa. Interpretarán obras de Brotons, Takemitsu, Andriessen, Moreno-Buendía y Debussy.

El viernes el ciclo ofrece un recital de piano a cargo del joven Diego Rivera, que acaba de colaborar con la JOUVA como pianista acompañante en la ópera Rusalka. Rivera confrontará la música del japonés con la de dos de sus grandes maestros, Debussy y Messiaen. El sábado la JOUVA se reduce a orquesta de cámara al servicio de la obra de Takemitsu, Mark Ford, Zivkovic y Debussy, para finalizar con el concierto sinfónico.

«Interpretaremos tres transcripciones para orquesta de cuerda de las bandas sonoras de José Torres (1959), documental que realizó Teshigahara sobre el boxeador venezolano, Black rain, (1989) de Imamura, y El rostro ajeno (1966), de Teshigahara», especifica el maestro. «También hemos elegido Archipiélago, para 21 músicos, una obra que se toca con la orquesta en distinta disposición. Son grupos de instrumentos espaciados en el escenario además de dos clarinetes entre el público. Se van contestando los unos y los otros, como un archipiélago». Lara ha tenido muy en cuenta el diálogo de Toru con sus maestros y por eso termina el ciclo con Preludio a la siesta de un fauno, de Debussy, «una obra fundamental en la historia de la música que da el pistoletazo de salida para la música del siglo XX».

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Francisco Lara es además de director, compositor. Ahora está escribiendo un encargo para piano del Centra Nacional de Difusión de la Música que estrenará Daniel del Pino en octubre en un ciclo de contemporánea en Alicante. Formado en España y doctorado en Londres, Lara ha tenido un recorrido académico del que careció Takemitsu. El japonés fue un autodidacta que abrió sus oídos durante la estancia de su padre en Manchuria, ocupada en los años 30 por Japón. País entonces cerrado y tradicionalista, no podía escucharse música occidental. Los discos de jazz de su padre despertaron el gusto del Toru niño, pronto huérfano de padre. La siguiente escuela auditiva estuvo en la base militar norteamericana de Saitama, donde trabajaba en la cocina durante el día. Por la noche era pinchadiscos para los soldados a cambio de poder utilizar el piano. En esos años descubrirá a Mahler, Debussy, Franck o Gershwin gracias a la radio estadounidense.

La ocupación pasó y con su amigo Hiroyoshi Suzuki es aceptado como alumno por el compositor Yasuji Koyose. Este amante de los árboles que sorprendió al propio Stravinsky con una de sus obras, pasó la vida entre los platós, donde acudía para inspirarse y hablar con los directores, y el silencio del campo. Además de compositor, fue pedagogo y dejó una interesante estela de poéticas palabras sobre su quehacer musical.

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