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ROBERTO TERNE
Viernes, 17 de julio 2015, 10:28
¿Qué ocurre cuando uno de los músicos más inquietos y comunicativos del mundo se une con uno de los quintetos más solventes de la musica latina con residencia en New York? Los que estuvieron anoche en Universijazz saben la respuesta. Además de lo productiva que fue la interacción de los seis músicos que anoche pisaron San Benito, nos queda un mensaje principal que es la vuelta de tuerca que Richard Bona ha dado a la mutación afrocubana del jazz. Toda una pirueta lograda gracias, entre otras cosas, a la interpretación de géneros latinos, principalmente cubanos, en su idioma nativo bantú, además de en portugués, inglés y francés. Así lo hizo anoche y resulta curioso que algo tan ancestral como la lengua suponga ocasionalmente una revolución en cuestiones artísticas a estas alturas del partido.
José Luis Gutiérrez presentó a Richard Bona como un «símbolo del mestijaze en el mundo del jazz». El músico y director artístico del Universijazz aprovechó también para felicitar a su propio padre en el musical por su cumpleaños. Anécdotas aparte, el siempre empático bajista, compositor y vocalista salió a escena metiéndose a la audiencia en el bolsillo a la primera de cambio. «Valladolid... es un nombre muy sexy. Me gusta más que London o New York». Poco más que apelar para cautivar más a un público magnetizado desde los primeros sones del concierto.
Y es que anoche no había secretos ni intros para calentar motores. Mandekan Cubano es una formación latina en su vertiente más pura y Richard Bona un artista camaleónico que regresa a África después de sorprender con Rhyhtm & Blues, flamenco, música caribeña o jazz contemporáneo. De esta manera, los seis músicos desarrollaron su engranaje rítmico y multicultural a lo largo de casi dos horas en las que hubo derroches de sabiduría. Bona y Mandekan Cubano nos enseñaron, por ejemplo, que los boleros cuanto más en bajito mucho mejor. Que a la salsa no hace falta inventarla nada; simplemente hay que saber tocarla con gracia además de con habilidad. Y que la sensibilidad tiene en el portugués siempre un gran aliado. Así ocurrió en los momentos solo de piano, bajo y voz con Richard Bona acompañado únicamente por el pianista Osmany Paredes. Brillante este último también en los momentos más neoyorquinos de la noche. El oxígeno de la jornada llegó cuando Bona se quedó solo para experimentar con sus loops, jugando con bucles vocales, pero, sobre todo, exhibiendo su amplia capacidad de registro vocal tan impresionante como sus habilidades sobre el mástil. La última parte del concierto fue también para el dúo de percusión formado por Luisito y Roberto Quintero, un robusto eje vertebral para tan musculoso mapa musical.
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