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EDUARDO ROLDÁN
Martes, 14 de julio 2015, 19:02
El del trío de McCoy Tyner en 2004 ha sido probablemente el más memorable concierto que ha dado Universijazz, y si lo ha sido se debe no solo al despliegue pianístico que regaló el líder de la formación, sino porque aquel concierto supuso para muchos el descubrimiento de uno de esos músicos que surgen con la frecuencia de una perla negra natural, el (contra)bajista Charnett Moffett. Un nombre avalado por una discografía capaz de llenar varios estantes, pero cuyo rol en la sombra en un escenario el bajista es el más invisible, para el público, de los músicos de jazz, pero el más presente para el resto de los músicos no le había reportado un eco similar al de los líderes solistas que acompañaba y que como buen acompañante él hacía mejores. Hoy Moffett, con más de una decena de grabaciones a su nombre, es referencia obligada entre crítica y público, y con razón: no ha habido en los últimos treinta años ni Christian McBride, ni Larry Grenadier, ni Avishai Cohen nadie capaz de expandir las posibilidades expresivas del instrumento como el director musical de Nettwork (oígase The Bridge, su álbum a bajo solo).
Igual que no ha habido nadie capaz de expandir las de la guitarra como Stanley Jordan. Jordan arribó al mundo del jazz como un extraterrestre, alguien que iba a cambiar para siempre la manera de tratar a las seis cuerdas, y al final se ha quedado en una excentricidad tolerada. Pero la culpa no es suya sino de la crítica, a la que los árboles de la técnica no le dejan ver el bosque de la música. Una técnica que consiste en esencia en pulsar las cuerdas sobre los trastes en lugar de rasgarlas, como si fueran las teclas de un piano, y con la que Jordan es capaz de emitir al unísono una línea melódica, los acordes de acompañamiento y un línea de bajo (repito: al unísono), en una suerte de contrapunto de capas sonoras fascinante, conmovedor y de lo más imaginativo. Si nadie ha querido seguir el sendero apuntado por SJ, no es culpa de este sino de lo exigente del sendero.
A estos dos superdotados de las cuerdas los acompañan Jeff Tain Watts, a quien Juan Claudio Cifuentes solía referirse como baterista «diabólico»; y lo es, en el mejor sentido: un polirrítmico apabullante, digno continuador de la estirpe de Elvin Jones y Tony Williams, y el pianista
Casimir Liberski, de 27 años, una de las voces a tener más en cuenta no ya para los próximos años sino hoy, y que completa una red cuyo factor común, imprescindible en jazz, es el de la elasticidad.
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