Victoria M. Niño
Miércoles, 20 de mayo 2015, 16:53
F aulkner solo necesitaba un lápiz y un papel para colarse en el condado de Yoknapatawpha. Greg Steyer añade otros dos requisitos para componer: silencio y un piano. Últimamente lo encuentra en su lugar de trabajo, el Auditorio Miguel Delibes a donde le gusta llegar andando, porque así pasea por uno de sus parques favoritos, el de Villa del Prado. Como padre obligado a frecuentarlos con su hija, debe serle especialmente gratificante gozarlo en horario escolar, cuando los pájaros se atreven a cantar.
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Greg forma parte de los segundos violines de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León desde su creación. Llegó, como otros compatriotas, tras las audiciones en Estados Unidos. «Cuando vine me dijeron que en Valladolid se hablaba mucho inglés, pero en 1991 no era así». Así que las prioridades eran dos, el trabajo y el idioma. Le gustó ver a la gente de día y de noche por la calle, se aficionó a la zarzuela se queda con La Revoltosa y se adaptó al «país de los contrastes».
Aunque la crisis actual, por asfixiante y cercana, parece no tener más antecedente que la histórica de 1929, Greg nació en Chicago porque sus padres se vieron obligados a emigrar del Quebec francófono en recesión. Aficionados a la música, su madre toca el piano, no tenía antecedentes profesionales en su familia. A los seis años comenzó a estudiar piano y violín con dos profesores de la Orquesta Sinfónica de Chicago.
Data con precisión el momento en el que el incierto entretenimiento se convirtió en empeño vocacional. «Alos ocho años ya sabía que lo mío era esto». Siguió avanzando con los dos instrumentos. Su primera orquesta fue la del instituto. «Era muy grande, casi 5.000 alumnos estudiábamos allí y había banda, banda militar, orquesta, coros, de todo. Siempre estuve en una orquesta, desde el comienzo fue mi dedicación musical preferente».
Entre el piano y el violín
Dejó Chicago para estudiar en la Universidad de Indiana. «No tiene mucho que ver con la Jiulliard de Nueva York. La ventaja de ese centro es que había mucho campo, mucho espacio, y creo que eso es bueno para la música». Sin llegar a la obsesión ornitológica de Messiaen, Greg considera la naturaleza como primer referente sonoro, el bosque, los animales, los árboles. Necesita dejar de oír para componer. Pero en los años universitarios la exigencia académica era mayor. Tuvo que elegir entre sus dos pasiones y dejar la composición. «Era difícil pero necesario. Mis profesores me inclinaron por el violín, había más salidas profesionales».
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Tras Indiana volvió a Chicago. «Durante dos años hice sustituciones en la Sinfónica y todos los bolos que salían. Lo pasamos bien. Hasta que en 1991 leí por casualidad en un periódico que había una nueva orquesta en España y se celebraban audiciones. Allí se tienen una idea equivocada, se identifica como españoles a los que hablan español y el 99%no lo es». Aunque no sabía mucho de España, estaba en Europa y aquí estaban sus raíces familiares. «Me gustaba la idea de venir a Europa, donde es más fácil hablar con la gente. Tras ganar la plaza pensé en estar uno o dos años. Pero me gustaron muchas cosas; la comida, los contrastes, y aquí sigo».
También porque «en la orquesta todo ha ido a mejor: la sede, los directores, los solistas. El proyecto sociocultural es cada vez más importante adaptándose a los tiempos». Quizá encauce alguna de sus composiciones ahí.
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Desde su silla de violinista estrena con sus compañeros obras contemporáneas, pero se cuida de emitir juicios, «hay de todo, algunos te impresionan, otros, no tanto». Como músico sí sabe lo que demanda de un compositor y por eso intenta «dejar todo bien escrito y preparado para los intérpretes. Los músicos podemos ser muy duros y críticos, es importante componer lo mejor posible para su comprensión». El principio del que parte su composición es «querer hacer algo interesante para el público, entretener, llamar la atención con melodías». Leyendo entre líneas se atisba cierta distancia de la música conceptual, la que que avanza ciega en pos de la vanguardia de la vanguardia, olvidando su destino original, el oyente, el receptor.
Boceto de dos pentagramas
La Sinfónica de Castilla y León ha tocado sus arreglos y versiones. «Fue para un concierto de Navidad.Eran canciones y temas para big band, a las que añadí la parte de la sección de cuerda y solos de piano. Hacer arreglos es un trabajo muy interesante, tienes en tus manos la orquestación, las dinámicas. Cuando trabajo sobre temas de jazz, abro espacios para que el instrumentista pueda improvisar». Ahora que ha recuperado cierto tiempo para retomar la composición, quiere hacer obras orquestales completamente nuevas.
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«De momento me veo en conciertos de violín y piano». Pero ¿cómo sale un violinista de su familia interpretativa para orquestar con vientos, con percusión? «Aprender el sonido y los recursos de todos los instrumentos te puede llevar una vida. Llevo tiempo pero me queda mucho aún». Trabaja a partir de una o dos líneas, «cuando las tengo, es como el boceto básico a partir del cual puedo progresar». Ypara que eso salga, necesita estar alejado de las obras de otros, incluso de sus referentes: Bach, Brahms, Mahler, Rachmaninov, Ravel, Bartók, Gershwin. «Compongo cuando no hay conciertos. Necesito dejar de oír».
Fuera de la música le gusta leer un género curioso, «los gráficos y las estadísticas de economía. Aveces son un buen contrapunto para la notas». Algo tan relacionado con la política le ha llevado a ser «agnóstico en ese tema. En demasiados países la política está monopolizada por dos partidos. Espero que eso cambie poco a poco».
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Quien adora a sus padres, «hicieron todo por mí», intenta hacer lo propio con su hija. «Estoy empezando a enseñarle nociones musicales básicas con el piano, pero de momento es un hobby. El mundo es demasiado grande y rico como para que le condicione ninguna elección en su vida».
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